Columna

Ahora, la educación

Las familias han tomado conciencia de las fortalezas y debilidades del sistema

Aula de un instituto de enseñanza secundaria de Madrid, en una imagen de archivo.CARLOS ROSILLO

Los profesores y las familias han tenido que improvisar para afrontar las consecuencias del cierre en marzo de los centros educativos. Con un trabajo en equipo digno de ser reconocido, se ha superado la falta de recursos con imaginación y dosis de voluntarismo para no dar por perdido el curso. El resultado logrado quizás no sea óptimo en términos académicos, pero nos deja algunos aprendizajes muy valiosos desde los que poder impulsar las reformas que nuestro sistema necesita sin dilación.

El primero es el fortalecimiento de la idea de comunidad educativa gracias al (re)encuentro de las ...

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Los profesores y las familias han tenido que improvisar para afrontar las consecuencias del cierre en marzo de los centros educativos. Con un trabajo en equipo digno de ser reconocido, se ha superado la falta de recursos con imaginación y dosis de voluntarismo para no dar por perdido el curso. El resultado logrado quizás no sea óptimo en términos académicos, pero nos deja algunos aprendizajes muy valiosos desde los que poder impulsar las reformas que nuestro sistema necesita sin dilación.

El primero es el fortalecimiento de la idea de comunidad educativa gracias al (re)encuentro de las familias con la escuela. La implicación directa que principalmente las madres han asumido en la formación reglada de sus hijos ha permitido a las familias tomar conciencia de las fortalezas y debilidades del sistema. Disponen, de hecho, de juicio crítico bien formado sobre la cantidad y la utilidad de los contenidos formativos que reciben sus hijos; han tenido conocimiento directo de la vocación firme de los docentes, así como del margen de mejora que admite su preparación como formadores; y, finalmente, han experimentado también la conveniencia de incorporar metodologías docentes más novedosas y eficaces para el aprendizaje. Por su parte, los centros educativos han adquirido una idea más precisa de los entornos familiares de sus estudiantes detectando aquellos de estructura económica o nivel cultural más frágil. La precariedad de estos hogares muestra una brecha de acceso y uso a recursos digitales que agranda la desigualdad hasta convertirla en un lastre definitivo para quien la sufre, si no se adoptan las medidas para remediarlo.

El segundo aprendizaje positivo redunda en la atención que se le está prestando a la educación dentro de la agenda informativa y política diaria. Dado que la pandemia ha servido para visibilizar con crudeza los problemas que acumula el sistema educativo, no parece responsable dejar de insistir ahora en la conveniencia de resolverlos. Con todo, abordar la cuestión con acierto exige aproximarse con voluntad de acuerdo a cada una de las cuestiones sobre los que nos vienen alertando los expertos y cuyos análisis están incorporados en múltiples informes.

La urgencia de preparar el próximo curso académico con cierta planificación ocupa ahora toda la atención de los centros y de las administraciones competentes. Sin embargo, deberíamos evitar que la urgencia de atender con garantías la vuelta al colegio nos impida aprovechar la oportunidad de incorporar a la conversación las cuestiones más estratégicas sobre las que habría que articular la reforma de todo el sistema educativo, también lo que afecta a la Universidad. Las reformas son un imperativo si queremos fortalecer el mecanismo encaminado a formar personas críticas en un mundo complejo y garantizar la preparación de profesionales abocados a un mercado laboral en constante transformación. La reconstrucción resiliente de nuestro país difícilmente resultará creíble sin tener esto bien presente. Lo dicho: ahora, toca la educación.


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