‘Altares para Estela’: construir la memoria y rescatar el origen a través de la fotografía

El proyecto de la fotógrafa indígena Cindy Muñoz Sánchez retrata a través de su experiencia personal reflexiones sobre Colombia y el racismo que lo atraviesa

Una imagen del ensayo fotográfico ‘Altares para Estela’.cindy muñoz sánchez

Durante 15 años, Cindy Muñoz Sánchez (Cali, 35 años) ha seguido los pasos de sus antepasadas por los llanos orientales de Colombia. De su madre, Estela, una mujer indígena, se separó a los cuatro años, después de que ella decidiera entregar su custodia al padre que vivía al otro lado del país. Cuando tenía seis, se enteró de su muerte, sin más detalles del cómo o el por qué. En su juventud, un malestar inentendible le sobrevino y empezó a buscar respuestas en su origen que, por el lado de su madre, era inhóspito. Además, siempre se sintió...

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Durante 15 años, Cindy Muñoz Sánchez (Cali, 35 años) ha seguido los pasos de sus antepasadas por los llanos orientales de Colombia. De su madre, Estela, una mujer indígena, se separó a los cuatro años, después de que ella decidiera entregar su custodia al padre que vivía al otro lado del país. Cuando tenía seis, se enteró de su muerte, sin más detalles del cómo o el por qué. En su juventud, un malestar inentendible le sobrevino y empezó a buscar respuestas en su origen que, por el lado de su madre, era inhóspito. Además, siempre se sintió foránea en la ciudad donde nació y de donde es su familia paterna. Esas inquietudes la llevaron a iniciar en 2009 Altares para Estela, un ensayo fotográfico titulado en honor a su progenitora. Este proyecto la llevó a recorrer el oriente del país siguiendo los pasos de su madre en vida. En ese trasegar, conoció la cara más cruel de la misoginia y del racismo en la sociedad. Lo que inició como una forma de cerrar un duelo inconcluso, terminó siendo una alegoría sobre la cruel realidad para muchas mujeres indígenas en Colombia.

Cindy Muñoz se enuncia indígena, periférica y orgullosamente madre de una adolescente y un niño pequeño, al que cría de manera autónoma. “Este trabajo me ha permitido conectarme con ese mundo que se me había negado. Al crecer en un hogar mestizo, no sentí que se me transmitiera que era una mujer racializada e incluso después identifiqué muchos microrracismos en mi vida familiar”. Los pocos años que estuvo junto a su madre se desarrollaron lejos de donde pasaría la mayor parte de su vida adulta. Entre ires y venires, pasó un par de años de la mano de Estela por varios departamentos lejos de su natal Valle del Cauca. Estuvo en el oriente colombiano, un territorio históricamente azotado por la violencia y con una mínima presencia estatal. Pero luego de distanciarse de su madre, creció en el seno de una familia mestiza en Cali, donde su origen étnico fue por mucho tiempo una suerte de tabú.

La génesis de Altares para Estela era usar la fotografía expandida para rehabitar los lugares que su madre transitó en vida. “A mí me enseñaron a borrar todo lo indígena en mí, pero el simple hecho de ver a mi madre en una foto ha impulsado y le ha dado fuerza a la continuidad del proyecto”, dice. Con el paso del tiempo, la obra tomó rumbos más ambiciosos y a la vez surgieron enormes retos, la mayoría de ellos propios de la historia que estaba contando, como la diáspora indígena que lucha contra el racismo enquistado en la sociedad colombiana. Se trata de un dilema no menor, pues vivir de la fotografía se ha vuelto un privilegio, más aún para una fotógrafa racializada. Lamentablemente es un cuadro poco usual en las salas de los grandes medios o de las grandes academias. La obra requería viajes constantes, una importante cantidad de archivo fotográfico y amplia disponibilidad horaria: parecía una odisea en el contexto precarizado de la artista.

Aún así, los obstáculos que parecían insorteables no la detuvieron. En 2015, después de ahorrar varios años, logró viajar por primera vez a la ciudad donde su madre murió, en Yopal, en el departamento de Casanare. En la mente de la artista, esa era la oportunidad para darle cierre a su duelo. Sin embargo, se encontró con la sorpresa de que la tumba de Estela no existía y no había mayor información sobre el paradero de su cuerpo. Este fue el primero de muchos giros en la historia detrás de su proyecto. En ese punto, la idea de que su madre pertenecía a los más de 80.000 desaparecidos en Colombia cobró sentido para ella. Esto, a la vez, la impulsó para arreciar la búsqueda del cuerpo y compartir conversaciones con familias de desaparecidos. “La experiencia que tuve desarrollando la obra a partir de una persona desaparecida me ayudó a compartir metodologías y otras formas de hacer, transformar, y representar. Me permitió socializar esos saberes con mujeres que han sido atravesadas por la violencia y el conflicto”, le cuenta a Americanas.

Seis años después, pudo hacer otro viaje. Esta vez a Granada, en el departamento de Meta, la ciudad donde nació su mamá. Pero antes de viajar, otro dato importante apareció y marcó su historia y lo que seguía la obra: su papá le cuenta que Estela fue trabajadora sexual. Un dato hasta entonces desconocido para ella.

Cindy viajó hasta allá con su hijo que entonces tenía apenas dos años y juntos recorrieron el pequeño municipio buscando información sobre las mujeres que ejercían este trabajo, como Estela: “Estar ahí me permitió conocer las dinámicas del territorio con el trabajo sexual, hablar con quienes ejercían este trabajo. También fue muy bello porque mi hijo me acompañó y fue como ver un espejo de cuando mi madre anduvo estos territorios conmigo siendo bebé, conectar juntos con el río, con el paisaje, con el agua”, dice.

Para Muñoz, la historia de su desarraigo forzado y el de su madre ha sido cíclico para muchas mujeres y pueblos originarios. “Siento que la violencia racista y patriarcal no nos permite crecer en nuestros territorios porque crecer allí es estar expuestas a diferentes tipos de violencias, más para las niñas. Mi madre trató de salvaguardarme y la mejor forma de hacerlo fue, paradójicamente, renunciando a la maternidad”, apunta. Estas reflexiones las ha extendido a lo largo de su trayectoria a otras mujeres originarias con las que ha creado lazos y se han juntado, porque como ella luchan por mantener vivas la conexión y la cultura de sus pueblos.

Convencida de que la unión y el compartir de saberes puede ser muy poderoso, ahora lidera el Grupo de Poesía de la Universidad del Valle y el Laboratorio Fotografía y Decolonialidad, donde pone los saberes que ha adquirido estos años de la mano de su proyecto. Y hace algunas semanas, cuando estaba convencida de que a nadie más le importaba este trabajo, excepto a quienes les atraviesa la violencia machista o racista, su ensayo fue premiado en el prestigioso concurso POYLATAM, en la categoría Resignificar los archivos. Para Muñoz, este espaldarazo es una motivación para continuar con su obra que tiene aún mucho por explorar y contar de la vida de las indígenas en Colombia. Esto es para ella un paso más en su lucha por el rescate de la memoria. “Yo quiero seguir trabajando en todas esas problemáticas. Ahora tengo más preguntas que certezas sobre lo que es habitar la diáspora indígena, lo que es habitar un cuerpo migrante” sostiene.

Nuestras recomendaciones de la semana:

Algo de lo que hemos estado hablando estos días: ‘Stealthing’

John Slater (Getty Images)

Por Almudena Barragán

Quizá para muchas personas el concepto de ‘stealthing’ sea poco conocido, sin embargo, es un tipo de violencia sexual penalizado en algunos países. En inglés significa “en sigilo” o “secretamente” y sucede cuando un hombre se quita el condón durante las relaciones sexuales sin avisar, a pesar de haber acordado con su pareja usarlo. Esta semana los medios mexicanos han estado hablando del tema después de la denuncia que hizo la saxofonista María Elena Ríos contra el actor Tenoch Huerta. Aunque en México este tipo de violencia no está tipificada, otros países como Alemania, Suiza, Reino Unido, España o Canadá, tienen jurisprudencia que considera esta conducta un delito sexual. La mayoría no estipulan que quitarse el condón sea propiamente un delito, sino que se apoyan en la falta de consentimiento como argumento contra los acusados.

En Canadá, por ejemplo, en 2022 la Suprema Corte de aquel país dictaminó que cuando una persona le exige a otra que use condón durante las relaciones sexuales y ésta se lo quita o no lo usa, podría ser culpable de una agresión sexual. Algo que también determinó el Tribunal Superior de Apelaciones de Berlín en 2020. España es otro país que lo ha incorporado a su legislación con la ley del ‘Solo Sí es Sí’.

Un proyecto que seguir: Foto Féminas

Mujeres durante una manifestación feminista en Ciudad de México.Nayeli Cruz

Por Nayeli Cruz

La fotógrafa y curadora venezolana Verónica Sanchís Becomo es la fundadora de Foto Féminas (les comparto su Instagram) una comunidad que busca promover la diversidad de miradas en las mujeres fotógrafas de América Latina y el Caribe. Mediante sus publicaciones, la plataforma digital dedica espacio a distintas compañeras cada mes. Y en esta ocasión me han honrado con una invitación para publicar un reportaje que hicimos en EL PAÍS en el que relatamos el drama que viven los migrantes centroamericanos que pierden una extremidad durante su viaje por el tren, conocido como “La Bestia”, tras ser atacados o sufrir un accidente a bordo. A través de la cuenta de Instagram de Foto Féminas, también he compartido algunos de los trabajos que he hecho en los últimos años. Les invito a conocer este espacio en el que convergen las muchas inquietudes que nos atraviesan a las mujeres fotógrafas del continente.

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