Equidislistos
Se desdibuja el valor de la moderación, casi hasta quedar desprestigiado
La política española tiene un problema creciente: se desdibuja el valor de la moderación, casi hasta quedar desprestigiado. De hecho, la equidistancia se ha convertido en un sambenito. Ya sucedió en torno al 1-O. Cualquiera que cuestionara el golpismo institucional y a la vez desconfiara de la solución policial, era descalificado como equidistante, aunque estuviera lejos de mantener la misma distancia con una cosa y la otra. Esto regresa ahora. Quien se pronuncie contra la actual tensión populista hacia los extremos, ya en la derecha exacerbada que huele la debilidad del Gobierno, ya en la izq...
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La política española tiene un problema creciente: se desdibuja el valor de la moderación, casi hasta quedar desprestigiado. De hecho, la equidistancia se ha convertido en un sambenito. Ya sucedió en torno al 1-O. Cualquiera que cuestionara el golpismo institucional y a la vez desconfiara de la solución policial, era descalificado como equidistante, aunque estuviera lejos de mantener la misma distancia con una cosa y la otra. Esto regresa ahora. Quien se pronuncie contra la actual tensión populista hacia los extremos, ya en la derecha exacerbada que huele la debilidad del Gobierno, ya en la izquierda frankensteiniana en el poder, de inmediato es equidistante. La argucia es de 1º de Manipulación: primero alguien te estampa la etiqueta de “equidistante”, y después te ataca por serlo. O sea, su propia etiqueta es su argumento descalificante. Así te convierten en equidistonto; naturalmente desde la condición de equidislistos.
Una vez estampada la etiqueta de la equidistancia, viene otra falacia tipo falso dilema: proclamar que es miserable ser equidistante entre los fascistas y los antifascistas; entre Billy el Niño y Enrique Ruano; entre Hitler y los judíos... Por supuesto, todo esto es falso. Nadie razonable —eso requiere no ser radical— es equidistante entre verdugos y víctimas. Nadie equipara a Billy el Niño y Enrique Ruano. Si acaso, sí a Billy el Niño y, por ejemplo, el policía castrista que tortura al poeta homosexual Reinaldo Arenas. O equidistante entre la Escuela de Mecánica de la Armada en Buenos Aires y el Gulag. Y suma y sigue. Lo que ocurre es que planteado en los términos falaces de fascismo/antifascismo, queda claro que hay un lado correcto en la Historia y otro inmoral. La homologación como demócrata no es ser antifascista, cosa que va de suyo, sino antitotalitario, antitodototalitarismo. La amenaza viene de los extremos.
La equidistancia es irreal. No hay tal. Pero hay que huir del debate tramposo que exige definir qué lado es peor… Sin ser iguales, hacer ese ranking es perverso porque siempre busca proponer buenos/malos; y no hay buenos en la tensión provocada por los populismos de los extremos ideológicos. No son simétricos ni paralelos en el tiempo, pero ambos tratan de polarizar y rebajar la dimensión racional de la política, provocando un arrastre de los bloques. Ahora la derecha está en la oposición, más proclive a la ferocidad (nada que no sepa el PSOE: baste recordar su respuesta a un caso de Ébola y el sacrificio del perro Excalibur); y la izquierda está en el poder, con otra clase de abusos (nada que no sepa el PP: baste recordar la policía patriótica o el control del poder judicial), pero en definitiva se impone el maniqueísmo para deslegitimar al otro bloque. Sánchez equipara a Casado y Abascal, diciendo “tanto monta”; y desde el otro lado replican “monta tanto” Sánchez o Iglesias. Ya se ha escrito aquí sobre la podemización del PSOE y la voxización del PP, dos estilos distintos pero con un mismo fin bajo la lógica amigo/enemigo de Schmitt. Así enferman las democracias… y a veces mueren.