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Hay muchas estrategias que se pueden utilizar en las relaciones políticas que denotan astucia e inteligencia. Pero Díaz Ayuso no encuentra la necesidad de recurrir al juego limpio
Se puede embaucar sin mentir, provocar sin ofender, sacudirse las responsabilidades sin cargárselas a otro. Hay muchas estrategias que se pueden utilizar en las relaciones políticas que denotan astucia e inteligencia. Pero Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, no encuentra la necesidad de recurrir al juego limpio. Le viene más a cuenta optar por ideas simples y brutales, que sacuden las aguas de la razón como una piedra. Hay en su mirada un encono ciego y en su expresión una orgullosa chulería. Exhibe sin pudor el regusto de ostentar el poder en una época en que la mentira no se en...
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Se puede embaucar sin mentir, provocar sin ofender, sacudirse las responsabilidades sin cargárselas a otro. Hay muchas estrategias que se pueden utilizar en las relaciones políticas que denotan astucia e inteligencia. Pero Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, no encuentra la necesidad de recurrir al juego limpio. Le viene más a cuenta optar por ideas simples y brutales, que sacuden las aguas de la razón como una piedra. Hay en su mirada un encono ciego y en su expresión una orgullosa chulería. Exhibe sin pudor el regusto de ostentar el poder en una época en que la mentira no se envuelve con retórica sino que se ha convertido en el discurso en sí. El embustero aficionado es el que suelta su trola rápido, pero cunde hoy en la política un agitar el embuste ante las narices del adversario. Toma, chúpate esa.
Díaz Ayuso comenzó su andadura presidencial con los ojos candorosos de la discípula, pero enseguida se vino arriba. Llevaba años siguiendo los tutoriales de su maestra, Esperanza Aguirre. Pensábamos al principio de su mandato que al ser novata metía la pata, en verdad lo parecía, hasta que advertimos que se trataba del singular estilo del sincomplejismo. Esta semana, Ayuso mostró todo su plumaje: abandonó una reunión con el presidente para ir a misa; dijo una cosa y su contraria, criticó al Gobierno por tenernos en arresto domiciliario y se dio un baño de masas en Ifema; se puso el mandil de freír calamares y defendió con salero la comida basura para los niños pobres. ¡Pizza, sándwich, Coca-Cola! Siempre mejor que el menú venezolano. De tan burda que fue la manera de sacar a relucir Venezuela, reconozco que me provocó la risa. Un chiste gracioso de tan malo. Ay, qué jodidos esos adultos buenistas: encima de que esas pobres criaturas están malviviendo en pisos de mierda les queremos rematar con verduras. Le faltó a Ayuso comerse una pizza chorreante, tal y como hiciera Donald Trump con la hamburguesa. Pero aun sin la demostración práctica, hay que reconocer que tuvo su aquel eso de que recitara el menú ante el micrófono de la Asamblea. Sin gorrito, pero bueno. Concentrados como estábamos en los menús basura poco nos acordamos de los trabajadores que hasta la pandemia hacían la comida de los escolares. Se han sumado al paro, como así ha ocurrido con las sanitarias de Ifema, a las que se les había prometido continuar en la segunda fase de la crisis.
Pero Ayuso posee el don de ignorar cuando le interesa que ella es la principal responsable de lo que ocurra en Madrid. La comunidad ha sido el laboratorio de esa derecha americanizada que dio su nota más alta en sus trapacerías del 11-M. De la mentira y las teorías conspiranoicas se valieron también un año más tarde, cuando acusaron a un médico de la sanidad pública, el doctor Montes, de matar abuelos en el hospital Severo Ochoa. Miguel Ángel Rodríguez fue condenado por llamar nazi al honorable Montes y hubo de indemnizarle con 30.000 euros. Pero como nada importa, ahí está ahora, susurrando consignas al oído de la gran líder. En aquel entonces se trataba de desprestigiar la sanidad pública para acelerar el proceso de privatización. No consiguieron poco: se esquilmaron recursos, se encogió el personal y se externalizaron servicios. Es irónico que Montes trabajara en las mismas urgencias de Leganés que más han padecido los días duros de la pandemia.
Hay algo que fascina y aterra en esa actitud desafiante de la que hace gala Ayuso, esa media sonrisa cuando suelta una fresca que tanto se parece a la que Esperanza Aguirre dedicaba a los sanitarios cuando acudía a inaugurar algún hospital y era recibida por los pasillos al grito de, “¡Espe, espe, especulación!”. Como el “ángel externalizador”, se la conocía. Y ella sonreía, imperturbable, a aquellos desagradecidos. Ayuso también sonríe, sabedora de que reina en este estado de confusión que favorece que personas como ella lleguen muy lejos.