Columna

Del chantaje a la amenaza híbrida

Los términos con que los expertos definen los fenómenos sociopolíticos no siempre son inocentes. La demonización semántica de la migración es un ejemplo, y también yesca para la hoguera populista

Chalecos utilizados por migrantes que cruzan desde Turquia a Grecia, se acumulan en la localidad de Mithimna, al norte de la isla de Lesbos.ÁLVARO GARCÍA

Entre las pocas actividades que siguieron funcionando plenamente durante el confinamiento, está el rincón de pensar de los think tanks, esos centros de análisis que son una suerte de arúspices del devenir del mundo. Sus valiosos diagnósticos y prospectivas contribuyen a definir políticas y a conformar, de manera cada vez más central, la opinión pública, aunque a menudo informen una neolengua que puede distorsionar la percepción de la realidad. Demasiada influencia, dicen sus críticos, que les reprochan incurrir en sofismas o, como sucede a veces con las estadísticas, sostener una cosa y...

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Entre las pocas actividades que siguieron funcionando plenamente durante el confinamiento, está el rincón de pensar de los think tanks, esos centros de análisis que son una suerte de arúspices del devenir del mundo. Sus valiosos diagnósticos y prospectivas contribuyen a definir políticas y a conformar, de manera cada vez más central, la opinión pública, aunque a menudo informen una neolengua que puede distorsionar la percepción de la realidad. Demasiada influencia, dicen sus críticos, que les reprochan incurrir en sofismas o, como sucede a veces con las estadísticas, sostener una cosa y su contraria según las circunstancias (o las conveniencias). Pequeñas cuestiones de retórica, en fin, en las que pocos reparan, no hay más que ver el parvo nivel de la conversación en general.

Pero qué sería de nosotros sin los think tanks, con la ventaja añadida de que uno siempre puede encontrar aquel que apuntale lo que se quiere decir y ese otro que confirme cuanto desee rebatirse, opinan los más críticos. Desde Chipre —país pequeño pero muy relevante en el maremágnum del Mediterráneo oriental—, sorprende hallar en el análisis de un think tank de Nicosia la caracterización de los migrantes que penosamente llegan a Grecia desde Turquía como peones de una guerra híbrida contra Europa. Como suena. O para ser más precisos, “la migración masiva como amenaza híbrida a la seguridad europea”.

El texto se refiere a las periódicas amenazas del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de abrir el grifo de salida de los refugiados para presionar a Grecia y la UE. Nada que no hiciera en el pasado Marruecos regulando aviesamente el flujo de pateras en función de las ayudas de Bruselas, pero entonces se le llamaba simplemente chantaje. La argucia del caballo de Troya es conocida desde Homero, así que Erdogan no inventa nada, tampoco con la pretendida conversión —y provocación— de Santa Sofía, que tiene a Grecia y Rusia muy enfadadas. Lo preocupante es el nuevo grado de demonización que arroja ese concepto de amenaza híbrida contra los seres por definición más vulnerables: los que lo arriesgan todo por huir de la guerra y la miseria. El propio Chipre es hoy el país con mayor ratio per cápita de solicitantes de asilo de la UE.

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Hay una línea recta, directa, entre esa criminalización semántica, abstracta, y la hoguera populista a la que se les echa estos días en zonas de España o Italia, culpándoles de ser foco de contagio del coronavirus. Bastante condena tienen con sobrevivir en guetos, confinados —en toda la extensión de la palabra— en los márgenes de una sociedad y un mercado que los necesita para que no se pudra la fruta en los árboles. Así que cuidado con conceptos tan aparentes geopolíticamente hablando como insanos: el de amenaza híbrida es solo el penúltimo, pero quién sabe cuántas piras más puede prender.

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