Ana Isabel García, profesora: “En la Universidad la actitud crítica de los alumnos ya está perdida”
La profesora y presidenta del Centro de Filosofía para Niños publica ‘Aprendiz de Filosofía’, un álbum ilustrado para lectores a partir de los 9 años que pretende fomentar la curiosidad en los menores partiendo de las grandes preguntas planteadas a lo largo de la historia
A Ana Isabel García Vázquez (Valladolid, 43 años), profesora de Filosofía en centros de Secundaria y presidenta de la asociación sin ánimo de lucro Centro de Filosofía para Niños, hay una cosa que le produce mucha frustración: la incapacidad para acercar la filosofía a la gente. “La filosofía arranca de la vida, de preguntas que tienen que ver la mayoría de las veces con lo que nos pasa en el día a día para mejorar la situación del ser humano y transformar la sociedad. Estamos dejando a la gente sin una oportunidad de estar mejor”, asegura. Su últi...
A Ana Isabel García Vázquez (Valladolid, 43 años), profesora de Filosofía en centros de Secundaria y presidenta de la asociación sin ánimo de lucro Centro de Filosofía para Niños, hay una cosa que le produce mucha frustración: la incapacidad para acercar la filosofía a la gente. “La filosofía arranca de la vida, de preguntas que tienen que ver la mayoría de las veces con lo que nos pasa en el día a día para mejorar la situación del ser humano y transformar la sociedad. Estamos dejando a la gente sin una oportunidad de estar mejor”, asegura. Su última aportación para revertir esa sensación de incapacidad se titula Aprendiz de Filosofía (editorial Alfaguara), un álbum ilustrado para lectores a partir de 9 años que, partiendo de las grandes preguntas planteadas por veinte filósofos y filósofas a lo largo de la historia, pretende fomentar la curiosidad innata de niños y niñas para que estos, a pesar de todas las trabas y de un contexto que invita a lo contrario, nunca dejen de preguntarse: ¿y por qué?
PREGUNTA. Nadie se hace más preguntas que los niños y las niñas. ¿Son filósofos en potencia?
RESPUESTA. Más que en potencia, lo son en acto. Si te vas a una concepción originaria de la filosofía, a la etimología, a ese amor por el saber, lo son. ¡Claro que son auténticos filósofos! Y, además, tienen rasgos muy propios de la filosofía, como la problematización. Plantean preguntas que son problemas y que son cuestiones muy importantes.
P. ¿Se desaprovecha en las aulas ese potencial?
R. En Infantil se potencia mucho, porque en general se trabajan muy bien los proyectos y las asambleas, tienen una manera de trabajar mucho más conectada con la provocación y la curiosidad. Pero, quizás, como no se hace con ese plus de conciencia de desarrollo del pensamiento filosófico, no se aprovecha al 100%. No me cabe duda de que en esa etapa se aprovecha mucho más que en Primaria, en Primaria mucho más que en Secundaria, ya ni te cuento el paso de Secundaria al Bachillerato y, luego, a la Universidad. Y es una pena que se vaya perdiendo conforme los alumnos crecen, que se prioricen otras cosas (memorizar, saber sin más, etcétera) sin tener en cuenta que fomentar el pensamiento filosófico aumentaría el interés de chavales por lo que aprenden.
P. ¿Cuándo se pierde a ese filósofo que todos llevamos dentro?
R. Es difícil establecer una fecha exacta [risas]. Yo doy clase de Secundaria y ahí el espíritu filosófico todavía está, incluso hay un repunte. En Bachillerato se les empieza a ver más dormidos, aunque todavía mantienen el “¿y por qué?”, pero ya en la Universidad esa actitud crítica está perdida.
P. Es curioso que se pierda justo en la Universidad, que debería ser un lugar para el desarrollo del pensamiento.
R. Yo creo que pasa porque los chavales ya han asumido que hay que priorizar el aprender aquello que necesitan para aprobar y no el intentar comprender el mundo. Y ahí tenemos que hacer autocrítica los docentes y quienes crean las leyes educativas. El sistema, los profesores y también las familias a veces vamos anulando esa capacidad de cuestionamiento, esas ganas por saber. Te diría, no obstante, que las cosas han cambiado bastante. En mi época, desde luego, era clarísimo. Yo entré a la carrera con la idea de que me iba a pensar, a filosofar, esperaba un ágora, y hasta que no salí de la carrera no me encontré con eso. Es una pena.
P. ¿Cómo pueden ayudar padres y madres a que sus hijos no pierdan ese filósofo que llevan dentro?
R. Un elemento importante es conectar con nuestro niño interior. Si uno empieza a ver el mundo con detenimiento enseguida verá cómo el mundo empieza a sorprenderle. Y en ese sorprenderse se conecta con el niño que llevamos dentro, porque cuando uno se sorprende surge la curiosidad y el asombro. Si uno desarrolla esto, le será fácil acompañar a sus hijos. Y otro elemento es pararse a escuchar y a ver al otro. Cuando te paras a ver y a escuchar a tu hijo —no a intentar cambiarle de opinión, no a decirle lo que es verdad—, cuando le preguntas para que te explique más cosas, conectas con la maravilla del pensamiento de la otra persona. Y entonces alucinas, porque descubres su mundo.
P. ¿Saben los progenitores acompañar a los niños y adolescentes en este proceso?
R. Vivimos en un mundo muy acelerado y la filosofía es todo lo contrario, un pararse, un detener el mundo no para conseguir un producto final sino para llenarse de ser, para desarrollar el ser de la persona. Como familias nos vemos muy apresados por el ritmo frenético y damos más importancia a otras cosas como las notas, los deberes, etcétera. Y nos estamos equivocando, porque queremos éxito académico, pero es muy difícil un éxito académico si no hay un éxito personal. Y este último tiene que ver con ese pararse, con escuchar, con dialogar, con encontrarse. Tenemos que hacer un esfuerzo por parar.
P. ¿Un resquicio para el optimismo?
R. Soy optimista. Llevo muchos años formando parte del Centro de Filosofía para Niños y dando clases y veo que ahora hay mayor sensibilidad por estas cuestiones, por el pensamiento crítico, por el saber dialogar con el diferente, por la construcción conjunta, etcétera. Estamos viviendo una época más sensible a estos temas, quizás por todas las crisis que estamos pasando. Cuando hay crisis, la gente se cuestiona más las cosas y se crean más espacios de diálogo. También en las familias.
P. En estos tiempos de consumismo desbocado (y más ahora que se acerca la Navidad), ¿cree que no está de más recordar a los niños (y a nosotros los adultos) las lecciones de los cínicos y los estoicos?
R. Totalmente. Ese punto del estoicismo nos vendría muy bien. Hay muchos filósofos a lo largo de la historia, también hoy en día, que han apuntado a ese “déjese usted de tanta productividad y acuérdese de que tiene que cultivar su ser”. Al final, si todo lo ponemos en tener cuanto más mejor, acabaremos muy tristes y vacíos.
P. También en estos tiempos de polarización y desinformación igual está bien recordar el legado filosófico de Voltaire, Descartes o Hipatia.
R. El pensamiento complejo que implica la filosofía inevitablemente te sitúa frente al mundo de otra manera. Y esa manera pasa por intentar buscar la verdad, aunque a lo mejor nunca llegues a ella. Schopenhauer distinguía entre “llevar razón” y “tener razón”. Estamos demasiado acostumbrados a que dé igual, pero no es lo mismo.
P. ¿Hoy todos llevan razón?
R. Vivimos en un mundo de “llevar la razón”, de aparentar que se tiene razón, aunque en el fondo no sea así. Por eso aceptamos todo como válido y hemos llegado al subjetivismo total de que la verdad depende de cada persona. E incluso ya ni eso, porque nos da igual la verdad. Eso está haciendo mucho daño. Porque una sociedad se basa en la confianza. Si rompemos eso, rompemos nuestras vinculaciones con los demás miembros de la sociedad y, por tanto, rompemos la sociedad. Y así nos estamos cargando la democracia.
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