Vencido Trump, vencer al trumpismo

La batalla se traslada ahora a las filas republicanas. Entre quienes quieren recuperar el alma del partido y quienes quieren convertirlo en una formación extremista y tribal

Donald y Melania Trump ayer en el Air Force One para trasladarse a Florida.ALEX EDELMAN (AFP)

El principio solo se entiende al final. Abundaban al empezar los indicios, pero quedaban entre paréntesis por el peso de las instituciones, el pragmatismo y la responsabilidad que se le supone a un gobernante y el nebuloso optimismo con el que solemos afrontar las mayores amenazas. Una observación atenta de la campaña electoral y del personaje no debía inducir a dudas: la extrema derecha iba a entrar en la Casa Blanca, en la persona de un nacionalista blanco, supremacista, xenófobo, racista e intolerante.

El partido republicano, sus candidatos derrotados en las primarias y sus líderes p...

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El principio solo se entiende al final. Abundaban al empezar los indicios, pero quedaban entre paréntesis por el peso de las instituciones, el pragmatismo y la responsabilidad que se le supone a un gobernante y el nebuloso optimismo con el que solemos afrontar las mayores amenazas. Una observación atenta de la campaña electoral y del personaje no debía inducir a dudas: la extrema derecha iba a entrar en la Casa Blanca, en la persona de un nacionalista blanco, supremacista, xenófobo, racista e intolerante.

El partido republicano, sus candidatos derrotados en las primarias y sus líderes parlamentarios se mostraron dispuestos a tragar todos los sapos a cambio de los réditos que reportaba un presidente obediente: nombrar jueces derechistas, bajar los impuestos y desregular la economía. Fue un negocio fáustico. Los conservadores perdieron el control del partido y su identidad ideológica. Terminada la pugna presidencial, la campaña, la elección y el torturado camino hasta la investidura, la batalla se traslada a las filas republicanas. Entre quienes quieren recuperar el control del partido, de su cultura liberal conservadora y de su alma, y quienes quieren convertirla en una formación definitivamente extremista y tribal, representante exclusiva de la antigua mayoría blanca, anglosajona y protestante, en trance de convertirse en minoría, todavía la de mayores dimensiones.

Trump quiere seguir al mando de la tribu en este combate. Le ayudará Steve Bannon, su ex estratega en jefe, inculpado por corrupción e indultado en el último minuto. El objetivo es construir un mito alrededor de su deslumbrante e incomparable presidencia, partiendo del robo de las elecciones y la ilegitimidad de Joe Biden. Es decir, solo una mentira inmensa puede envolver el torrente de mentiras que le ha aupado y no ha cesado de acompañarle.

Este mito presidencial culmina con otro mito falaz, el de una protesta pacífica ante el Capitolio manipulado por los adversarios, los Antifa. Con sus condenas verbales a la violencia, tras haber llamado a la insurrección, o su atribución a una conspiración de los enemigos, Trump se sitúa en la posición bien conocida de quienes justifican o explican el terrorismo por unas reivindicaciones políticas supuestamente legítimas aunque digan que no comparten sus métodos. Trump tiene todavía sus bazas. El control de la burocracia del partido. Los 147 congresistas que rechazaron el escrutinio a favor de Biden. Los senadores que no querrán votar el impeachment. Los crédulos votantes republicanos, que tragan sus mentiras y le dieron 74 millones de votos.

Ahora es el partido quien tiene la mano. Si en nombre de la reconciliación, prefiere dejar sin castigo el golpe antidemocrático del presidente derrotado y sus cómplices en la insurrección contra el Congreso, el trumpismo organizado lo intentará de nuevo. Si no levanta un muro de contención política y moral con la extrema derecha insurgente, primero dividirá al partido y luego se lo comerá. Para que venza del todo la democracia, como ha anunciado Biden, ahora hace falta vencer al trumpismo.

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