La relación de los padres con las pantallas condiciona el uso que sus hijos hacen de ellas
Limitar el tiempo de uso de los dispositivos es un desafío tanto para los adultos como para los menores. No utilizar la tecnología como premio o castigo y que los progenitores eduquen en su manejo con el ejemplo puede evitar una relación problemática con las pantallas
Cada vez son más las madres y padres preocupados por el tiempo que sus hijos e hijas pasan ante las pantallas y por el uso que hacen de estas. Esta preocupación no es casual. Según datos del estudio Efectos de la falta de juego en la infancia, realizado por la Fundación Crecer Jugando junto a la Universidad Complutense de Madrid y el Instituto Tecnológico de Producto Infantil y Ocio (AIJU), los niños y niñas españoles de entre 10 y 12 años pasan una media de dos horas y trece minutos diarios ante la pantalla y más de la mitad de los chavales de estas edades superan las recomendaciones de los expertos de no sobrepasar los 120 minutos diarios. “Según una encuesta publicada en el año 2021 por la revista de Salud Pública en España, pasar más de dos horas al día de pantalla a estas edades se relaciona significativamente con que los niños prefieran como actividad de ocio los videojuegos y las pantallas, con un uso frecuente de los dispositivos en el almuerzo o la cena, con ver la televisión solos y el uso de la televisión de fondo, así como con un tiempo de uso mayor de dos horas en los progenitores”, explica María Angustias Salmerón, pediatra en el Hospital Ruber Internacional de Madrid y coordinadora del grupo del Plan Digital Familiar de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
Muchas veces los padres no saben cómo limitar a sus hijos ese uso de las pantallas. Pero ese límite, según muestra cada vez una mayor evidencia científica, bien podrían ser ellos. Es decir, el uso que los propios progenitores hacen de las pantallas. Un reciente estudio publicado en la revista científica Pediatric Research (Nature), con base en datos de más de 10.000 adolescentes estadounidenses de entre 12 y 13 años, ha concluido precisamente eso, que uno de los mayores predictores del empleo de pantallas por parte de los adolescentes es el uso que hacen de ellas sus padres.
“En este estudio queríamos observar a los adolescentes jóvenes en particular, porque se encuentran en una etapa en la que el uso de teléfonos móviles y redes sociales a menudo aumenta y marca el rumbo de hábitos futuros. También porque tenemos la idea de que empiezan a distanciarse de sus padres, pero hemos visto que los padres siguen desempeñando un papel crucial para los adolescentes jóvenes”, explica a EL PAÍS Jason M. Nagata, autor principal de la investigación. El miembro del Departamento de Pediatría de la Universidad de California reconoce que limitar las pantallas es “un desafío” tanto para los adultos como para los menores. Esto se debe a las notificaciones, los algoritmos adictivos y la integración de estas con la comunicación y el trabajo, pero destaca la importancia de que los padres intenten ser ejemplo y predicar con la práctica las charlas teóricas que dan a sus hijos. “Si los padres establecen como regla familiar no usar pantallas a la hora de comer, también deben intentar seguirla. Y si alguna vez rompen sus propias reglas, esta podría ser una buena oportunidad para conversar con sus hijos y reconocer ante ellos lo difícil que puede ser limitar el uso de la pantalla para todos”, ejemplifica.
Para María Zabala, experta en educación digital y autora de Ser padres en la era digital (Plataforma Editorial), el estudio señala algo que en su opinión es fundamental: que el uso problemático de las pantallas no tiene tanto que ver con la tecnología en sí misma como con el ejemplo. “Los padres seguimos siendo una referencia relevante para nuestros hijos a estas edades. Por mucho que digamos que las redes sociales son adictivas, que los videojuegos son malos, al final el modelado que nosotros hacemos como padres sigue siendo la base más importante”. En ese sentido, Zabala destaca también la importancia de que los padres se pregunten para qué usan las pantallas con sus hijos. “¿Las usamos para que nos dejen tranquilos o para algo más? ¿Solo para entretenimiento o con algún otro sentido? ¿Qué papel jugamos nosotros ahí? El modelo de parentalidad que ejerzamos es básico: si yo utilizo mucho la tecnología, pero tengo una comunicación muy abierta con mis hijos, compartimos esa tecnología y hablo mucho al respecto con mis hijos, no tiene por qué haber un uso problemático”, sentencia.
No utilizar las pantallas como castigo o recompensa
Según el estudio liderado por Jason M. Nagata, existen otros predictores también importantes del uso de las pantallas por parte de los preadolescentes. Permitir el empleo de dispositivos en el dormitorio por la noche o su utilización a la hora de comer, por ejemplo, se asoció con mayor tiempo ante la pantalla y con un uso más problemáticos de esta. El seguimiento por parte de los padres sobre la utilización de sus hijos de las pantallas y la limitación de este empleo se relacionó con un menor tiempo frente a la pantalla y un menor riesgo de uso problemático.
“A la hora de poner límites, que es algo de sentido común, es donde estamos fallando más. Que tengamos a niños a la una de la madrugada conectándose a internet porque los padres o no saben o no quieren poner límites a eso, pues es un problema”, razona Zabala. La experta considera que los momentos compartidos en familia “deben ser sagrados” y que las noches deben estar libres de pantallas: “Es fundamental que los chicos y las chicas entiendan que por la noche se desconecta y se descansa”.
En esos límites incide también el proyecto Plan Digital Familiar desarrollado por la AEP, que ofrece a las familias un catálogo de recomendaciones en función de la edad de los hijos para ir aplicando a la relación con las pantallas en las dinámicas familiares. “El eje crucial del Plan Digital Familiar es el ejemplo de los padres y que los adultos puedan cuestionarse su propio uso de las pantallas”, apunta María Angustias Salmerón. La pediatra considera que, si no hay unos límites previos definidos, “apagar los dispositivos y mantenerlos fuera de la habitación una hora antes de irse a la cama y durante las comidas es un buen comienzo”. Y luego, poco a poco, plantearse revisiones del plan semanales e ir añadiendo nuevas recomendaciones que, por supuesto, también deben cumplir los adultos.
Lo que está claro que no funciona, según el estudio publicado en Pediatric Research, es utilizar las pantallas como castigo o recompensa. Estas prácticas, de hecho, se asociaron con un mayor uso y con una utilización más problemática. “Los adolescentes jóvenes pueden estar en una etapa de búsqueda de una mayor independencia de sus padres y pueden rechazar ciertas reglas, particularmente aquellas que utilizan las pantallas como castigo o recompensa”, reflexiona Nagata. Para Zabala, este es uno de los datos más interesantes del estudio, ya que demuestra que estas estrategias producen “un efecto rebote”. En ese sentido, la experta en educación digital considera que lo más importante es “normalizar” la tecnología: “Esto no quiere decir dar acceso infinito a internet, sino hacer con internet, los móviles y la televisión lo que ya hacemos en otras parcelas de la educación: dar buen ejemplo, hablar con los hijos, crear vínculo, intentar que hagan un poco de todo, favorecer el respeto a los demás y no utilizar la tecnología como premio o castigo”.
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