Una memoria sin común, sin agenda

Ni siquiera Italia (el otro país que fue el gran afluente de la inmigración en Argentina) despierta la relación emocional que los argentinos tienen con España. Sin embargo, sus gobiernos, los de España y Argentina, carecen de una agenda común desde hace siete años, por lo menos. En los años ochenta, la España de Adolfo Suárez y de Felipe González hizo las veces de una competente escuela para un proceso de transición democrática, que era lo que Argentina necesitaba después de una patibularia dictadura de casi ocho años. En la década de los noventa, los capitales españoles fueron los principales...

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Ni siquiera Italia (el otro país que fue el gran afluente de la inmigración en Argentina) despierta la relación emocional que los argentinos tienen con España. Sin embargo, sus gobiernos, los de España y Argentina, carecen de una agenda común desde hace siete años, por lo menos. En los años ochenta, la España de Adolfo Suárez y de Felipe González hizo las veces de una competente escuela para un proceso de transición democrática, que era lo que Argentina necesitaba después de una patibularia dictadura de casi ocho años. En la década de los noventa, los capitales españoles fueron los principales inversores en Argentina, y Argentina fue el primer destino de la inversión española en el exterior.

La primera década del nuevo siglo sorprende a los dos países con los papeles en blanco cuando abren la agenda común. La enorme crisis de Argentina, a principios del nuevo siglo, creó una especie de excepcionalidad argentina, que enturbió su comportamiento económico, político y hasta social. Los parámetros económicos se mueven en Argentina desde entonces con métodos saltarines e inesperados, donde nada parece ser como realmente es. Y la política exterior nunca fue una debilidad del matrimonio Kirchner, cuyos integrantes crecieron personal y políticamente en la lejana, fría y bella Patagonia. El mundo es un lugar siempre demasiado remoto desde ese confín del planeta.

Argentina sigue siendo el país con mayor inversión española, medida ésta en su relación con el Producto Bruto Interno. Es también el país en el que decidió vivir la más grande colectividad española en el mundo. Nadie puede explicar, sin embargo, por qué las inversiones españolas han girado en los últimos años con más entusiasmo hacia México y Brasil. Hay una sola explicación y refiere a aquellos exotismos argentinos que duran y perduran desde el colapso de 2001.

No obstante, existen importantes razones políticas para ocupar las páginas de la agenda común. Brasil, México y Argentina son los tres países latinoamericanos que integran el G-20. España puja por integrar con ellos un espacio hispanoamericano con influencia en ese club que se ha convertido en el más importante del mundo económico y tal vez político. Pero Washington le salió al cruce con un proyecto propio y distinto: Estados Unidos quiere liderar un grupo exclusivamente americano en el G-20, junto con aquellos países latinoamericanos y Canadá. ¿Argentina está más cerca del proyecto español o del estadounidense? Argentina sólo bascula entre uno y otro, sin decidirse por ninguno.

Hay, al mismo tiempo, una necesidad común de Washington y Madrid: ambas capitales están buscando países latinoamericanos en condiciones de liderar un proceso de contención de las muchas desmesuras que brotan en América latina. Brasil cumple en ese sentido un papel solitario en Sudamérica. México hace lo que puede más arriba del continente. Argentina podría retomar, si quisiera, el rol histórico que tuvo en la política exterior de la región.

España le ha sugerido que regrese a ese escenario, donde todavía vale más por lo que fue que por lo que es. Por todas las razones cerebrales o pasionales conocidas, los argentinos prefieren más a los españoles que a los norteamericanos. El único desafío que aún deben sortear es el de ponerle un punto final a la inexplicable narración de la excepcionalidad argentina.

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Joaquín Morales Solá es columnista político del diario La Nación.