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Eduardo Rabasa: “Lo que me abrió un camino hacia otro futuro fueron los libros”

Galaxia Gutenberg publica ‘El hotel de los corazones rotos’, la tercera novela del autor mexicano.

Bruno Balado, el protagonista de El hotel de los corazones rotos (Galaxia Gutenberg, 2025), tercera novela del escritor, editor y músico mexicano Eduardo Rabasa, comenzó a tomar forma en la mente de su creador luego de que este releyera Opiniones de un payaso de Heinrich Böll. La novela del Nobel alemán –“una historia que parece lo más intrascendente del mundo, donde no pasa nada y a la vez pasa todo”, en palabras de Eduardo– fue la inspiración para la fatalidad de Bruno. Al personaje ahora solo le faltaban una trama, una obsesión y un contexto.

La trama apareció en la forma de una botarga, justo en la avenida Insurgentes de la Ciudad de México. “Un día vi una botarga, creo que de caballito de mar, y pensé en lo presente de esta figura en el folclore urbano de México. Pero también pensé que dentro de aquel muñeco había un chico cansado, muerto de calor por el sol de las 3 de la tarde, alguien a quien seguro pagan muy poco, y ahí estaba, soportando que la gente le aventara cosas. No es una profesión agradable, sino más bien carnavalesca y grotesca… todos esos problemas debajo y, de cara a nosotros, un rostro sonriente”, dice Eduardo.

—Entonces, ya tenías conformado al “perdedor” que, a su manera, dibujaba Böll.

—Esa figura, la del perdedor, siempre me atrajo, pero más ahora, por esa gran división que establecen hoy las sociedades contemporáneas. Es como si dividieran al mundo en ganadores y perdedores, generando una excesiva compulsión al éxito.

La obsesión de su protagonista le llegó poco después a Eduardo Rabasa, justo cuando tuvo en sus manos dos tomos de la biografía definitiva y casi canónica de Elvis Presley escrita por Peter Guralnik. “Por esos libros supe cuán delirante fue la vida de Elvis. ‘El Rey’ tenía que estar entonces en mi novela, pues, si bien es un ícono pop de la música, también lo es de la decadencia”.

Ese fue el penúltimo retoque en la construcción de Bruno Balado, un personaje entrañable que vive paralizado y apenas flota hacia donde lo lleven las aguas del azar sin atreverse a mover un dedo. Lo que sea, bueno o malo, ya le caerá del cielo. Nada parece preocuparle o, peor aún, emocionarle. Comparte la casa con un hermano indiferente y un padre alcohólico, y ni siquiera está muy seguro de tener los ánimos para terminar la prepa o comenzar a escribir una radionovela que solo habita en su mente: El hotel de los corazones rotos. Lo único vital en su vida es Elvis, por eso, un día, cuando ve en la calle un muñeco del rey del rock and roll, no duda en ganarse el “honor” de habitar su interior y ser, aunque sea para animar cumpleaños, una versión bufonesca de su ídolo. Esa decisión, que en su anodina existencia contará como la más importante e impulsiva jamás tomada por él, lo introducirá en una trama de venganza tan patética como surrealista y atrapante.

“El otro eje de esta historia es la huelga de la UNAM de 1999, que me tocó mientras estudiaba Ciencias Políticas”, continúa Eduardo Rabasa. “Eran los primeros años del neoliberalismo en México y ya trataban de privatizar la educación: escuchabas mantras neoliberales como ‘lo que es gratis no se valora’, y se empezaba a concebir la educación como producto y a los estudiantes como clientes. Pero si algo recuerdo de ese momento fue la cobertura mediática en torno a la huelga: que si éramos unos huevones, unos parásitos, unos mariguanos. Todo eso está en la novela”.

En el contexto de la huelga, aparece el personaje de Milena, una joven estudiante de Letras Inglesas, rebelde, crítica, comprometida con causas sociales y quizá muy idealista, que comienza a trazar caminos posibles para Bruno, a “abrirle la mente”. Mientras, él ejecuta la extravagante venganza del Agallas, el carismático y desquiciado dueño de la botarga, y se va de aventuras junto a unos ladronzuelos que, con una ambulancia falsa, salvan alguna que otra vida a la vez que roban cuanto pueden a sus clientes.

—Tus personajes, entre grotescos, pintorescos y estrambóticos, están construidos de forma tal que se sienten muy reales…

— Es que están inspirados en personas reales. Por ejemplo, el Agallas lo está en un señor que le rentaba un cuarto a un amigo, y era tal como en la novela: daba largos monólogos sobre su adicción a la piedra, su experiencia en el mundo swinger y sus conversaciones con el diablo. Vivía como atrapado en ese delirio. Y lo de la ambulancia me tocó verlo de chavillo, pues resulta que hay muy pocas en la CDMX, entonces están estas “ambulancias patito”.

—En la novela, además, se percibe que parte de lo estrafalario de tus personajes se debe a las maneras en las que sobreviven a un entorno social más bien hostil.

—Por supuesto. Ahora recuerdo algo que decía un amigo gringo que escribió mucho sobre Haití. Según él, en países como Haití o México la ética siempre aparece difusa porque las decisiones que la gente debe tomar para sobrevivir no necesariamente son las “correctas”. La ética, entonces, no queda clara: no hay blancos y negros. Eso tienen en común estos personajes. Las situaciones en las que se encuentran, aunque parezcan extravagantes, la gente las enfrenta en la realidad, y todo ese material siempre se puede explorar literariamente.

—Además, la relación entre el futuro de los personajes y esa realidad difícil, en ocasiones sórdida, parece determinista. Es inevitable pensar que sus destinos ya están trazados y no podrán escapar. Pienso, por ejemplo, en Bruno, que va rumbo a ser una copia de su padre alcohólico, aunque en su caso, tal vez, se percibe cierta esperanza.

—Me alegra que se note esa esperanza, y aunque no creo en determinismos ni en la imposibilidad absoluta de alejarse de cierto contexto, sí creo que hay cosas que, en cierto modo, se heredan. Por ejemplo, el alcoholismo, que en México tiene una connotación especial porque está asociado a una masculinidad destructiva. Con Bruno sucede que rechaza a su padre, pero va camino a convertirse en él. Luego llegan cosas que le cambian la vida, en especial Milena, quien le funciona como ideal para escapar de ese destino que parece ineludible.

—Eduardo, eres escritor, pero también editor en Sexto Piso. ¿Cómo llevas tu relación con la literatura en ambos oficios? ¿Cuánto influye tu mirada de editor cuando escribes ficción?

—Sucede que cuando editas, y sobre todo cuando traduces, es inevitable meterte en la arquitectura de un libro; lo ves todo muy “técnicamente”. Pero cuando me siento a escribir trato de no cargar con esa mirada, pues me daría miedo y estaría pensando cada segundo en escribir “correctamente”. En ese sentido, confieso que soy también un poco enemigo de los talleres de escritura (aunque nunca he tomado uno) justo porque suelen centrarse en cosas muy técnicas, en medios y fines, y eso puede derivar en fórmulas. En cualquier caso, creo que uno debe quitarse esa visión de editor: si no lo haces, te paralizas.

—En El hotel de los corazones rotos saltan a la vista algunas de tus obsesiones. Entre ellas, los libros, claro está, pero también la música, que es otro campo en el que te desenvuelves.

—Sí, la música está muy presente, por ejemplo, con Nirvana, que ha sido muy importante para mí. Y también en la obsesión de Bruno con Elvis, que, si bien no lo va a llevar a ningún lugar, al menos representa algo distinto a lo que conoce. Yo quería retratar, más literaria que técnicamente, que para gente como Milena o Bruno la música y los libros son algo muy real y tangible. Recuerdo ahora a un amigo que decía: “mi problema es que me tomo en serio lo que leo”, y es así. La música, el cine y la literatura, vistas así, salvan. Yo mismo, como ciertos personajes de la novela, perdí mi juventud en el bar ‘Pedro Infante no ha muerto’. Yo iba un poco hacia donde camina Bruno, pero, sin sentirme precisamente Milena, lo que me abrió un camino hacia otro futuro fueron los libros. Los libros, estoy convencido, pueden ofrecer mundos tan sólidos como la realidad misma.

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