Pablo Vázquez: “Yo no creo que el Tren de Aragua tenga una sucursal en Ciudad de México. Vínculos, sí”

El jefe de Policía de la capital reflexiona sobre la presencia de la mafia venezolana en la ciudad y se siente “optimista” pese al complicado segundo semestre del año: un cambio de Gobierno y un repunte de homicidios y feminicidios

Pablo Vázquez Camacho en su oficina en Ciudad de México, en enero de 2024.Nayeli Cruz

Acaba el primer cuarto de siglo en Ciudad de México, hogar de 10 millones de personas –más de 22 contando el área metropolitana–, siempre en busca de un equilibrio que a veces parece inalcanzable. Las crisis del agua y de la vivienda, los picos de polución y criminalidad, la saturación vehicular, pero también su carácter popular, su médula progresista, sus montañas y parques, y los mil y un milagros que dan forma a sus calles y a las gentes que las pueblan cada día, dibujan la entrañable esquizofrenia de la vieja Tenochtitlan, que en 2025 cumple 700 años. Se ve hermosa, la ciudad, desde aquí arriba, el piso 12 de la sede central de la Secretaría de Seguridad de la capital. Desde aquí despacha su jefe, Pablo Vázquez, que recibe a EL PAÍS para hacer balance de los primeros meses de la administración.

Ha sido un año complicado para la ciudad. Las lluvias copiosas del verano atajaron de momento la crisis hídrica y limpiaron el sucio aire urbano. Las elecciones de junio alumbraron una clara ganadora, la morenista Clara Brugada, y evitaron broncas posteriores. El parque vehicular sigue aumentando y ahora emerge el problema de las motos, cuyo número asciende en las calles. Algunos las señalan como causantes del incremento en accidentes viales. (Eso en una ciudad, y en un país en general, donde sacarse la licencia equivale a pasar por el cajero del banco). Y en medio de todo eso, la seguridad.

En el último semestre del año, la ciudad ha vivido repuntes de asesinatos aquí y allá, sobre todo en el centro. La extorsión sigue siendo un problema, y lo será por un tiempo, hasta que las autoridades lo asuman como un problema real y la población se acostumbre a denunciar. Peleas como la de esta semana en Coyoacán, con golpizas a puñetes y batazos, atropellos y gritos, todo registrado en vídeo, hablan de una violencia latente y triste. Varios femicidios han iluminado además un problema eterno y cambiante, la vitalidad de las redes de trata, ahora vinculadas a la migración venezolana y al grupo criminal más mediático de aquel país, el Tren de Aragua.

Elementos de seguridad durante un operativo en la colonia Guerrero, en mayo de 2020. Armando Monroy (Cuartoscuro)

“Yo no creo que haya un centro de mando o una sucursal de esa organización aquí”, dice Vázquez. Vestido de operativo, con su chamarra con el distintivo Tauro –los nombres de dioses viejos, y occidentales, en vez de aztecas, por ejemplo, en los distintivos policiales de la capital, dan para una tesis doctoral–, el jefe de policía contesta preguntas esta mañana, sentado en un sillón de su despacho. “Son redes de personas vinculadas al quehacer de esta organización” argumenta, “que tienen contactos para traer personas al país, y en esa misma red de contactos, tratan chicas y empiezan a operar en la ciudad. ¿Están vinculados? Parece que sí. ¿Son una sucursal? Difícilmente”, señala.

Esto viene a cuento por la detención a principios de mes de cinco venezolanos, integrantes de una red criminal vinculada al narcomenudeo y a la “trata de personas con fines de explotación sexual”, como informó entonces el gabinete de seguridad federal. Las autoridades señalan a uno de los detenidos, Euclides Manuel A., alias Morgan o Morant, líder del grupo, como responsable del feminicidio de dos jóvenes, venezolanas también, cuyos cuerpos aparecieron medio quemados en verano, en Tlalpan, en el sur de la ciudad. “Este caso muestra que tenemos mucha capacidad de detección y respuesta a estos movimientos en poco tiempo. Lo mismo sea el Tren de Aragua que otros grupos”, señala.

Homicidios y extorsión

El pico de violencia homicida en el centro de la ciudad, en los meses finales del año, se impone en la conversación como disparador de cantidad de temas. En octubre, criminales atacaron a balazos a la polémica lideresa de vendedores ambulantes, Diana Sánchez Barrios, a plena luz del día, en la avenida 5 de mayo, una de las vias de mayor solera. Ella sobrevivió, pero sus acompañantes murieron. El caso ilumina una realidad, la dificultad para disminuir los índices de violencia homicida en la ciudad, estancados en torno a las 850-950 víctimas por año, desde hace ya dos, después de una disminución en los años anteriores, que ronda el 50%.

Policías acordonan el área donde fueron atacados Diana Sánchez Barrios y su novio en la calle de Motolinia, el 17 de octubre de 2024.Oliver Méndez

“Nuestra violencia cada vez responde a un contexto más atomizado, con fenómenos más difíciles de atender, porque exigen destinar recursos para estrategias muy específicas”, explica Vázquez. “Así ocurre con temas de violencia doméstica, con personas en situación de calle, con homicidios derivados de resistencias en robos, donde tenemos un número importante… Todo ello distinto al rubro al que hemos dedicado gran parte de los recursos, las disputas entre grupos o bandas de distintos niveles de organización que generan violencia”, añade.

“El fenómeno que estamos viendo, con ligeros incrementos, es parte de la estabilización en la tasa de homicidios”, sigue, “en ese sentido es muy pertinente la pregunta de si podemos bajar más. Y sigo siendo optimista al respecto, creo que hay condiciones para hacerlo. Pero sin duda va a ser complejo. La ciudad no está aislada de fenómenos nacionales e internacionales. El optimismo”, insiste, “viene de que tenemos identificados los temas. Hay buenas condiciones de coordinación a nivel federal, para resolver fenómenos que se ven reflejados aquí, que responden a actividad de células que generan violencia en la ciudad, pero que tienen asidero fuera”, zanja.

Otro asunto, igual o más grave, es el de la extorsión. Esta semana, la responsable del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Marcela Figueroa, señalaba que los delitos por extorsión han aumentado un 15.6% de enero a noviembre en el país, situación que se refleja en la capital. Vázquez reconoce que el problema existe y que la cantidad de casos que ni siquiera se denuncian es enorme. Los cambios en el código penal local, que endurecen las penas en los delitos de extorsión y eliminan equívocos legales, dan aire, explica, a sus esfuerzos.

“Tenemos que seguir insistiendo en que se denuncie”, defiende. “En todos los foros lo decimos: la extorsión florece donde hay soledad. Para acabar con la extorsión debe haber mucha organización de los sectores afectados. Difícilmente, si la gente la enfrenta sola, lo va a denunciar. Entonces, nosotros debemos acercarnos como autoridad, pero también integrar colectivos que se acompañen, y así subir los niveles de denuncia. Si la estrategia es exitosa, veremos un repunte en los niveles de denuncia, en los registros formales, para posteriormente empezar a ver una disminución en un registro que se parezca a la realidad”, sigue.

“Todo este proceso va a requerir de mucha madurez institucional, para promover la denuncia y para recibirla, quizás contrario a lo que uno quisiera”, reflexiona. Pero, ¿qué es eso de la madurez institucional? “Me refiero a promover y tolerar aumentos en los registros, que los datos se vean mal”, explica, “cosa que hablará de que estamos en camino de resolver el problema”, zanja.

Chispas y Palillo

Con Vázquez, uno de los temas de conversación alude siempre a la representación mediática y burocrática de la violencia, los nombres que se dan a un grupo delictivo con base a su tamaño y su dependencia de otros grupos, la pereza clasificatoria que hace de embudo y elimina matices y, por tanto, capacidad de entendimiento. “Yo prefiero hablar de identidades”, dice en un momento de la conversación, refiriéndose a los grupos criminales del centro, vinculados históricamente a “dos identidades”, La Unión Tepito y la Fuerza AntiUnión.

Martí Batres durante una rueda de prensa en la que anuncia la detención de 'El Chori', presunto líder de La Unión de Tepito, en marzo de 2024.Gobierno de la Ciudad de México

Los nombres salen a la palestra por la detención en noviembre de dos sujetos, El Chispas y El Palillo, a quienes las autoridades atribuyen un buen puñado de eventos violentos en el centro. Entre ellos, una balacera en julio que dejó dos muertos en La Alameda, a unos metros del Palacio de Bellas Artes; el asesinato de un locatario del mercado 2 de abril, en la colonia Guerrero, hace poco más de un mes; y extorsiones varias en la zona. “Fue muy relevante. Estos chicos, y unos más que nos faltan por detener, pero ellos en específico y la célula que empezaron a crear en esa zona, en algún momento afín a la AntiUnión, pero luego con cierto nivel de autonomía, es responsable de varios hechos violentos en esa zona”.

Vázquez revela que fue precisamente en la zona de El Palillo y El Chispas, un pequeño conglomerado de calles por la Colonia Guerrero, donde la policía local inició hace cuatro años el programa Barrio Adentro, enfocado en las infancias de zonas vulnerables de la capital. Empezaron allí, con Vázquez a la cabeza, por un evento que sacudió a la sociedad de la capital, el asesinato y descuartizamiento de dos muchachos de 12 y 14 años, de etnia mazahua, que vivían cerca. El hallazgo de los cadáveres se produjo a menos de un kilómetro de Palacio Nacional, porque al mandadero que los transportaba en un bidón se le cayó la carga.

“Ese asunto de los muchachos mazahua venía de un enfrentamiento entre grupos afines a la Unión y la AntiUnión, con el Eje Central separando sus zonas. Y estos chicos –El Palillo y El Chispas– tenían su casa en la misma unidad habitacional de donde eran los mazahua. Bueno, nosotros nos metimos mucho a trabajar en esa zona. El Palillo y El Chispas empiezan robando celulares, van creciendo y creciendo. Eran parte del entramado al que respondían los chicos mazahua, pero entonces ellos dos no tenían liderazgo”, explica Vázquez. La pregunta, claro, es cómo se siente que, en medio de un esfuerzo gubernamental como Barrio Adentro, aparecieran dos muchachos que, con el tiempo, se convirtieron en los grandes protagonistas de la última ola de violencia en el centro.

Pero la respuesta se escapa de entre los dedos. Para cuando llegó Barrio Adentro, estos dos muchachos ya escalaban la montaña criminal. “Ellos se fueron de allí”, explica Vázquez, “tuvieron muchos temas de extorsión remota. En algún momento se controló el tema y se recupera la actividad de la zona. Y en tiempos recientes, ellos intentan retomar con mucha fuerza. Tuvimos unas mantas que colgaron este verano en plaza Garibaldi, que su grupo, ligado a la AntiUnión, le cuelga al grupo de Garibaldi, también de la AntiUnión, pero que se habían peleado”. La explicación se deshace en detenciones, nombres... La policía detuvo a los jefes de El Chispas y El Palillo y ellos, creyéndose ya los dueños, empezaron a hacerse llamar Cartel 2 de abril y a tratar ganar dinero con la extorsión, hasta que fueron detenidos. “Ahora vamos a ver si sale un proyecto de recuperar la plaza donde ellos operaban”, dice Vázquez.


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