Ante la ruina general de una época
No nos imaginamos aún la dureza de la vida que nos espera por la letal combinación de una doble crisis, la sanitaria, y la económica
No son buenas noticias. Tras apostar por abrir los bares antes que las escuelas, nefasta opción de prioridades, no nos imaginamos aún la dureza de la vida que nos espera por la letal combinación de una doble crisis, la sanitaria, y la económica. Las grandes instituciones financieras nos aseguran que incluso si controlamos el virus para poder convivir con él, lo que aún no ha ocurrido, nos asomaremos a un cuadro similar al de la Gran Depresión mundial de 1929, que se prolongó durante una década. 2020 marcará nuestras vidas como un antes y un después.
En Estados Unidos el New Deal se con...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
No son buenas noticias. Tras apostar por abrir los bares antes que las escuelas, nefasta opción de prioridades, no nos imaginamos aún la dureza de la vida que nos espera por la letal combinación de una doble crisis, la sanitaria, y la económica. Las grandes instituciones financieras nos aseguran que incluso si controlamos el virus para poder convivir con él, lo que aún no ha ocurrido, nos asomaremos a un cuadro similar al de la Gran Depresión mundial de 1929, que se prolongó durante una década. 2020 marcará nuestras vidas como un antes y un después.
En Estados Unidos el New Deal se concibió en los escombros de la Gran Depresión. El colapso de la Bolsa de Nueva York, en octubre de 1929, inició la más larga y grave depresión sufrida por el mundo occidental industrializado; en 1933, 11.000 de los 25.000 bancos de EE UU habían desaparecido. El tsunami iniciado en Wall Street llegó a Europa afectando especialmente a Alemania. La hiperinflación se llevó por delante el marco alemán y con él la democrática República de Weimar. Stefan Zweig cuenta en El mundo de ayer que “nada envenenó tanto al pueblo alemán, nada encendió tanto su odio y lo maduró tanto para el advenimiento de Hitler, como la inflación”.
Estados Unidos sufrió una crisis social y económica brutal. Millones de estadounidenses vagaban con sus camionetas, o subidos como polizones en los trenes de mercancías, de ciudad en ciudad, nómadas en un exilio interior: hambrientos, desesperados, para buscar un trabajo que no existía. John Steinbeck lo relata en Las uvas de la ira.
Y en 1932 llegó Franklin Delano Roosevelt a la presidencia y mandó parar. Afirmó que a lo único que debemos temer es al miedo mismo. Pidió al Congreso un amplio poder ejecutivo para afrontar la depresión. Y lo logró, para sacar adelante una cascada de leyes regulatorias, en una completa reestructuración de la economía, incrementando la intervención del Estado. El New Deal salvó al capitalismo americano. Y ya en los años 40, preparó al país para asumir un papel relevante en la seguridad mundial. FDR concebía la presidencia sobre todo como un lugar de liderazgo moral. Y la ejerció con dignidad, en las antípodas de la conducta, un siglo después, de Trump.
La Gran Depresión confirmó la necesidad de un Estado fuerte, idea que reaparece en 2020 propulsada por la epidemia. El riesgo para la democracia y la salud es hoy un Estado vulnerable, erosionado por años de descuido y maltrato, que a duras penas puede actuar ante los grandes retos. El Financial Times, la biblia del orden liberal, afirmaba en un reciente editorial que “reformas radicales (...) tendrán que ponerse encima de la mesa. Se tendrán en cuenta políticas hasta ahora consideradas excéntricas como la renta básica universal y un nuevo impuesto sobre la riqueza”. ¿Estamos ante la ruina general de una época? fgbasterra@gmail.com