Columna

Corona virus

Alguna vez, en lo peor del confinamiento, me dio por pensar qué estaría haciendo el rey emérito

Don Juan Carlos de Borbón sale del Hospital Universitario Quirón de Madrid, en agosto de 2019.Víctor Sainz

Alguna vez, en lo peor del confinamiento, me dio por pensar qué estaría haciendo el rey emérito. Según las crónicas, Juan Carlos de Borbón pasa el encierro en el palacio de la Zarzuela, al que regresó tras enterrar a su hermana Pilar en enero y pasar varias semanas cazando en fincas de amigos hasta las vísperas del estado de alarma. Ya entonces, presumen quienes dicen saberlo todo, el monarca rumiaba la idea de desaparecer del mapa y retirarse al Caribe a disfrutar su vejez al amor del jet y el yate de algún magnate. Yo, sin embargo, pensaba en qué estaría rumiando el viejo león, enjaul...

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Alguna vez, en lo peor del confinamiento, me dio por pensar qué estaría haciendo el rey emérito. Según las crónicas, Juan Carlos de Borbón pasa el encierro en el palacio de la Zarzuela, al que regresó tras enterrar a su hermana Pilar en enero y pasar varias semanas cazando en fincas de amigos hasta las vísperas del estado de alarma. Ya entonces, presumen quienes dicen saberlo todo, el monarca rumiaba la idea de desaparecer del mapa y retirarse al Caribe a disfrutar su vejez al amor del jet y el yate de algún magnate. Yo, sin embargo, pensaba en qué estaría rumiando el viejo león, enjaulado por un virus al que ni siquiera él es inmune, en la peor hora de su vida, recién repudiado por su propio hijo para no verse salpicado por sus enjuagues y salvar a la Corona. Lo imaginaba a ratos, como todos. Ora subiéndose por las paredes de tedio. Ora melancólico añorando paraísos perdidos. Ora muerto de miedo, pena y autoindulgencia mientras extramuros morían solos miles de paisanos de su quinta, entre ellos sus íntimos Carlos Falcó y Alfonso Cortina.

Dicen que el anciano no está solo del todo. Que come civilizadamente con su aún esposa, Sofía, y su cuñada Irene, presos los tres en la misma cárcel dorada. Que habla con sus hijas y nietos. Que Felipe VI, hijo aparte de Rey, le visita. Y que mata el tiempo enganchado al WhatsApp y las videollamadas. No da pena. Tampoco gloria. Esta semana hace un año que anunció su retirada de la vida pública. Desde entonces le hemos visto poco el perfil de las pesetas. Ahora, con el alivio del encierro, está al caer la primera foto de su vuelta a una calle que dejó de entender hace lustros, los mismos que la calle dejó de disculparle. Llevará mascarilla, guardará distancia, mantendrá regio el porte y campechano el espíritu. Da igual. El virus de su reinado tiene el calibre del elefante que fue a cazar a Botsuana hace ocho años, y aún no ha dado negativo en la PCR.

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