El traspaso de poder en EE UU, un largo camino hasta el 20 de enero
Una comisión especial se encarga de que todo esté listo para la fecha prevista por la Constitución para la toma de posesión del presidente
En contra de lo que se pueda pensar, el traspaso del poder en Estados Unidos entre el presidente saliente y el ganador de los comicios no comienza el día siguiente de las elecciones a la Casa Blanca. El cambio de guardia, la preparación para entregar el mando si así lo deciden las urnas, se inicia mucho antes en un proceso informal que suele abrirse durante la primavera del año electoral. Es un margen de tiempo vital para que la nueva Administración esté preparada para el Día de la Inauguración, el acto final de la toma d...
En contra de lo que se pueda pensar, el traspaso del poder en Estados Unidos entre el presidente saliente y el ganador de los comicios no comienza el día siguiente de las elecciones a la Casa Blanca. El cambio de guardia, la preparación para entregar el mando si así lo deciden las urnas, se inicia mucho antes en un proceso informal que suele abrirse durante la primavera del año electoral. Es un margen de tiempo vital para que la nueva Administración esté preparada para el Día de la Inauguración, el acto final de la toma de posesión del nuevo mandatario, que la Constitución de Estados Unidos fija para el 20 de enero, llueva o haga sol.
A mediados del pasado mayo, la Administración de Donald Trump comenzó ese proceso de traspaso en previsión de que el candidato demócrata, Joe Biden, desalojara de la Casa Blanca al mandatario republicano. La Administración envió un informe a dos comités del Congreso en los que les informaba de las actividades encaminadas a ese traspaso, a la vez que anunciaba, como es de rigor, que había creado un Consejo de Transición que aconsejaría a todos los departamentos y agencias gubernamentales que estuvieran listos para un eventual traspaso del poder.
Mary Gilbert, veterana de los Servicios Generales de la Administración, fue formalmente convocada el pasado abril para volver a coordinar esa transición, una función que ya ejerció en el traspaso de poderes entre el demócrata Barack Obama y Donald Trump en 2016.
Uno de los actos que más atrae a las cámaras es el día en que el presidente saliente saluda en la Casa Blanca al mandatario electo. Cuando Obama se reunió con Trump 48 horas después de las elecciones que ganó el magnate neoyorquino estaba cumpliendo la promesa de asegurar una transición de poder “sencilla y sin sobresaltos”, tal y como George W. Bush hizo con él. Obama declaró entonces en los jardines de la Casa Blanca: “El traspaso de poder pacífico es una de las señas de identidad de nuestra democracia”.
En este ciclo electoral, esa máxima se ha puesto en duda en varias ocasiones ante la negativa de Trump a garantizar que cederá el poder como es costumbre si pierde los comicios. De momento, la capital de la nación ha pasado esta última semana blindándose ante posibles altercados o brotes de violencia en las calles como consecuencia del resultado de las urnas. Es una imagen dura de contemplar para la democracia estadounidense. En circunstancias normales, como en muchos otros países, el candidato perdedor da un discurso en el que admite su derrota cuando se conocen los resultados la noche electoral. Este año, la reacción de Trump en caso de una derrota es una incógnita. En 2012, a Mitt Romney le llevó algún tiempo aceptar que había perdido frente a Barack Obama. Hubo que esperar a la 1.45 de la madrugada en la Costa Este de Estados Unidos (7.45 hora peninsular española) para que tirase la toalla. Se dijo entonces que ni siquiera tenía preparado un discurso de derrota, solo había redactado el de la victoria.
La jornada electoral de 2016 sigue siendo una noche que levanta ampollas entre los demócratas. Tras conocer su derrota, Hillary Clinton no compareció antes los miles de seguidores que la esperaban en el centro de convenciones de Nueva York. Fue al día siguiente cuando junto a su marido, el expresidente Bill Clinton, pronunció el discurso más amargo de su carrera política.
En el tiempo que va desde que se conoce el ganador de las elecciones hasta el 20 de enero de 2021, el equipo de transición deberá tener seleccionadas a las personas adecuadas para algunos de los cargos más importantes de la Administración, aunque sus nombres se mantendrán en secreto durante todavía algún tiempo.
Un aspecto muy importante es que a partir de que haya un nuevo presidente, aunque no asuma el cargo hasta enero, tiene el derecho de ser informado por los servicios de inteligencia sobre operaciones secretas o temas clasificados sobre actividades y gobernantes extranjeros.
Una mudanza presidencial
Pocos mandatarios han manifestado que echen de menos vivir en la Casa Blanca. Al fin y al cabo, por mucho que se esfuercen, no deja de ser una residencia sin personalidad propia rodeada de agentes del servicio secreto, a pesar de que el Ala Este (el hogar de la familia presidencial) esté separado del Ala Oeste. Allí se encuentra el corazón de la Administración y sus principales asesores, acompañados de asistentes que asisten a otros asistentes. Lo que sí echan de menos los mandatarios ―así lo confesó Obama―, o al menos hasta el actual presidente ―que tiene jet propio― es el avión presidencial, Air Force One, que el presidente saliente puede seguir usando hasta la fecha definitiva del 20 de enero.
También resulta interesante cómo transcurre la mudanza. La Casa Blanca se entrega de forma oficial el mismo 20 de enero. Aunque el presidente saliente y su familia no tienen la obligación de pernoctar hasta el día anterior a esa fecha en el 1.600 de la Avenida Pensilvania, ya que poco a poco irán dejando espacio para que los nuevos inquilinos vayan adaptando la residencia a su gusto. Los Obama decidieron quedarse en Washington en 2016 a pesar de que su hogar estaba en Chicago, porque su hija menor seguía estudiando en la capital y no quisieron interrumpir sus planes educativos.
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