15 millones de votos: una victoria inapelable; una derrota inapelable

Ahora, los votantes contamos con una herramienta fundamental de la democracia, una herramienta perfectible que trascenderá el momento de la política actual

Una mujer deposita su voto durante la consulta de revocación de mandato en Ciudad de México, el 10 de abril.GUSTAVO GRAF (REUTERS)

Era el mejor de los tiempos políticos, era el peor de los tiempos políticos. La edad de la sabiduría del electorado y de la locura de los votantes, la época de las creencias a prueba de fraudes y de la incredulidad a base de fraudes. La era de la luz que tanto se había estado esperando y de las tinieblas que tanto se habían estado aguardando, la primavera de la esperanza que finalmente arribaba y el invierno de la desesperación que por fin había llegado.

En una palabra, la época actual es tan parecida a todas las otras, que nuestras más notables autoridades —desde el Gobierno y sus apén...

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Era el mejor de los tiempos políticos, era el peor de los tiempos políticos. La edad de la sabiduría del electorado y de la locura de los votantes, la época de las creencias a prueba de fraudes y de la incredulidad a base de fraudes. La era de la luz que tanto se había estado esperando y de las tinieblas que tanto se habían estado aguardando, la primavera de la esperanza que finalmente arribaba y el invierno de la desesperación que por fin había llegado.

En una palabra, la época actual es tan parecida a todas las otras, que nuestras más notables autoridades —desde el Gobierno y sus apéndices, pero también desde la oposición y sus apéndices— insisten una y otra y cien veces más en que, para todo aquello que se refiere al bien y al mal públicos, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.

¿15 millones de votos? Ha sido un triunfo inapelable y ha sido una derrota inapelable. Ha sido una demostración de fuerza del voto duro y ha sido una demostración de debilidad del voto duro. Ha puesto la mesa para la victoria de 2024 y ha puesto la mesa para la derrota de 2024. Es la consecuencia directa de un Gobierno que por primera vez gobierna y es la consecuencia directa de un Gobierno que por primera vez no gobierna.

La realidad, sin embargo, como sabía Charles Dickens, que, para eso, precisamente, escribió Historia de dos ciudades —el progreso no era uno u otro, sino aquello que no se acababa aún, que quizá no se acaba nunca de presentar, pues ese es su subterfugio—, no acontece según se desea —según desean, en realidad, los políticos, analistas, historiadores y hasta algunos periodistas— desde los extremos, pues es en la tensión entre esos dos anhelos opuestos en donde la realidad acontece y en donde habitan las mayorías.

¿Casi 18 por ciento de participación? Es resultado de una sociedad madura políticamente y de una sociedad inmadura políticamente. Es consecuencia de una autoridad electoral imperfecta y de una autoridad electoral perfecta. Es una regresión insospechada y es un avance insospechado. Ni una cosa ni otra, tendríamos que decir, siguiendo a Dickens, pero, sobre todo, leyendo la realidad, no como hacen los polos, es decir, anhelándola, con discursos superlativos que invitan a la creencia o la incredulidad sin argumentos —la abstención es un mensaje tanto para el gobierno como para la oposición—.

Ni la sociedad mexicana es, de pronto, políticamente madura ni es, de pronto, inmadura: tras décadas de un gobierno de partido único, al que siguió un régimen que recicló la política económica del pasado con una vuelta de tuerca, y tras el cual llegó el presente Gobierno, que recicló del pasado, a su vez, la política social con una vuelta de tuerca, es decir, tras poner fin a la dictadura del partido de Estado, la sociedad mexicana puso fin, después, al primer desengaño de la transición, tal y como podría, en un futuro cercano o no tan cercano (el PAN gobernó dos sexenios), llamarse otra vez a desengaño: la vieja nueva política social puede no ser suficiente… el presente, como el pasado, puede no ser suficiente.

Pero volvamos a los polos y sus discursos, asumiendo que lo que aconteció el domingo 10 de abril de 2022 no fue lo que deseaba el Gobierno ni la oposición. La necesidad de convertir sus palabras en creencias no deja lugar a rectificación: lo que prometían se convirtió, a pesar de la realidad misma, en lo que ahora anuncian, en lo que, aseguran, es la realidad —la distancia entre sus pretensiones y los hechos vuelve maniqueos sus discursos superlativos y, sobre todo, frágiles—: el Gobierno esperaba un poco menos del 30 por ciento de participación, mientras la oposición un poco más del 10 por ciento.

El casi 18 por ciento de participación, por lo tanto —que es mucho para unos y poco para otros—, es un número que debería resultar positivo para quienes no pertenecen a los polos, pues más allá de las lecturas de aquellos, también trasluce, además de lo lejos que está la realidad de los extremos (casi un 10 por ciento), que la madurez de nuestra sociedad está más allá de la comprensión de los polos. Y lo mismo con los 14 millones de votos al presidente: la oposición esperaba 8 millones, mientras el gobierno, 20.

La realidad, más allá de la supuesta locura o cordura de los votantes mexicanos, deja, además, otra buena noticia: el árbitro electoral, el INE, no sus consejeros, es decir, el INE en tanto institución, funcionó a pesar del recorte presupuestal —el presupuesto, está claro, era demasiado, lo cual no justifica un recorte que también pudo ser excesivo— y la consulta se llevó a cabo de un modo que molestó a ambos polos.

Pongo el acento en el INE como institución —sus consejeros ruidosos hacen política cuando deberían abstenerse de hacerla— porque es en tanto aquello, es decir, en tanto institución, que va más allá de la política superlativa y se inscribe en lo político, es decir, que trasciende el tiempo del aquí y ahora. Trasciende y sirve a todo el electorado, ganador del pasado domingo, lo sepa o no: ahora, los votantes contamos con una herramienta fundamental de la democracia, una herramienta perfectible que trascenderá el momento de la política actual.

Y es que la próxima consulta de revocación, más allá de que los polos la quieran reducir a una disputa superlativa, podría ser un hecho político. Un hecho que no acontezca, además, tan sólo en el mejor y en el peor de los tiempos.

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