Alby, que fue Trip, que Fue Carlos, que fue Londres

El periodista Carlos Fresneda celebra en Londres la vida de su hijo Alby

El periodista Carlos Fresneda, este lunes, en LondresRafa de Miguel

Hay un ritmo sincopado, urbano, metálico y encapuchado en las calles de Londres, y Carlos Fresneda, el corresponsal de EL MUNDO en esta ciudad, se aferra a su cadencia para que no se le escape de las manos el recuerdo de su hijo Alby. Hace ya un año que Alberto Fresneda (Trip, 19 años), junto a sus amigos Harry (Lover, 23 años) y Jack (K Bag, 23 años) fallecieron arrollados, en la madrugada de un lunes, por un tren fuera de servicio, sin pasajeros, en las cercanías de la estación de Loughborough Junction, al sur de la ciudad. "No habrá vuelta atrás, y dejando su marca, pintan los muros con ges...

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Hay un ritmo sincopado, urbano, metálico y encapuchado en las calles de Londres, y Carlos Fresneda, el corresponsal de EL MUNDO en esta ciudad, se aferra a su cadencia para que no se le escape de las manos el recuerdo de su hijo Alby. Hace ya un año que Alberto Fresneda (Trip, 19 años), junto a sus amigos Harry (Lover, 23 años) y Jack (K Bag, 23 años) fallecieron arrollados, en la madrugada de un lunes, por un tren fuera de servicio, sin pasajeros, en las cercanías de la estación de Loughborough Junction, al sur de la ciudad. "No habrá vuelta atrás, y dejando su marca, pintan los muros con gestos magistrales para expresar, con vena ligera pero punzante, su inequívoca indignación ante cómo son las cosas, el estado de la situación...", dice el poema dedicado a Alberto por Noah, su compañero de clase. Un gran número de  amigos de  los tres grafiteros, de los tres artistas, y de sus padres, se reunieron este lunes en el Teatro Cervantes de Londres para recordar sus vidas y celebrarlas. Y para escuchar juntos la carta que Carlos (Querido Hijo, Ed. La Esfera de los Libros) ha escrito a mano durante largos viajes en metro para escapar de la obligación diaria -el Brexit, lo urgente- y capturar el recuerdo fresco -Alby, lo importante-.

"Sigo sin poder llorar, Alberto. Me pregunto hasta cuándo". Y es cierto. Carlos no llora. No tiene tiempo, en un esfuerzo por rescatar hasta el último minuto, el último anhelo y el rastro breve pero intenso de Alby. Le sostiene el descubrimiento diario de que, a pesar de las carencias y los descuidos y los errores y el tiempo malgastado de una paternidad intermitente, víctima del periodismo que todo lo absorbe, el hijo supera al padre. Alby, que fue Alberto, que firmaba Trip por las paredes de Londres, absorbió todas las experiencias y culturas que le obligaron a vivir,-Nueva York, Sevilla, Madrid, Londres...- detrás de las andanzas de sus padres, para acabar destilándolas en una vocación artística capaz de entender la realidad de cada momento y de expresarla y describirla sin la asepsia aislante del periodismo.

Carlos lleva en el bolsillo una piña, para explicar de modo gráfico a sus amigos ingleses el resultado de meses de dolor compartido y de recuerdos indagados. "Hacer una piña", explica, "así llamamos los españoles a lo que nos hace estar juntos". Y después de escuchar las palabras sentidas de los padres de los tres grafiteros, de repasar su obra y sus vidas en los vídeos elaborados por sus amigos, después de escuchar, para entender, la poesía callejera del hip-hop con la que ensalzaron su trayectoria vital, se encendieron las luces y el periodista abrazó, uno por uno, a todos los que conocieron y quisieron a Alby. Sin llorar. Con una sonrisa. Porque el secreto de Carlos para sobrellevar un dolor tan insoportable, hasta ahora, ha sido sumergirse en la vida de un hijo "inconformista y burlón", con la idea de que "lo que se escribe es lo que queda".

"Tan solo decirte que pienso seguir 'escriviviendo' de ahora en adelante, con todo lo que me has enseñado en estos meses tan intensos", dice el periodista al final del libro que nunca pensó en escribir. Se le veía feliz, en cierto modo, al concluir el acto en el Teatro Cervantes. Con esa cara que ningún padre puede evitar cuando aparece ante sus ojos, y ante todos los demás, el producto concentrado de años de aciertos y errores -más de los primeros- y le sale el orgullo: Este era mi hijo. "Buen viaje, Trip".

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