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Perú inicia una nueva era de inestabilidad y caos tras la destitución exprés de Dina Boluarte

Un cuestionado presidente asume el mando de un país en constante crisis política y de seguridad

Protesta contra el gobierno de Dina Boluarte en la embajada de Bolivia, en Lima, Perú.Foto: AP | Vídeo: REUTERS

Millones de peruanos despertaron este viernes por la mañana, prendieron la radio, y descubrieron que se habían quedado sin presidenta. Dina Boluarte cayó pasada la media noche del jueves por una moción de censura promovida por los mismos diputados que le habían permitido gobernar los últimos tres años. La moción declaró su “incapacidad moral” para dirigir el país y una vez más el Congreso —la institución peor valorada entre los peruanos— tumbó a un dirigente. Su marcha no entristece a casi nadie —su popularidad ha caído hasta el 2%, convirtiéndola en la mandataria peor valorada de la historia reciente—, pero sume a Perú en el caos de una nueva crisis política. La incertidumbre es la única certeza de un país ingobernable que ha visto ascender y caer a siete presidentes en los últimos nueve años. Su sucesor, José Jerí, un político joven que llegó a la presidencia del Congreso por una carambola y que fue acusado de violación, promete atajar la grave crisis de seguridad que azota el país. Pero su figura genera más dudas que certezas.

La pregunta que todo el mundo se hacía hasta la tarde de este viernes era ¿dónde está Boluarte? La expresidenta se dirigió a la nación tras su destitución con un mensaje donde nuevamente demostró su desconexión con los ciudadanos. No hubo mea culpas, sino un largo discurso en el que enumeró los “logros” de su Gobierno. Hasta la televisión pública interrumpió su transmisión. Y luego se la tragó la noche. Frente a los rumores de que la abogada pediría asilo en la embajada de Ecuador, un grueso de jóvenes manifestantes hizo guardia en la sede diplomática, pero no hallaron rastro de ella.

Habían pasado doce horas desde la destitución y más de una decena de periodistas y cámaras de televisión se turnaban para hacer guardia frente a la casa de la expresidenta, en un distrito de clase media a unos 20 minutos en coche del centro de Lima. Entre directo y directo, los reporteros contaban que habían visto entrar y salir dos coches oficiales durante la noche, pero que las lunas tintadas les impidieron ver quién iba en su interior. La vivienda de tres plantas, protegida por un muro del que cuelga una buganvilla despeluchada, parece desierta. Nadie responde al telefonillo, pero el abogado de Boluarte asegura que su clienta está ahí. “Ni asilada ni no habida. Ella está en su casa. Ese fue y será su paradero: su país”, escribió el letrado en X. Los periodistas peruanos —acostumbrados a invertir horas frente a las casas de presidentes que acaban huyendo del país— arquean la ceja desconfiados.

Pero las guardias interminables tuvieron su recompensa y Boluarte acabó abriendo el portón de madera de su casa, en la que que ha sido su primera aparición pública tras su destitución. “No está ni siquiera en el más mínimo pensamiento, ni [en] mi sentimiento patriótico, dejar el país, tal es así que habiendo vivido aproximadamente siete años en el extranjero, he regresado a la patria porque siempre estuvo en el corazón el mejor servir al Perú”, subrayó la exmandataria. La expresidenta dijo a los periodistas que la noche de su moción llegó a su casa hacia las tres de la madrugada y que estuvo descansando “como corresponde”.

Boluarte mantiene más de una causa pendiente con la justicia y tendría razones para querer marcharse. Hasta este jueves estaba protegida judicialmente como presidenta, pero hoy, sin la banda presidencial, está cercada. Mientras se esperaban noticias de su paradero, el Ministerio Público presentó dos medidas cautelares para impedir su salida del país. Una por haber favorecido al cirujano que le operó el rostro en secreto y la otra, por haber reunido dinero para pagar la reparación civil de un aliado político prófugo de la justicia. “Estoy tranquila con mi conciencia”, aseguró en la puerta de su casa. “Aquellos casos que están en investigación en el Ministerio Público, no soy responsable en ninguno de ellos”.

Investido de forma exprés, el que era presidente del Congreso, José Jerí, es el nuevo presidente. Gobernará, en principio, apenas nueve meses, cuando está previsto que tome posesión el candidato que salga elegido en las elecciones presidenciales de abril. Jerí, de 38 años, no tiene peso político —en los últimos comicios no sacó ni 12.000 votos—, pero las dudas sobrevuelan, sobre todo, por su integridad. Denunciado por violación (una causa que fue archivada) y por actos de corrupción, es un fiel seguidor de decenas de páginas pornográficas en Instagram, según han revelado en las últimas horas quienes han monitorizado sus redes sociales.

Después de Boluarte —que reprimió con mano de hierro las protestas en su contra que se saldaron con 60 fallecidos—, Jerí debería ser una inyección de confianza. Pero su palabra también está en tela de juicio. En agosto, en una entrevista para el diario El Comercio, le preguntaron por su papel ante una hipotética destitución de la presidenta y aseguró: “Si se presentase ese escenario, yo desistiría”. Jerí cambió de idea, como lo hizo Boluarte, que nunca convocó las elecciones prometidas tras ocupar la silla que dejó vacía Pedro Castillo, hoy en prisión por al autogolpe que ejecutó para evitar su destitución. Varios analistas, en cualquier caso, ven a Jerí como un presidente títere que será manejado entre bambalinas por Patricia Li, una política cuestionada por ser cómplice de un fraude fiscal.

Durante su presentación en el Parlamento, José Jerí, el nuevo inquilino de Casa Pizarro, prometió atender las demandas de la Generación Z, que alborota las calles desde hace un mes. “Están exigiendo cambios y debemos construir acuerdos mínimos”, dijo. Ante una ciudadanía hastiada de su clase dirigente, los jóvenes peruanos reclaman cambios reales. Piero Meza, un universitario de 17 años, se acercó a la casa de la presidenta destituida tras salir de clase. Ante la mirada cómplice de tres amigas, asegura que Jerí no les representa. “Estamos ya muy acostumbrados a las crisis políticas, a no tener líderes, pero estamos cansados. ¿Ahora sacan a Dina y qué pasa? Nada”, lamenta. “Necesitamos que cambie todo, necesitamos que acaben con los policías corruptos, con esos delincuentes vestidos de uniforme. Nada tiene sentido si no tenemos quién nos proteja”, añade.

Los 124 diputados presentes en el hemiciclo que apoyaron, sin excepción, la moción de censura, justificaron su decisión por la incapacidad de la presidenta de dar respuesta a la grave crisis de inseguridad que tiene atemorizados a los peruanos. La criminalidad se ha disparado y los sicarios y bandas dedicadas a la extorsión campan a sus anchas causando cientos de muertos. Con más de 1.700 homicidios en lo que va de año, el miércoles se produjo el estoque definitivo que hizo caer sobre Boluarte la espada de Damocles. Dos individuos en una motocicleta atentaron a tiros contra una emblemática orquesta de cumbia que actuaba en un recinto militar. El atentado cortó el delgado hilo que sostenía el Gobierno de Boluarte. A seis meses de las elecciones generales, las agrupaciones políticas le dieron la espalda para no ser salpicadas por el horror. Sus aliados le soltaron la mano para intentar la reelección. El viejo cálculo político que mantiene a Perú siempre en vilo.

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