Columna

Países Bajos y el rigor relativo

Desde hace décadas, el sistema fiscal holandés permite que las multinacionales se ahorren millones de euros que deberían estar en las arcas del Estado de diferentes países, incluidos los mediterráneos

Mark Rutte ayer a su llegada a la cumbre que se celebra en Bruselas.JOHN THYS / POOL (EFE)

El pasado febrero, cuando la covid-19 estaba expandiéndose pero aún no lo sabíamos, los 27 líderes europeos se reunieron en Bruselas para cerrar el presupuesto comunitario. Mark Rutte, primer ministro neerlandés, llegó con una biografía de Chopin bajo el brazo. Se había llevado un libro para no aburrirse porque no tenía nada que negociar, le dijo a los periodistas: “Nuestra postura está muy clara”. Esa boutade estaba calculada para reforzar una imagen de firmeza que le funciona muy bien con su electorado. Las negociaciones fracasaron.

Cinco meses más tarde, el mundo es otro. El ...

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El pasado febrero, cuando la covid-19 estaba expandiéndose pero aún no lo sabíamos, los 27 líderes europeos se reunieron en Bruselas para cerrar el presupuesto comunitario. Mark Rutte, primer ministro neerlandés, llegó con una biografía de Chopin bajo el brazo. Se había llevado un libro para no aburrirse porque no tenía nada que negociar, le dijo a los periodistas: “Nuestra postura está muy clara”. Esa boutade estaba calculada para reforzar una imagen de firmeza que le funciona muy bien con su electorado. Las negociaciones fracasaron.

Cinco meses más tarde, el mundo es otro. El crecimiento se ha desplomado; han muerto miles de personas. El Consejo lleva reuniéndose desde ayer para desbloquear el presupuesto y un fondo de reconstrucción, y acordar los detalles y condiciones. El problema es que unos llegan más necesitados que otros. Italia y España son los más vapuleados por la crisis sanitaria, económica y social, y les urge que el grifo se abra lo antes posible. La Haya es el principal escollo: vuelve a usar la dureza como marca. Como Austria, Suecia y Dinamarca, quiere recortar los fondos y se opone a inyectar dinero sin condiciones.

Pero Países Bajos da un paso más allá: exige unanimidad para aprobar los planes nacionales, poder vetar lo que no le convenza. Eso en la práctica hace que las discusiones se eternicen y el dinero no llegue a donde se necesita.

Sería muy fácil describir a Rutte o a su partido, o incluso a los neerlandeses, como seres fríos sin empatía. Estaríamos usando la misma brocha gorda que Jeroen Dijsselbloem, entonces ministro de Finanzas y presidente del Eurogrupo, cuando acusó a los países del Sur de gastarse el dinero en mujeres y alcohol durante la crisis de la deuda griega. Para resolver este problema, lleno de líneas rojas y consideraciones técnicas, hay que tener en cuenta que venimos de lugares muy distintos, pero no caer en la guerra cultural.

Rutte tiene su posición nacional, igual que España. El discurso sobre vivir según las posibilidades de cada uno le sirve para calentar antes de las elecciones del año que viene. Aunque allí muchas voces llevan meses pidiendo flexibilidad, la gente está a favor de una política fiscal conservadora. No podemos dejarles que hagan suyo el sermón del trabajo duro y la vida frugal porque no ha habido más frugalidad que la del Sur: trabajamos más por menos. Alemania ha sabido verlo: sin un mercado común no habrían prosperado. Sin respuesta contundente y común no saldremos de esta.

Además, La Haya debería aplicar el rigor no solo a los gastos, sino también a los ingresos. Desde hace décadas su sistema fiscal permite que las multinacionales se ahorren millones de euros que deberían estar en las arcas del Estado de diferentes países, incluidos los mediterráneos. De eso va también la estabilidad presupuestaria.

@anafuentesf

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