El peso del boxeador
En el peor momento, cuando más necesario era trazar el camino, Europa se ha quedado sin proyecto. Justo cuando entraba en vigor del Tratado de Lisboa, el 1 de diciembre de 2009, aterrizaba en Europa la crisis iniciada un año antes en Estados Unidos. Es verdad que desde entonces la Unión Europea ha avanzado mucho más en el camino de la unión económica, fiscal y bancaria que en todos los años en que el euro llevaba una vida tan feliz como inconsciente. Pero ha sido en una mera navegación a vista, justo para salir de una tormenta que amenaza con llevársela por delante, y de hacerlo con el menor c...
En el peor momento, cuando más necesario era trazar el camino, Europa se ha quedado sin proyecto. Justo cuando entraba en vigor del Tratado de Lisboa, el 1 de diciembre de 2009, aterrizaba en Europa la crisis iniciada un año antes en Estados Unidos. Es verdad que desde entonces la Unión Europea ha avanzado mucho más en el camino de la unión económica, fiscal y bancaria que en todos los años en que el euro llevaba una vida tan feliz como inconsciente. Pero ha sido en una mera navegación a vista, justo para salir de una tormenta que amenaza con llevársela por delante, y de hacerlo con el menor coste para cada uno de los socios. Está sin proyecto, como España misma.
Así llevamos casi cinco años, los que han presenciado la plena emergencia de China, con las cifras del sorpasso en múltiples registros de su peso y actividad económica, y el giro exterior de Estados Unidos, la todavía primera superpotencia, que ha seguido alejándose de Europa, ha desplazado el pivote de su política global desde Oriente Próximo a Asia y ha emprendido una aproximación más modesta a su forma de liderar en el mundo.
El regreso del síndrome neonacionalista conduce a una pretensión inútil, como es la de actuar como agentes directamente globales, sin pasar por las instituciones europeas: este es el único y penoso proyecto que queda sobre la mesa. La tendencia centrífuga es bien clara en Londres, donde prospera el proyecto de salida de la UE. También en Berlín, donde Merkel puentea a la UE para tratar directamente con China e India. O en Francia, en este caso más en el terreno militar que en el económico.
Ningún país europeo tiene peso suficiente para boxear solo en el nuevo cuadrilátero multipolar o apolar. Han sido mal interpretadas las palabras de Mariano Rajoy acerca del tamaño. Iban dirigidas, naturalmente, a la limitada dimensión de una Cataluña independiente: los más pequeños son los que más van a sufrir en esta nueva cancha global. Pero todavía más se referían al mediocre tamaño y leve peso internacional al que quedaría reducida España sin Cataluña.
La cuestión es saber si queremos tener peso para boxear en Europa y luego contar con una política exterior europea para boxear en la cancha global. Esa es la única política exterior que interesa a todos sin distinción. También es posible, e incluso legítimo, aunque dudosamente responsable, renunciar a este tipo de ambición y apostar por la irrelevancia, española y catalana, que es como quedarse encerrados en casa.