Columna

Pacto intergeneracional

Se debe actualizar una narrativa sin hostilidad entre el reconocimiento de los éxitos pasados y la crítica a aquellos comportamientos que perjudican la calidad de nuestra democracia actual

Juan Carlos I, en el palacio de la Zarzuela el 9 de junio de 2014.Andres Kudacki (AP)

Algo no estamos sabiendo hacer bien cuando todo lo que está ocurriendo en torno a don Juan Carlos da lugar a debates aparentemente irreconciliables en lo que se refiere a propósitos, objetivos y enfoques generacionales. De hecho, al margen del reparo en términos de virtud pública que generan los hechos conocidos hasta la fecha y la sanción en términos políticos y jurídicos que pudiera exigir, también hay quienes pretenden conducir la respuesta hacia un cuestionamiento del sistema vigente que, junto al modelo territorial, constituyen las dos paredes maestras sobre las que hasta la fecha se ha a...

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Algo no estamos sabiendo hacer bien cuando todo lo que está ocurriendo en torno a don Juan Carlos da lugar a debates aparentemente irreconciliables en lo que se refiere a propósitos, objetivos y enfoques generacionales. De hecho, al margen del reparo en términos de virtud pública que generan los hechos conocidos hasta la fecha y la sanción en términos políticos y jurídicos que pudiera exigir, también hay quienes pretenden conducir la respuesta hacia un cuestionamiento del sistema vigente que, junto al modelo territorial, constituyen las dos paredes maestras sobre las que hasta la fecha se ha asentado nuestra convivencia democrática.

La situación de don Juan Carlos tiene, en suma, un impacto sobre nuestra realidad política que va mucho más allá de la persona e, incluso, de la propia Corona. La prueba de ello lo certifica también la relevancia de quienes protagonizan los debates. Basta recordar aquí el manifiesto recientemente firmado por personalidades muy relevantes en la construcción de nuestro país. Se trata, sin duda, de un texto que incide en las bondades de una etapa política que toda España ha reconocido de manera generosa y sostenida en el tiempo. Diría más, el orgullo de todo un país se ha sustentado durante mucho tiempo en la manera en la que se condujo una etapa que permitió transitar hacia la democracia y la reconciliación entre españoles.

El peligro de estos ejercicios de reconocimiento está, no obstante, en los excesos. Y creo, honestamente, que corremos un riesgo cierto de haber caído en él, pues es excesivo querer convencer a muchos españoles de que los últimos cuarenta años resultan absolutamente impecables. Es excesivo también apelar al legado histórico que deja don Juan Carlos para matizar el reparo frente a conductas personales ya conocidas que son inaceptables al menos con los estándares democráticos de hoy. En este contexto, cobra gran impacto la reciente afirmación que Iñaki Gabilondo ha realizado sobre el tema en este mismo periódico: “todo esto ha abierto un capítulo de vergüenza que ha degradado a mi generación públicamente. Se ha degradado él, nos hemos degradado los que acompañamos el proceso. Hemos sido desnudados y yo me siento avergonzado”. Una afirmación que no tiene que ser compartida, pero que invita a la reflexión.

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Todo lo expuesto resulta pertinente para confirmar que el momento actual, no exento de dificultades, resulta óptimo para que España invierta esfuerzos en reforzar un pacto intergeneracional seriamente dañado y que dificulta una comprensión consensuada de los acontecimientos presentes y de las soluciones futuras. Tal esfuerzo debería estar encaminado a actualizar una narrativa sin hostilidad entre el reconocimiento de los éxitos pasados y la crítica a aquellos comportamientos que perjudican la calidad de nuestra democracia actual. Un propósito, este de reforzar la calidad democrática, que fue precisamente el objetivo de aquella generación que hizo la transición y que es, sin duda alguna, el propósito de la generación que en este momento tiene la responsabilidad de gobernar la España de hoy para que el futuro siga siendo igualmente prometedor.

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