Pemex: contamina, que algo queda

Los problemas de seguridad de la petrolera se traducen en catástrofes climáticas de consecuencias incalculables en aguas que contienen ecosistemas únicos

Residuos de combustóleo recalaron a la orilla en playa bonita en Campeche.Michael Balam Chan (CUARTOSCURO)

Los mares mexicanos están revueltos en esta época de año. La semana que el Pacífico no devuelve milagrosamente a un náufrago australiano —con perra incluida e historia de supervivencia de esas que harían las delicias de García Márquez—, las petroleras del Golfo de México estallan en llamas y dejan escapar ...

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Los mares mexicanos están revueltos en esta época de año. La semana que el Pacífico no devuelve milagrosamente a un náufrago australiano —con perra incluida e historia de supervivencia de esas que harían las delicias de García Márquez—, las petroleras del Golfo de México estallan en llamas y dejan escapar “pequeñas fugas” de crudo que acaban tiñendo las aguas de manchas negras con el tamaño de dos Guadalajaras.

Una tragedia ecológica que las autoridades intentaron disfrazar de pequeño inconveniente saltó a las primeras planas de los diarios mexicanos la semana pasada. Tras el derrame, unos 400 kilómetros cuadrados de vertido tóxico, se escondía el rostro de un sospechoso habitual en estas lides: Pemex, la descomunal empresa petrolera estatal, joya de la corona de las ansias de soberanía energética del presidente.

López Obrador fue, de hecho, una de las primeras voces que salió a respaldar a la petrolera. En un intento de minimizar el vertido, aseguró que esa ingente mancha de crudo se trataba de “una pequeña fuga disuelta de aceite”. Las comparaciones son odiosas y la hemeroteca, cruel, pero las declaraciones del dirigente podrían pasar a las crónicas del horror medioambientalista mano a mano con un viejo conocido de la política española, Mariano Rajoy. En el ya lejano otoño de 2002, las costas gallegas se inundaron del petróleo del Prestige, en lo que fue uno de los mayores desastres ecológicos de la historia del país europeo. Rajoy, entonces presidente, trató de restarle importancia al asunto afirmando que del barco petrolero salían “unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina”. Más de 20 años después, la desafortunada frase todavía le persigue. Quién sabe si la “pequeña fuga” de Obrador correrá la misma suerte.

Más allá de retórica, anécdotas y hemeroteca, la realidad es que los expertos en la materia, la gente que ha dedicado su vida a conocer, entender y frenar el cambio climático, están alertando de un grave problema de seguridad en las instalaciones de Pemex. Un riesgo que se traduce en catástrofes climáticas de consecuencias incalculables en aguas que contienen ecosistemas únicos. Puñetazo tras puñetazo en la mandíbula de un medioambiente que se tambalea al borde del knock-out.

Preocupa también el manual de actuación de Pemex: negar la mayor, minimizar el impacto, yo no he sido, el problema es de esos medioambientalistas que a todo le ponen problemas —”es una estimación de mala fe”, respondieron literalmente en esta ocasión—. Ahora ya sabemos, a pesar de los intentos de silenciar las voces que lo denunciaban, que el 6 de julio un enorme derrame en los campos petroleros de Ek Balam anegó el agua a su alrededor. También que un día después, un incendio devoró otra de sus plataformas y dejó dos trabajadores muertos, un puñado de heridos y un desaparecido.

No fueron los únicos accidentes. Mientras revisaban con imágenes satelitales el incendio, un grupo de académicos descubrió otro derrame sucedido en junio que Pemex había ocultado, según adelantó EL PAÍS. Las autoridades también guardaron silencio. Solo hace falta consultar los archivos de cualquier periódico para encontrar otros ejemplos, como aquel 2 de julio de 2021 en el que un ducto en llamas de la empresa logró un oxímoron: un círculo de fuego en el mar.

Las tragedias son el resultado de recortar presupuestos; de las presiones por aumentar la producción que conducen a fallos humanos y de una cuestión clave: la ausencia de un regulador independiente de Pemex, un vigilante real que fiscalice su funcionamiento y vele no por los intereses empresariales, sino por garantizar la seguridad y el menor impacto ambiental posible. Alguien que pueda imponer sanciones significativas a la compañía cada vez que una decisión se tome en función de los dividendos y no de la conservación del entorno en el que se les permite trabajar. (Y, si queremos hilar fino, también podemos recordar la insistencia de ciertos Gobiernos en seguir apostando por combustibles fósiles en un mundo que necesita desesperadamente un giro hacia las energías renovables). Hasta entonces, fuego y crudo en el mar.

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