El precio de entubar los ríos del Valle de México: “En el momento en que se abrió la cuenca, empezó el desequilibrio”
Los ríos que alguna vez dieron vida a la urbe hoy fluyen bajo el asfalto. Al ocultarlos, se alteró el equilibrio ecológico y el suelo empezó a resentirlo
Hubo un tiempo en que el Valle de México se movía al ritmo del agua. Los ríos servían como caminos y los canales como lugares de encuentro y vendimia. La mayoría de ellos hoy se encuentran entubados, invisibles bajo el asfalto. En la cuenca, llegaban a correr 45 ríos y, durante siglos, el mayor desafío fue mantener a la urbe a salvo de las inundaciones que ponían en riesgo su existencia.
Una de las más severas ocurrió entre el 21 y el 22 de septiembre de 1629, tras una lluvia que cubrió a la ciudad casi por completo. El agua alcanzó más de dos metros de altura y fue tan devastadora que las calles permanecieron anegadas durante cinco años. Hasta 1634.
Los primeros intentos por sacar el agua de la cuenca estuvieron a cargo del ingeniero Enrico Martínez en el siglo XVII con obras clave como el túnel de Huehuetoca o el Tajo de Nochistongo. Sin embargo, la historia de los ríos entubados de la capital se remonta a los siglos XVIII y XIX, cuando el proyecto de desecar los cuerpos de agua se mantuvo como un ideal de modernidad.
La doctora Natalia Soto Coloballes, investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM, explica a EL PAÍS que la capital mexicana era vista como una ciudad sucia, desagradable, de un olor fatal, y los daños a la salud que ocasionaba esa insalubridad fomentaron brotes de enfermedades como la tifoidea y el cólera, dos de las principales causas de muerte en la época.
Por la ciudad corrían ríos como el Consulado o de la Piedad, caudales que se llenaban de agua durante la época de lluvias. Sin embargo, en la época seca del año apenas llevaban agua, y el cauce se convertía en una mezcla de lodo y charcos estancados. A eso se sumaban los restos de basura o animales muertos que se arrojaban ocasionalmente a los cuerpos de agua. Soto señala que incluso hay registros de cadáveres hallados entre el fango.
De corredor de chinampas a vialidad de asfalto
Pero los ríos y canales no siempre fueron sinónimo de suciedad. Durante siglos, estos cuerpos de agua dieron forma a la vida de la ciudad, hasta que un día comenzaron a verse como sucios, peligrosos y molestos.
Hace unos doscientos años, los viajeros describían al Canal de la Viga, al oriente de la ciudad, como un corredor vibrante, lleno de colores y movimiento, en el que convivían personas de todas las clases sociales. Eso sí, cada quien en su espacio. La ciudad se abastecía y se divertía a la vez en las canoas y las trajineras: mientras unos llevaban frutas, flores y legumbres para la venta, otros salían a pasear, “a ver y dejarse ver”.
El botánico austriaco Carl Bartholomaeus Heller, que visitó México entre 1845 y 1848, dijo quedar “hechizado” por la cantidad de plantas en pleno florecimiento y recomendaba el trayecto como uno de los más placenteros de México. Sin embargo, el aumento de la población y la ocupación acelerada de tierras orillaron a entubar los manantiales y ríos del Valle de México y, poco a poco, los cuerpos de agua se convirtieron en avenidas o en depósitos de desechos.
En ese entonces empezó a extenderse la creencia de que los ríos y canales de la ciudad traían enfermedad. En 1878, el Congreso Médico señaló la desecación de los cuerpos de agua como una necesidad científica y sanitaria. Soto explica que si bien esta idea nació durante el Porfiriato, se mantuvo durante los gobiernos posrevolucionarios.
El modelo de drenaje siguió el mismo curso en las siguientes administraciones, incluso cuando hubo oportunidad de hacerlo distinto. Así, las coloridas escenas fueron sustituidas por el gris del asfalto para dar paso a la época de la ciudad entubada.
El entubamiento de los ríos
En 1933, se creó el reglamento de planificación y zonificación en el que se ordenaba el entubamiento de tramos de ríos que cruzaban la ciudad y la declaración de estos cuerpos de agua como focos de infección que daban mal aspecto.
Las consecuencias de sacar el agua de la cuenca no tardaron en aparecer. Las primeras advertencias del hundimiento de la capital se hicieron en 1925 por el ingeniero Roberto Gayol y más tarde por Nabor Carrillo, quien demostró que el bombeo de agua del subsuelo sin devolverla provocaba la pérdida de presión y el colapso del suelo lacustre. Esto aceleró de forma dramática un fenómeno conocido como desequilibrio hidrológico que se gestó a lo largo de siglos desde la época de la Conquista.
A pesar de todo, entre 1940 y 1960, la ciudad continuó su transformación subterránea. Se entubaron tramos de los ríos Churubusco, La Piedad y Consulado, mientras el Canal de la Viga, que antes fue una vía de comercio y paseo, fue cubierto con tierra para construir una avenida. En esos mismos años, el Canal Nacional, la principal ruta de navegación desde Xochimilco, al sur de la capital, terminó convertido en colector de aguas negras. En total, 52 kilómetros de ríos fueron entubados, según datos del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex).
Para los años 60 y 70, la expansión urbana exigió obras más profundas, capaces de transportar los desechos de la capital y hacerle frente a las inundaciones. En 1964, se inauguró el Túnel Emisor Poniente, un sistema de drenaje subterráneo que sigue el cauce del río Hondo e incorpora las escorrentías y arroyos del poniente de la ciudad y, en 1975, arrancó la primera etapa del Emisor Central, una obra que selló el destino de los ríos de la ciudad.
Las grandes obras hidráulicas del siglo XX se construyeron con la promesa de acabar con las inundaciones. Sin embargo, la ciudad continúa anegándose, en parte por las mismas infraestructuras que debían protegerla. Una mala planificación urbana, la acumulación de basura en coladeras y alcantarillas y un sistema de drenaje rebasado e incapaz de desalojar el agua de la época de lluvias son algunas de las causas de las constantes inundaciones.
Soto Coloballes concluye que el desequilibrio hidrológico inició en el momento que se abrió la cuenca para expulsar el agua. Entonces el sistema perdió su capacidad natural para autorregularse. Al desaguar sin retorno, la ciudad interrumpió un ciclo natural que permitía la infiltración del agua y el amortiguamiento del subsuelo. Hoy, los estudios muestran que el Valle de México se hunde hasta 30 centímetros cada año y las inundaciones son un problema que se repite año tras año con la llegada de la temporada de lluvias.
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