Opinión

Éticas en la pandemia

El presidente mexicano ve en la pandemia un accidente de la historia que no puede detener sus convicciones, pues ello sería tanto como traicionarse a él mismo

Usuarios del transporte público de Ciudad de México pasan este lunes por un filtro de seguridad.José Pazos (EFE)

En enero de 1919, Max Weber dictó la célebre conferencia La política como vocación. En ella identificó varios aspectos del ejercicio del poder político y, destacadamente, de las éticas desde las cuales se ejercía. Al respecto dijo: “Tenemos que ver con claridad que cualquier acción orientada éticamente puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí y totalmente opuestas: puede orientarse según la ética de la convicción o según la ética de la responsabilidad. No es que la ética de la convicción signifique una falta de responsabilidad o que la ética de la responsabilida...

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En enero de 1919, Max Weber dictó la célebre conferencia La política como vocación. En ella identificó varios aspectos del ejercicio del poder político y, destacadamente, de las éticas desde las cuales se ejercía. Al respecto dijo: “Tenemos que ver con claridad que cualquier acción orientada éticamente puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí y totalmente opuestas: puede orientarse según la ética de la convicción o según la ética de la responsabilidad. No es que la ética de la convicción signifique una falta de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad suponga una falta de convicción. No se trata de eso. Sin embargo, entre un modo de actuar conforme a la máxima de una ética de convicción, cuyo ordenamiento, religiosamente hablando dice: el cristiano obra bien y deja los resultados a la voluntad de Dios, y el otro modo de obrar según una máxima de la ética de la responsabilidad, tal como la que ordena tener presente las previsibles consecuencias de la propia actuación, existe una insondable diferencia”.

Para Weber existen líderes y movimientos que, partiendo de determinadas condiciones psicológicas y sociales, entienden que su actuar debe dirigirse por completo a la realización de un designio o una misión, con independencia de las consecuencias colaterales que en el tránsito puedan producirse. Desde este entendimiento de las cosas, la muerte de personas en una guerra, la depreciación de los salarios o la instrumentalización de los seres humanos están sometidos y justificados por el designio a realizar. Expresiones como “hágase justicia, aunque perezca el mundo” o “el fin justifica los medios”, dan cuenta de esta manera de ejercer el poder. Quien concretamente actúa bajo este designio se entenderá liberado de responsabilidad en caso de que el empeño fracase o los costos sean enormes. Para él, lo único verdaderamente importante será el mantenimiento de la convicción misma y la fortaleza para tratar de alcanzar su realización. El abandono de una u otra será lo único reprochable. Todo lo demás no solo le estará permitido, sino claramente exigido.

La otra manera de llevar a cabo la acción política a la que aludía Weber, consiste en sopesar las consecuencias del actuar. Establecer relaciones entre medios, fines y costos de los diversos cursos de acción, es decir, evaluar la racionalidad de los medios y la posibilidad de que los seres humanos, a quienes están dirigidas las normas de conducta o los beneficios esperados, se comporten de manera distinta a lo previsto en el proyecto de gobierno. Ante el fracaso, el líder o el movimiento asumirán la responsabilidad por no haber previsto los obstáculos o las maneras de evitarlos o superarlos.

Weber apuntaba, con razón, que cualquiera de las éticas acabadas de señalar, difícilmente pueden encontrarse en estado puro. La realidad es una tensa mezcla de momentos o campos en los que se debaten las posibilidades de una u otra manera de ejercer el poder. Ello obliga a identificar cuál de esas éticas predomina, no respecto de un gobierno concreto de una vez y para siempre sino, y más allá de la tendencia común que desde luego sí es identificable, en circunstancias particulares y concretas. Esto es así, pues bien podría suceder que gobiernos que en términos generales se comporten con base en convicciones o asuman responsabilidades, en algunos aspectos del enorme campo que tienen que cubrir, lo hagan de manera diversa. Lo cual no podría provocar que el ejercicio del poder se distorsionara de tal modo que no fuera posible identificarlo, sino simplemente conduciría a reconocer las particularidades en una circunstancia o situación específica.

Lo hasta aquí dicho me permite formular ya una pregunta que estimo relevante. ¿Con qué tipo de ética se está enfrentando en México la pandemia de la covid-19? Sin ambages, considero que el Gobierno del presidente López Obrador actúa, predominantemente, bajo la ética de la convicción. Atendiendo a sus propias palabras, lo que a él le interesa es la transformación del país para lograr una sociedad más igualitaria. Que ello quiera lograrse, al menos en lo inmediato, a través de la disminución de la calidad de vida de quienes más tienen, y no así el aumento de la de quienes menos tienen, es solo un modo de realización del proyecto, pero en modo alguno, una desviación de él. Con profunda convicción, el presidente busca mayor igualdad. Por este fin, ajustar el ejercicio de los derechos humanos con la entrega directa de recursos, acumular funciones o afectar el desarrollo de ciertos sectores productivos es, para él, solo la vía para lograr justicia social.

Si desde mi punto de vista la acción general del presidente es fácilmente identificable con la ética de la convicción, ¿qué sucede con la concreta acción gubernamental respecto de la covid-19? ¿Esta última es una expresión más de aquélla o es, por el contrario, la expresión de una de esas tensiones profundas a que se refería Weber? La cuestión aquí planteada no es trivial ni meramente académica. De lo que se trata es de identificar, finalmente, cómo es que el Gobierno federal está nominando a la crisis, qué tipo de naturaleza le está asignando y qué tipo de herramientas utilizará para enfrentarla. Si, por decir lo obvio, la estima como un mal producto del neoliberalismo, la enfrentará con instrumentos sanitarios, económicos y sociales que considere adecuados para combatir los males del propio neoliberalismo. De esta manera, la crisis podría considerarse como algo que viene “como anillo al dedo”, pues al combatir una enfermedad se resuelve un mal social mayor o, en sentido inverso, al enfrentar al tenido como el mayor mal cultural de nuestro tiempo, se resuelve también lo concerniente a la pandemia. Si, de manera por demás distinta, desde el Gobierno se estima que la pandemia es un fenómeno biológico con graves consecuencias humanas, sociales y económicas que le corresponde resolver por su mera condición de autoridad, la actitud será diversa. Estimará que las mediciones, los insumos, las vidas en peligro, las pruebas, los empleos y una serie de elementos concretos y claramente identificables, serán su responsabilidad y por lo mismo responderá frente a cada uno de ellos. Las diferencias son profundas y las consecuencias para la población sometida a esa autoridad, también.

Nuevamente, ¿la covid-19 está siendo considerado por el actual Gobierno federal como una excepción a su modo ordinario de ejercer el poder (convicción) o, por el contrario, está implicando una excepción al mismo para manejarse desde la ética de la responsabilidad en los términos apuntados por Weber? Desde estas condiciones weberianas, me parece que tanto la covid-19 como sus posibles y extensos efectos, se están manejando desde la matriz general de la ética de la convicción. Ello, porque el tratamiento de la pandemia se ha instrumentalizado desde el aumento de la igualdad o, más bien, la disminución de la desigualdad. Dicho en términos weberianos, el presidente ha mantenido, sin variación alguna, su convicción de que como este país está mal por lo mucho que tienen pocos y lo poco que tienen muchos, es preciso revertir tal condición. Que la pandemia se haya presentado, es un accidente de la historia que no puede detener sus convicciones, pues ello sería tanto como traicionarse a él mismo y al movimiento que encabeza. Con pandemia o sin ella, lo que en esa visión se requiere es la transformación de México. Ello pasa por darle dinero directamente a quienes menos tienen, con independencia de donde se obtengan los correspondientes recursos. La necesidad de asignar insumos adecuados y constantes a los centros de salud está subordinada al plan general; también el mantenimiento de las fuentes de trabajo. La convicción transformadora no solo no va a cesar en la crisis epidémica y social que se avecina. La misma servirá para lograr, sino una total igualdad, sí al menos la extensión de ésta.

El manejo epidemiológico de la crisis es mera derivación de la ética que le está dando sentido a la pandemia. Desde el lado de la salud, la precariedad de los modelos de registro, la subutilización de pruebas, la falta de prevención y capacitación, la indebida concentración de información, la reticencia a debatir científicamente o la pobre asignación de insumos, muestran la convicción del accidente transitorio que nos aconteció en la marcha hacia el proyecto de igualdad que finalmente llegará. El abandono de las empresas a su suerte, la incapacidad de articular un ingreso universal para los trabajadores informales o la falta de estímulos fiscales y financieros, muestran el mismo aspecto de la propia convicción. Ésta parece quedar comprendida en que la población de México será igual o no será. Cómo haya de serlo, parece fruto mismo de la convicción, un asunto más bien instrumental.

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