Columna

La derecha, ¿una o trina?

El viaje del PP no es solo al centro político; debe serlo también a la periferia geográfica

Pablo Casado en el acto de clausura del XV congreso del Partido Popular de la provincia de Alicante.Joaquín Reina (Europa Press)

Podemos llamar “síndrome Feijóo” a la capacidad del líder gallego para unificar en su territorio a todo el espectro de la derecha, para que esta sea una y no las tres que se señorean en el resto del Estado. Si hay algo que ha quedado claro después de las elecciones gallegas y vascas es que este síndrome va a perseguir a Casado en lo que le quede como líder del PP. Porque la lección ha sido clara: si se acude a los electores con una coalición electoral con Ciudadanos (País Vasco), la supuesta suma puede devenir en resta. Pero hacerlo a solas sin un liderazgo potente como el de Feijóo no garanti...

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Podemos llamar “síndrome Feijóo” a la capacidad del líder gallego para unificar en su territorio a todo el espectro de la derecha, para que esta sea una y no las tres que se señorean en el resto del Estado. Si hay algo que ha quedado claro después de las elecciones gallegas y vascas es que este síndrome va a perseguir a Casado en lo que le quede como líder del PP. Porque la lección ha sido clara: si se acude a los electores con una coalición electoral con Ciudadanos (País Vasco), la supuesta suma puede devenir en resta. Pero hacerlo a solas sin un liderazgo potente como el de Feijóo no garantiza tampoco la absorción de los votos de las otras dos.

Es posible que esto se deba a la presencia en nuestra cultura política de un imaginario casi teológico, que la derecha española es una, pero con tres personalidades distintas. Y que en esta trinidad el PP sería el Padre, el unificador, el destinado a fagocitar a las otras dos. O sea, de nuevo el síndrome Feijóo. Este imaginario se superpone a otro que tampoco podemos eludir, que en el fondo solo hay dos partidos “verdaderos” en nuestra política de ámbito nacional, los del clásico bipartidismo. Y es la superposición de estos dos imaginarios lo que está metiendo presión a Casado. La razón es bien simple. Si se confirma la tendencia a la baja del voto a Podemos, lo lógico es que crezca el PSOE. No lo hizo en el País Vasco y Galicia, pero porque allí el voto de izquierdas tenía otros lugares a donde ir; salvo en Cataluña, en el resto del territorio o se queda en la abstención o emigra de nuevo al socialismo.

Sea como fuere, la puesta en práctica del proceso de reunificación de la derecha no es nada simple. Quizá porque Casado ha perdido demasiado tiempo tratando de hacerse con el partido y operando con el discurso equivocado, el diseñado para recuperar los votos emigrados a Vox. Hacer ahora un viaje de vuelta a posiciones más moderadas sin perder pie por el otro lado no es nada fácil. En todo caso, tengo para mí que la cuestión es más de liderazgo que de discurso. O, si se quiere, que un discurso resulta convincente si quien lo formula resulta creíble —otra dimensión del síndrome Feijóo—. El error de Casado deriva de haber estado más pendiente de hacer una dura oposición al Gobierno que de pulir sus propuestas. Probablemente, porque se fundamentó sobre el presupuesto erróneo de que las consecuencias de la pandemia acabarían arrastrando a Sánchez.

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Pero hay algo más. Si vemos cómo se distribuye la representación en el Congreso, por muy elevado que llegue a ser el voto a la derecha —una o trina, da igual—, es casi imposible que llegue a gobernar a menos que consiga mayoría absoluta. Y esto, nos guste o no, pasa porque sea capaz de representar la complejidad de nuestras identidades nacionales. Por lo que hemos visto una y otra vez en las últimas elecciones, la visión de España de las tres derechas no acaba de encajar con la nueva sociología del país. Además, el otro imaginario que aún permanece desde el bipartidismo, que el partido más votado acaba siendo apoyado por los nacionalismos, se ha hecho añicos. El viaje del PP no es solo al centro político; debe serlo también a la periferia geográfica.

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