Los que mataron a Liberty Valance
Siempre que se habla del final de una época, con razón o sin ella, pienso en John Ford
Puede y ha de escucharse a los sabios, los científicos y los viejos, pero siempre que se habla del final de una época, con razón o sin ella, pienso en John Ford.
Ford decía de John Wayne que era la mirada del siglo XX; Garci dice que la mirada de John Ford, partida por un parche, le ha dado un par de vidas de repuesto. Toda su carrera documentó la decadencia de un mundo que se evaporaba en favor de otro que empezaba a intuirse, y en ninguna de sus películas llegó tan lejos como en El hombre que mató a Liberty Valance. Allí hace morir con dignidad un universo crepuscular, John Wa...
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Puede y ha de escucharse a los sabios, los científicos y los viejos, pero siempre que se habla del final de una época, con razón o sin ella, pienso en John Ford.
Ford decía de John Wayne que era la mirada del siglo XX; Garci dice que la mirada de John Ford, partida por un parche, le ha dado un par de vidas de repuesto. Toda su carrera documentó la decadencia de un mundo que se evaporaba en favor de otro que empezaba a intuirse, y en ninguna de sus películas llegó tan lejos como en El hombre que mató a Liberty Valance. Allí hace morir con dignidad un universo crepuscular, John Wayne, repleto de códigos que descansan sobre el ejercicio de la fuerza; allí levanta, sobre la figura de James Stewart, una especie de democracia encarnada en un abogado que responde a las amenazas con leyes hasta que el mal, Lee Marvin, lo cita en un porche —todo pasa en los porches, el lugar en el que uno no está dentro ni fuera—, y a Stewart lo saca del apuro una pistola, no el Código Penal. Nada grave si los dos hombres no aspirasen al amor de la misma mujer. “La mirada de Ford, dirigida hacia una sociedad mansa y pusilánime, es implacable. Es tremendo que Tom Doniphon (John Wayne), un pequeño ranchero, sacrifique su amor en beneficio de un mundo que rebosa egoísmo. Él quema su hogar, ella se envenena”, escribe José Luis Garci.
Garci publicó en 2014 un libro, Las 7 maravillas del cine (Notorius Ediciones), en el que habla con tanta pasión del cine que emociona leerlo. Recordé el libro hace unas semanas por un tuit de la periodista Raquel Peláez en el que decía escuchar Cowboys de medianoche (Garci, Luis Alberto de Cuenca, Torres-Dulce y Luis Herrero) por “el amor, el entusiasmo verdadero con el que algo hablan de algo les gusta muchísimo, en este caso el cine” y, cuando me puse a buscarlo, recordé que me lo había regalado Garci por manos de Gistau, y lo había dedicado diciendo que hay películas en las que “nos quedaríamos a pasar parte de nuestra vida, es decir, nos quedaríamos a vivir en su imaginación”. En el libro tiene que elegir sólo una película de John Ford y elige Liberty Valance por encima de Centauros del desierto, que para Garci es elegir entre cortarse el brazo izquierdo o el derecho, pero como dedica 20 páginas a disculparse, prácticamente es como si hablase de las dos. ¿Y por qué? Centauros, dice el director, es una obra maestra. Pero Liberty Valance es “un testamento”, “la democracia en acción”, “los estertores de su tan querida época” y, en definitiva, la confrontación entre lo real y lo legendario.
Escribe, a propósito de Tom Doniphon, que, al igual que Atticus Finch, la doctora Cartwright o Rick Blaine, “son héroes que pelean por sociedades en las que luego ellos mismos no pueden instalarse por sentirse incómodos”. Como el propio Ford echándose a un lado tras dar cuenta de esa sociedad. El hombre que mató a Liberty Valance cuenta la verdad, no la leyenda; ocurre que la verdad es consecuencia de la leyenda, por eso, aunque criticado en su momento, el final de la película (esa escena en el tren del matrimonio perfecto) funciona como aviso inmediato a las generaciones del mundo nuevo: las vidas construidas sobre una mentira pueden ser reales; los sentimientos, no.