‘Reloaded’

La nueva normalidad es la realidad con aumento como de lupa derivada que, en lo positivo, debería subrayar una renovada vitalidad, una carga recargada con nuevos bríos de ilusión y empeño

JORGE F. HERNÁNDEZ

Hay un raro hálito lila con bordes en morado que parece invisible, por lo menos impalpable, cuando se miran de cerca los afectos imbatibles. No lo quiebra el cubrebocas y parece sobrevivir a pesar de esto que llaman la nueva normalidad, que no es más que la realidad aumentada. La nueva normalidad es la realidad con aumento como de lupa derivada del anglicismo reloaded que, en lo positivo, debería subrayar una renovada vitalidad, una carga recargada con nuevos bríos de ilusión y empeño, pero que —en lo negativo—no es más que la necia fealdad de la mascarilla, la pegajosa baba del gel hid...

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Hay un raro hálito lila con bordes en morado que parece invisible, por lo menos impalpable, cuando se miran de cerca los afectos imbatibles. No lo quiebra el cubrebocas y parece sobrevivir a pesar de esto que llaman la nueva normalidad, que no es más que la realidad aumentada. La nueva normalidad es la realidad con aumento como de lupa derivada del anglicismo reloaded que, en lo positivo, debería subrayar una renovada vitalidad, una carga recargada con nuevos bríos de ilusión y empeño, pero que —en lo negativo—no es más que la necia fealdad de la mascarilla, la pegajosa baba del gel hidroalcohólico sobre los guantes de plástico y la pantalla clara que cubre a muchos como si fueran neurocirujanos deambulantes.

La realidad aumentada son esos códigos que sustituyen al menú en los restaurantes para evitar que la yema del índice señale el precio de los platillos incomprensibles y es también la aséptica manera de leer los nuevos libros que llevan música implícita en sus páginas y videos aleatorios para ciertos párrafos; es la recargada cotidianidad de siempre con una nómina insospechada de novedades: los lugares que se esfumaron, las librerías que cerraron, los nombres y apellidos de los miles de muertos, la cuadrícula particular de las mentiras en las cifras y en los discursos, la pérdida de valores y los valores perdidos en las bolsas y las bolsas de basura nueva y las calles que se poblaron con fauna dispersa para volver a las aglomeraciones de la masa y las nuevas rencillas y los viejos odios, la conciencia temporal de la libertad y la lucha contra los racismos, a contrapelo de una geografía trastocada donde ya no viajan millones en aviones y hemos de suponer que Venecia no volverá a inundarse con turismo en marabunta.

Falta quizá especificar el neblumo insinuado en la primera línea de esta columna: el hálito raro en lila con morados no es más que las mismas ganas de siempre de besarla, el abrazo entre los amigos y la diminuta micropartícula de saliva que sale siempre volando de sobremesa en una comida con amores, esa babita al filo de los labios que antiguamente dejó de producir asco y ahora insinúa quizá el pavor de un nuevo contagio, pero la invisible neblina lila que se esfuma entre dos que se quieren besar es como una impalpable extensión de los labios; es deseo y por ende, imaginación… pero también memoria y por ende, beso. El beso de nuestros labios que ni el más siniestro virus vuelto pandemia ha sido capaz de borrar.

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