Normalizar lo extremo: la nueva realidad climática
Las olas de calor, más comunes y violentas, provocan miles de muertes cada año y mayores incendios
Las dos primeras acepciones que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española da a la palabra “verano” marcan el inicio de esta estación en el solsticio que lleva su nombre – 21 de junio – o, genéricamente, en el mes de junio. En mayo de este año, numerosas provincias superaron, algunas con creces, los 30 grados. Y, en apenas mes y medio, la península se ha visto asolada por dos olas de calor, que, según advierte la comunidad científica, cada vez serán más comunes y violentas. A las puertas de agosto, España registra ...
Las dos primeras acepciones que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española da a la palabra “verano” marcan el inicio de esta estación en el solsticio que lleva su nombre – 21 de junio – o, genéricamente, en el mes de junio. En mayo de este año, numerosas provincias superaron, algunas con creces, los 30 grados. Y, en apenas mes y medio, la península se ha visto asolada por dos olas de calor, que, según advierte la comunidad científica, cada vez serán más comunes y violentas. A las puertas de agosto, España registra récords en temperaturas – casi 45 grados–, en hectáreas carbonizadas por incendios a estas alturas del año y más de 2.700 fallecimientos atribuibles al calor desde el 15 de mayo. Estos fenómenos no solo obligan a replantearse la definición y longitud del verano, sino a desligar los conceptos de “extremo” y “anormal”. La nueva realidad climática ya es patente en España y tiene una causa: el cambio climático provocado por la actividad humana.
España es un país cada vez más tórrido. De los 10 años más calurosos desde 1961, ocho pertenecen al siglo XXI y siete de ellos a la década 2011-2020, según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). De acuerdo con los registros, 2021 fue el octavo año consecutivo con una temperatura anual por encima del valor medio. Y la tendencia, apuntan los expertos, va en aumento. Sergio Faria es un científico e investigador que participó en el Sexto Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), publicado en agosto de 2021. “En la versión más optimista tenemos que estar preparados para un grado y medio de calentamiento y una reducción de precipitaciones en la península de un 10%”, advierte.
Este aumento progresivo de las temperaturas está directamente relacionado con otra de las consecuencias del cambio climático – y, quizás, la más evidente –, el aumento de fenómenos meteorológicos extremos. En lo que llevamos de 2022, destaca uno por encima del resto: las olas de calor. Según datos preliminares de la Aemet, la de julio fue de las más extremas de la historia y batió varios récords.
Esta ola, que se ha extendido por Europa, ha dejado registros para la historia. El pasado martes, en Coningsby, al este de Inglaterra, el termómetro marcaba una máxima nunca vista en Reino Unido: 40,3 grados. El anterior récord, de 2018, era de 38,7. En esa semana, las playas abarrotadas de Brighton, al sur del país, dejaban estampas que recuerdan a la Costa del Sol, un destino de referencia para los turistas británicos que huyen de un frío clima que está en riesgo de desaparición.
Con la subida de la temperatura media, la violencia y recurrencia de las olas de calor solo va a aumentar. El IPCC señala que, si antes una ola de calor violenta ocurría una vez cada 50 años, ahora, debido al calentamiento global, ocurre una vez cada 10 años. Y, según Faria, puede empeorar: “Si la temperatura aumenta 1,5 grados para finales de siglo, tal y como señalan las previsiones, ocurrirán nueve veces cada 50 años. Cada cinco años habrá una”.
Estos fenómenos meteorológicos extremos tienen consecuencias directas en la vida de las personas. El cambio climático no solo condiciona cómo vivimos – cuánto dormimos, lo que comemos, bebemos o, incluso, leemos –, sino cuánto vivimos. En los 10 días que duró la ola de julio, en medio de una crisis energética sin precedentes, se produjeron más de 1.000 fallecimientos atribuibles al aumento de las temperaturas, según las primeras estimaciones del Instituto de Salud Carlos III.
Muertes como las de José Antonio González, el barrendero que falleció de un golpe de calor mientras trabajaba a las cinco de la tarde en Madrid a 40 grados, obligan a replantearse las condiciones laborales de los trabajadores que, en un país tórrido, se ven obligados a trabajar al sol.
El fenómeno de mayor impacto visual del calentamiento global son los incendios. Si bien la gran mayoría son provocados por el ser humano, las sequías y las olas de calor favorecen su propagación. Los expertos coinciden: la extinción de un incendio forestal durante una ola de calor resulta mucho más difícil.
En lo que llevamos de verano han ardido en España más de 200.000 hectáreas. Lo que significa que el promedio a estas alturas del año (23.000) se ha multiplicado casi por 10. Uno de los incendios más relevantes es el de Losacio, en Zamora, que, con más de 30.000 hectáreas carbonizadas, es el más destructivo de la última década. Parques naturales y pueblos de toda España se ven amenazados por unas llamas que no dan descanso a unos bomberos forestales desbordados.
Hace años que la comunidad científica avisa de estas y otras consecuencias del cambio climático, pero, con todo, una buena parte de la sociedad niega su existencia. Las advertencias ya son realidades, y pueden ir a peor. El filósofo alemán Markus Gabriel defiende en su libro Ética para tiempos oscuros, valores universales para el Siglo XXI (Pasado & Presente, 2021) que hay una serie de valores morales universales e innegables, independientemente de las creencias, sociedades o culturas. Entre las actitudes moralmente reprobables que Gabriel recoge en su libro está no actuar contra el cambio climático. Como señalaba el cómico Berto Romero en el programa de la SER Nadie Sabe Nada: “Al calentamiento global le da igual que tú creas en él, te va a achicharrar igualmente”.