“Vivimos en una sociedad en que se vale que un hombre sea violento”
La autora de ‘Morir es un alivio’, un compendio de entrevistas con narcos en rehabilitación, reflexiona sobre la guerra contra las drogas y la criminalidad moderna
En las conversaciones que mantuvo con la plebe del narco en México, la académica Karina García siempre alcanzaba un punto ciego. Un callejón sin salida construido sobre la misma pregunta -¿por qué?- y una ausencia total de respuestas asumibles. Eso cambió cuando habló con Fermín, un sicario. “Estaba muy nerviosa, me estaba alterando un poco y él lo vio”, explica en entrevista desde Nueva York. “Son historias de tortura muy feas. Decía, ‘metíamos gente viva en trituradores de árboles’. Y yo contestaba, ¿por qué? ¿Por qué te deleitaba esto? Lo preguntaba con ansiedad y él entonces me dijo: “¿Cue...
En las conversaciones que mantuvo con la plebe del narco en México, la académica Karina García siempre alcanzaba un punto ciego. Un callejón sin salida construido sobre la misma pregunta -¿por qué?- y una ausencia total de respuestas asumibles. Eso cambió cuando habló con Fermín, un sicario. “Estaba muy nerviosa, me estaba alterando un poco y él lo vio”, explica en entrevista desde Nueva York. “Son historias de tortura muy feas. Decía, ‘metíamos gente viva en trituradores de árboles’. Y yo contestaba, ¿por qué? ¿Por qué te deleitaba esto? Lo preguntaba con ansiedad y él entonces me dijo: “¿Cuestionarías a un carnicero por matar cerdos y pollos?”.
El relativismo de Fermín le hizo pensar que su experiencia, su vida, no le servían para entender a las personas que estaba entrevistando, perpetradores destruidos en proceso de recuperación, cicatrices andantes. García dejó de preguntarse por la crueldad de sus entrevistados y se centró en sus experiencias previas, siempre con cuidado de evitar el terreno de la justificación. “Ellos mismos decían cosas como: ‘Estaba tan harto de que me violentaran que pensaba que cuando fuera grande iba a ser yo el que lo hiciera’. Luego en el narco encuentran esa figura que genera temor. Y les gusta”, explica la académica.
García (Coahuila, 1983) presenta estos días en México Morir es un Alivio (Planeta, 2021), una versión narrada de su tesis doctoral, con las historias de 12 de los 33 obreros del narco que entrevistó a lo largo de cuatro meses en el norte del país. Hace año y medio, un adelanto del libro apareció en este diario, convirtiéndose en una de las notas más leídas del momento.
Pregunta. Su libro se presenta como las confesiones de 12 sicarios, pero en el fondo, me parece, es una crítica a una sociedad que convive perfectamente con pobrezas y violencias perennes. ¿Fue revelador para usted en ese sentido?
Respuesta. Me cayó el 20 de lo que significa vivir en pobreza y violencia. Siempre iniciaba las entrevistas con la misma pregunta: ‘¿qué es lo que más recuerdas de tu niñez?’ Y uno contestaba, ‘mi papá pegando a mi mamá’. Caray, yo soy chiquita y veía a hombres enormes, tatuados, llorando por su niñez. Otro decía que lo que más le gustaba de su niñez era estar solo, porque así no escuchaba a su papá pegando a su mamá. Muchos detalles no los incluí por sádicos, casos de abuso sexual que te cuentan…
Para ellos, el barrio era su mundo y me pareció muy triste que ese fuera su único contacto con la sociedad. Ellos no se ven a sí mismos como parte de un Estado, un país, no. Son parte de una comunidad, su barrio. Salen y es la jungla. Muchos de ellos tuvieron la suerte de que otros niños los adoptaran en su pandilla. Entre ellos se apoyan, evaden la realidad y empieza a construirse la idea de que morir es un alivio.
P. En la parte de conclusiones, escribe: “El sistema social y económico que permite condiciones de vida como las que tuvieron los sicarios es el que garantiza un flujo infinito de mano de obra especializada para los puestos de sicarios, proxenetas y demás criminales”. Pareciera que a alguien le interesa que así sea.
R. Sí. Aquí entra la interpretación y la postura ideológica. En el mejor de los casos hay un sistema negligente. Cualquier gobierno local, estatal o federal sabe esto. Conoce los datos que yo pude recoger en cuatro meses. Se sabe. Y ahí te preguntas hacia dónde se direccionan los recursos. Al final, para matar, para llegar a un punto de cero empatía, que no te importe el dolor del otro -siempre que no haya un problema, aunque los sicópatas son los menos- debe haber condiciones socioeconómicas que lo permita.
P. En la primera parte habla de los mitos que han alimentado la guerra al narco a nivel global, sobre todo desde la presidencia de Ronald Reagan en Estados Unidos, cuando se toma el consumo de drogas y el tráfico como una amenaza de seguridad pública. ¿Son mitos destruibles?
R. Claro, desde la evidencia científica, desde la razón. Cuando te pones a ver hacia donde están los reflectores… ¿Cómo es posible que se priorice luchar contra el tráfico de drogas antes que contra el tráfico de personas? ¿Qué tipo de moralidad manejamos? ¿Por qué dedicamos tantos recursos a evitar que la gente consuma drogas en vez de evitar que trafiquen con niños? Todo el dinero que se dedica a esta guerra y que 50 años después ni el tráfico ni el consumo disminuye… ¿Qué lógica es esa? La violencia que vemos no es del consumo de drogas, es del tráfico.
Reino Unido tiene mucho que ver en esta guerra. Son los dueños de paraísos fiscales. Cuanto te metes a ver actividades enlazadas con el narco, te das cuenta de que hay un interés en que el foco se quede sobre los productores y traficantes, nada de lavadores de dinero. Es ingenuo pensar que los mal llamados carteles mexicanos se quedan con las ganancias. ¿Qué pasó cuando apresaron a El Chapo, acabó o disminuyó el tráfico? No. Entonces, ¿cómo entendemos esta insistencia sobre que ellos son los malos?
En México me da pena y coraje que hayamos comprado el discurso estadounidense de que nosotros tenemos un problema. No, el problema es suyo, primero que nada de consumo.
P. En medio del libro quedan los testimonios. Cuenta brevemente cómo llega a un centro de rehabilitación en el norte de México, las primeras historias. ¿Había escuchado antes testimonios de este tipo? ¿Cómo lidió con la escucha? Son 33 casos…
R. Sigo en proceso de sanación. Yo no sabía en lo que me metía. No tenía pensado entrevistar a este tipo de personajes. Mi tesis iba encaminada a niños y jóvenes, mi interés es ese, protegerlos de la violencia en México. Durante los cuatro meses que duró, no tuvo impacto en mí, porque estaba muy enfocada en que el entrevistado estuviera bien. Las entrevistas eran muy largas, una duro cinco horas. La mayoría lloraban. Teníamos que parar, beber un café.
El problema fue cuando volví a Inglaterra y empecé a escuchar las entrevistas. Me desmoroné. Me sentí mal y me preguntaba, ‘¿qué hago aquí de vuelta? Debería volver, unirme a una ONG’. Me sentía mal, me pareció que era un lujo mi propio doctorado. Luego entendí, gracias a la terapia, que es normal esa culpa. Lo más difícil ahora son los flashbacks, algunas historias que vuelven y vuelven. Y ahora, cuando leo o escucho noticias de desapariciones en México, pienso, a partir de las historias que escuché, dónde podrían estar.
P. Es tranversal la violencia de los papás de los entrevistados. Se repite todo el tiempo. ¿Qué pensaba a medida que te dabas cuenta de que esto se repetía?
R. Vivimos en una sociedad en que se vale que un hombre sea violento. La pregunta que me hacía era, ¿qué hubiera hecho yo? Invariablemente pensaba en mi niñez. Yo fui muy feliz en mi niñez y durante todas las entrevistas, y luego en el análisis, trataba de ser empática, imaginarme cómo habría sido para mí.
No se me olvida el caso de Emilio. Él se hacía pipí en la cama del miedo a su papá y él entonces le pagaba más. Decía, ‘para mí la niñez era una pesadilla constante’. Y ahora cada vez que tengo una pesadilla despierto y me acuerdo de Emilio. No era tanto juzgar a los papás, a los individuos. Me da mucha impotencia que haya un sistema que lo permita. No es una cuestión de que sean pobres, narcos, etc. Viene desde arriba. Es un mito que el narco sea machista, la sociedad lo es y ellos son su reflejo.
P. Al principio cita a Carlos Fazio: “La mejor manera para que la opinión pública no pese en la conducción de una guerra es que no sepa exactamente lo que está pasando en ella”. ¿Alguna vez sabremos qué pasa en esta guerra, como sociedad?
R. Yo creo que no. La guerra al narco es como hacerle la guerra al chupacabras. Así de absurdo es. Yo estoy cansada, siempre estamos de acuerdo en la academia: el punitivismo y prohibicionismo no funcionan. Hay mucho conocimiento, muchas investigaciones, estudios comparados, que demuestran que el paradigma prohibicionista no funciona y genera mercado negro. Es frustrante, porque se queda en nuestro ámbito. Los mitos, las falacias imperan. No solo se toman como verdad, sino que no se cuestionan. Hay un sistema al que le conviene la ignorancia, que las cosas se queden como están.
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