Una pistola, por si acaso
Las ventas de armas se disparan por los disturbios, la pandemia y el miedo a un estallido de violencia postelectoral
“El principal comprador, ahora, es alguien políticamente liberal que jamás había poseído un arma”. Vaya. Según parece, el reportero es un potencial cliente de Johnson Firearms. George, que hoy se encarga del establecimiento (el gerente, Josh, está en otro sitio), dice que las ventas se han disparado (valga el juego de palabras) y que reponer existencias se ha convertido en un problema. “Los disturbios raciales, la pandemia y el miedo a que estalle la violencia tras las elecciones”: esas son, según George, las razones de que el negocio marche tan bien.
Tradicionalmente, la clientela de J...
“El principal comprador, ahora, es alguien políticamente liberal que jamás había poseído un arma”. Vaya. Según parece, el reportero es un potencial cliente de Johnson Firearms. George, que hoy se encarga del establecimiento (el gerente, Josh, está en otro sitio), dice que las ventas se han disparado (valga el juego de palabras) y que reponer existencias se ha convertido en un problema. “Los disturbios raciales, la pandemia y el miedo a que estalle la violencia tras las elecciones”: esas son, según George, las razones de que el negocio marche tan bien.
Tradicionalmente, la clientela de Johnson Firearms, y la de cualquier otro expendedor de armamento en Estados Unidos, estaba compuesta en su gran mayoría por hombres blancos de ideología conservadora. Se calcula que uno de cada dos miembros de dicha franja de población posee al menos una pistola o revólver. Esa gente, por tanto, ya tiene cubiertas las necesidades básicas. Con la ola de miedo que recorre el país, son los neófitos, los que carecen de experiencia y nunca se habían planteado la necesidad de defenderse a tiros, quienes hacen compras. Por si acaso.
“Le recomiendo que vea tutoriales en Youtube, hay muchísimos, y que practique todo lo que pueda en la galería de tiro o en el patio trasero de su casa”, le dice un vendedor a un hombre que sopesa una pistola semiautomática y que, a juzgar por la torpeza con que intenta mover la corredera, no está habituado a manejar este tipo de cosas. Al final el hombre no se decide, duda entre varios modelos. Un poco más tarde, el reportero le abordará en la calle para preguntarle. “Prefiero venir con mi esposa porque guardaremos el arma en casa y ambos debemos ser capaces de usarla”, dice. ¿Para qué? “Son tiempos complicados, ya sabe, defensa personal”, responde, mientras se escabulle hacia su automóvil.
Las cifras son espeluznantes. Entre el 1 de enero y el 30 de septiembre, el FBI ha contabilizado 28,8 millones de chequeos. En este caso, el chequeo es la comprobación necesaria para conceder licencia a quien compra un arma por primera vez. Nunca se había alcanzado tal cantidad.
En Johnson Firearms ofrecen de todo: desde aerosoles de gas pimienta hasta espectaculares fusiles de asalto. El producto estrella, sin embargo, es la pistola Glock 17. “El público sabe que es el arma corta que utiliza la mayoría de los cuerpos policiales y, por tanto, la percibe como sólida y fiable. Realmente lo es. Para entendernos”, explica George, “es el equivalente en pistola del AK-47”. El AK-47 es más conocido como Kaláshnikov, por el nombre de su inventor soviético.
No se imaginen a George como un tipo musculoso de mirada torva. Más bien recuerda a Bill Gates cuando era joven: rostro aniñado y voz aguda. Derrocha amabilidad, como cualquiera de sus vendedores. Hay diversidad de razas y de sexo entre el público durante la visita del reportero.
La Glock 17, de fabricación austríaca, es una pistola “de plástico” (polímero), ligera (poco más de medio kilo descargada) y cómoda de manejar con ambas manos. El reportero lo comprueba. El cargador contiene 17 cartuchos de 9 milímetros. “Por la facilidad de uso y el poco retroceso, es la pistola ideal para hombres y mujeres no familiarizados con las armas”, recita el vendedor. “Además, tiene un precio moderado”. Hay un montón de variantes de la Glock 17, y todos rondan los 500 dólares.
En Miami no está permitido llevar armas a la vista en lugares públicos, salvo en casos especiales, pero (una vez registrada la licencia, que tramita fácilmente el propio comercio) no hay problema en tener una pistola en casa o en la guantera del auto. Si la utilizas contra alguien que entra sin permiso en tu casa o en tu coche, tranquilo: ni siquiera irás a juicio.
En la puerta de la armería Johnson hay un letrero que permite el ingreso con armas. Con un par de puntualizaciones que suenan a ironía: “Por favor, mantenga el arma en su funda a no ser que surja una necesidad. En ese caso, se apreciará la buena puntería”. Otro letrero, pegado con cinta adhesiva, pide a la gente que use mascarilla y guarde las distancias en las colas que se forman en la calle. El establecimiento es muy amplio, pero los sábados se desborda fácilmente el aforo y puede hacer falta una espera de media hora. Corren tiempos gloriosos para la industria del armamento personal.
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