APUNTES DE GEOPOLÍTICA

Todo el mundo vio el rayo. Putin y sus aliados temen el trueno y el diluvio

Los socios del Kremlin buscan comprender la nueva situación de Rusia con un líder debilitado y recalibrar las relaciones a la vista de lo ocurrido

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, el martes en el Kremlin.SERGEI GUNEYEV (AFP)

Este artículo es un fragmento de la ‘newsletter’ Apuntes de Geopolítica, exclusiva para los suscriptores de EL PAÍS. Pueden apuntarse aquí.

El mundo entero vio el rayo. Como un relámpago, los mercenarios de Wagner se hicieron con la ciudad rusa de Rostov del Don y recorrieron cientos de kilómetros hacia Moscú en un descomunal desafío al régimen de Vladímir Putin.

El mundo entero vio cómo un Kremlin obsesionado hace lustros con el riesgo de una revolución de colores —un movimiento...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Este artículo es un fragmento de la ‘newsletter’ Apuntes de Geopolítica, exclusiva para los suscriptores de EL PAÍS. Pueden apuntarse aquí.

El mundo entero vio el rayo. Como un relámpago, los mercenarios de Wagner se hicieron con la ciudad rusa de Rostov del Don y recorrieron cientos de kilómetros hacia Moscú en un descomunal desafío al régimen de Vladímir Putin.

El mundo entero vio cómo un Kremlin obsesionado hace lustros con el riesgo de una revolución de colores —un movimiento civil como los de Ucrania y Georgia, que Moscú cree espoleados por Occidente— sufría, en cambio, una revuelta militar brotada en su mismo seno, por parte de un grupo financiado durante tiempo con copioso dinero público ruso. Vio cómo se mostraba incapaz de evitar que esa revuelta brotara, de impedir que avanzara como un puñal hacia la capital sin encontrar ninguna resistencia terrestre y de imponer un castigo a los amotinados.

El mundo entero, pues, aguarda ahora el trueno que siempre viene a continuación del rayo y, quizás, un tremendo diluvio también. La debilidad del autócrata ha quedado expuesta, y esto es un hecho de importancia esencial para los regímenes autoritarios, que no se fundamentan en el libre consenso, sino en proyectar fuerza e infundir miedo. Las murallas del Kremlin no colapsaron, pero la grieta está a la vista. Cuando aparecen, suelen avanzar. El reajuste está en marcha. Habrá represalia, venganzas, reorganizaciones. Quizá, inestabilidad, nuevas intentonas. Todos observan, y lo hacen con especial inquietud los socios internacionales de Putin. Este, a su vez, tiene motivos para temer que la nueva situación lo ponga en una posición internacional aún más incómoda. Veamos.

China

Pekín es el socio esencial para Moscú. No son aliados en sentido formal, de mutua defensa, pero han ido estrechando una relación estratégica cada vez más coordinada, con el común denominador del deseo de revertir la supremacía occidental. Es una relación desequilibrada, con Rusia dependiente en grado máximo de China para superar las dificultades provocadas por las sanciones occidentales. Pekín ha aumentado las compras de hidrocarburos rusos y elevado sus exportaciones hacia el vecino, pero es muy cuidadoso en no dar ningún paso que pueda motivar sanciones secundarias de Estados Unidos contra sus empresas y perjudicar su comercio con Occidente.

China no quiere que Rusia pierda en Ucrania, porque eso sería una victoria de EE UU, ni que colapse el régimen de Putin. Pero, pese a las declaraciones formales, mantiene suspicacias hacia Moscú, y no lo considera otra cosa que una herramienta conveniente para avanzar hacia sus objetivos. Curiosamente, el sábado del rayo Wagner, Pekín no emitió ninguna declaración. Sin duda estará estudiando las dificultades del Kremlin en reaccionar, las lealtades que quedaron, si no quebradas, al menos en suspenso en esas horas increíbles, al igual que estudió en su momento a fondo el colapso de la URSS. Solo al día posterior Pekín manifestó públicamente su apoyo oficial a Putin. Un líder debilitado que, ahora, está más expuesto aún a una relación asimétrica. Algunos expertos ya hablaban de la situación de Rusia como vasallo de China. Lo ocurrido alimenta esa dinámica.

Irán

Otro país clave en el eje que intenta oponerse a la primacía occidental y plantea una visión del orden mundial en el que se relativicen los conceptos de democracia y derechos humanos. Teherán, además, es importante para Moscú porque, a diferencia de China, presta apoyo militar directo con el suministro de drones muy utilizados en la guerra de Ucrania. Ambos países están sometidos a sanciones occidentales y cooperan para sobreponerse a ellas.

A diferencia de China, Irán sí emitió el mismo sábado de la incursión de las huestes de Wagner un comunicado oficial en el que respaldaba el Estado de derecho en Rusia. Dos días después, Putin y su homólogo iraní, Ebrahim Raisi, mantuvieron una conversación telefónica. La prensa del ala dura del régimen cargó contra los medios del ala menos dura, criticando el excesivo espacio que dedicaron a la rebelión de Wagner. Aunque difiera por naturaleza y posición dentro del régimen, la Guardia Revolucionaria iraní recuerda a Wagner en algunos rasgos, como actor militar con un conglomerado de intereses económicos, proyección en el exterior y que cuenta con un estatus propio dentro del sistema, en tensión con otras corrientes. En Teherán, también, se estará intentando comprender y extraer lecciones de lo sucedido en Rusia con ahínco, tanto en clave interna como de relaciones bilaterales.

El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, con su ministro de Defensa, Víctor Jrenin, el martes.PRESIDENT OF BELARUS PRESS SERVI (via REUTERS)

Bielorrusia

Pocos líderes internacionales habrán seguido la crisis con tanta atención e inquietud como Alexandr Lukashenko, dictador de Bielorrusia, totalmente dependiente del apoyo de Rusia para su supervivencia política. La tarde del sábado acabó asumiendo un papel de intermediario que le ha dado proyección internacional.

La lógica hace pensar —y en esa dirección se pronuncian algunos expertos— que su papel en la salida negociada fue meramente formal, no sustancial. Carece del poder necesario para influir, y fue simplemente un útil intermediario para sellar una solución provisional. El desembarco en su país de Wagner representa a la vez una posible herramienta y un riesgo. Bielorrusia es un Estado vasallo de Rusia, y haber alojado en su territorio a los mercenarios expulsados es un crédito y una carta con la que se puede jugar. A la vez, es un problema de gestión con potencial incendiario.

Asia Central

Rusia considera las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central su patio trasero. La tarde del rayo, Kasim-Yomart Tokáyev, el presidente de Kazajistán, la más grande e importante de ellas, fue el segundo en hablar con Putin —después del bielorruso Lukashenko—, y emitió un comunicado en el que respaldaba el Estado de derecho y el orden constitucional en Rusia, sin muchos más detalles.

Para esa misma tarde, Tokáyev convocó una reunión extraordinaria de su consejo de seguridad para elaborar un plan para “neutralizar un potencial impacto negativo de la situación en el país vecino amigo sobre los ciudadanos kazajos y la economía del país”. Kazajistán comparte con Rusia una frontera de 7.500 kilómetros. Claramente, Tokáyev no veía claro un desenlace pacífico y garante de estabilidad.

Un par de días después, en sus comunicaciones oficiales, Tokáyev ya fue más explícito en su respaldo a Putin. Moscú le proporcionó ayuda durante la revuelta que se produjo en enero de 2022. No obstante, lleva a cabo con esmero una política de contrabalanceo cultivando relaciones con China y la UE, y cabe esperar que las turbulencias rusas lo animarán a profundizar en ese camino.

África

Varios países africanos han seguido con especial atención la crisis porque mantienen una estrecha relación con Rusia en la que Wagner, el grupo mercenario rebelde, es el principal actor. El conglomerado, presente en países como Malí, República Centroafricana, Libia o Burkina Faso, ha estado en los últimos años proporcionando servicios de seguridad, asesoramiento, propaganda, e involucrándose además en actividades de extracción minera que son el pago por los servicios prestados.

Los líderes de estos países observan pues con especial atención el devenir de la crisis y cuál puede ser el futuro del que ha sido, en muchos casos, el auténtico interlocutor de su relación con Moscú.

Otros

El sábado, llamativamente, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, exhortó a Putin a “actuar con sentido común” mientras la revuelta se iba desarrollando. Arabia Saudí, que tras años de buena relación con Rusia pactando estrategia petrolera en la OPEP+ tiene ahora discrepancias con Moscú, puede que se haya alegrado un poco del debilitamiento de Putin. Siria, Corea del Norte y Eritrea (los únicos que, junto a Bielorrusia y la propia Rusia), votaron en contra de la resolución de condena de la invasión de Ucrania en la Asamblea General de la ONU, se habrán preocupado mucho.

Por supuesto, no solo los socios de Putin estudian con atención qué significó el rayo, como será el trueno, y si viene un diluvio. También sus adversarios, sean de carácter público —Estados Unidos, la OTAN, la UE, Ucrania, todos centradísimos en estudiar el desarrollo de los acontecimientos—, o simples opositores privados.

Mijaíl Jodorkovski, el oligarca exiliado, por ejemplo, escribió lo siguiente en The Economist: “Tenemos que entender que la caída del régimen de Putin y la creación de una Rusia mejor no se producirán en las urnas o con medios pacíficos, sino que requerirá una insurrección armada (…). Si nosotros, la oposición democrática, queremos alcanzar esos objetivos (de democratización) entonces no solo debemos apoyar el derrocamiento del régimen, sino estar listos para afirmar nuestros intereses democráticos a través de la fuerza cuando este caiga”.

Un regreso al statu quo no parece posible. El tiempo dirá cuáles serán las consecuencias, una incógnita inquietante para socios y enemigos, a la vista del arsenal de miles de bombas atómicas del que dispone quien manda en Rusia.

Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.

Sobre la firma

Más información

Archivado En