España se asoma al precipicio de la desertificación
El 18% de las tierras están en riesgo alto o muy alto de convertirse en arenales y pedregales pronto
Tres cuartas partes de España están en riesgo de transformarse en un futuro no muy lejano en un páramo infértil sin rastro de agua. No es ninguna exageración. Lo afirma en su web el Ministerio de Transición Ecológica, que añade que un millón de hectáreas (el 2% de la superficie española) están en riesgo muy alto de convertirse en desierto en solo unos años, mientras otros ocho millones (15,82%) se sitúan en riesgo alto. Los incendios, las sequías, la sobre...
Tres cuartas partes de España están en riesgo de transformarse en un futuro no muy lejano en un páramo infértil sin rastro de agua. No es ninguna exageración. Lo afirma en su web el Ministerio de Transición Ecológica, que añade que un millón de hectáreas (el 2% de la superficie española) están en riesgo muy alto de convertirse en desierto en solo unos años, mientras otros ocho millones (15,82%) se sitúan en riesgo alto. Los incendios, las sequías, la sobreexplotación de aguas subterráneas, la agricultura intensiva de regadío o las desordenadas concentraciones urbanas aceleran la marcha hacia el desastre. Las causas están claras, pero los remedios para evitar la catástrofe no acaban de ponerse en marcha.
Solo en los últimos 20 años, la superficie catalogada en riesgo muy alto ha aumentado hasta el 30%, lo que prueba el ritmo acelerado de destrucción de superficie verde. Las zonas más amenazadas se concentran en el sureste de la península y en Canarias, como recoge el texto de la Estrategia de Lucha contra la Desertificación, que aprobó el Gobierno el pasado 21 de junio.
Comunidades autónomas como Andalucía, Canarias, Región de Murcia, Castilla la Mancha, o la Comunidad Valenciana, así como amplias zonas de Cataluña están al borde del abismo. Solo se salvan del peligro, por ahora, y siempre según los datos oficiales, Galicia, la cornisa cantábrica y los Pirineos orientales.
José Manuel Gutiérrez, director del Instituto de Física de Cantabria y coordinador de un grupo del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que investiga el impacto del cambio climático, explica que “las causas principales por las que se deteriora la cubierta vegetal en zonas áridas son la evaporación del agua por la subida de las temperaturas y la escasez de lluvia”. En efecto, la desertificación se produce cuando la evaporación de una zona de vegetación envía a la atmósfera más agua de la que es capaz de reponer a través de la lluvia o el riego.
Las olas de calor como las que sufre España, junto con los voraces incendios forestales, agravan y aceleran el problema, como coinciden todos los expertos, y de forma muy especial en ese 74% de la superficie del país (37,4 millones de hectáreas) que, según el Ministerio de Transición Ecológica, está integrado por tierras “áridas, semiáridas y subhúmedas secas”. Son en esas tierras en la que el agua evaporada no se compensa con suficientes lluvias o regadíos.
Esas olas de calor, sin embargo, se suman al deterioro permanente ocasionado por el cambio climático. La temperatura media ha aumentado 1,1 grados en apenas 30 años por el aumento de la emisión de gases de efecto invernadero y diversos estudios de expertos coinciden en que la temperatura media global subirá hasta 3 grados en 2050.
A ese deterioro permanente han contribuido y contribuyen también los promotores y gestores de explotaciones de agricultura intensiva en las que se extraen sin control ingentes cantidades de aguas subterráneas para el regadío, a la vez que el empleo masivo de fertilizantes saliniza las capas freáticas del subsuelo. Gabriel del Barrio, de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), destaca en ese contexto la paradoja que encierra la desertificación: “Los procesos que la originan están produciendo riqueza en la población local”. Así es en muchos casos y, por eso, Julio Barea, portavoz de Greenpeace, advierte en una entrevista a EFE: “Ser la huerta de Europa nos acabará condenando en no demasiado tiempo a ser el desierto de Europa”. Barea recrimina que todos los planes hidrológicos para el regadío estimulaban el uso de un agua con la que España no cuenta.
El pasado 17 de junio, Día Mundial contra la Desertificación, se dieron cita en Madrid expertos de todo el mundo para intercambiar proyectos, experiencias y análisis. Sus conclusiones no auguran una rápida y positiva evolución del drama, pese a que las tierras yermas son la antesala de masivas y descontroladas migraciones en el mundo, y especialmente en África. Por eso, los reunidos en Madrid lanzaron una alerta más al mundo: el tiempo se agota.
Ese día, el mauritano Ibrahim Thiaw, máximo responsable de la ONU contra la Desertificación, declaraba en una entrevista con EL PAÍS: “No tenemos elección: o revisamos nuestros métodos de producción y consumo, o vamos a un precipicio”.