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¿Qué fue de aquel Silicon Valley que representaba la modernidad frente al viejo capital financiero?

Los magnates ‘tecnolibertarios‘ pretenden domar el poder político levantando la bandera de la libertad según sus intereses: no a los impuestos, a la regulación, ni a las interferencias del Estado

En su clásico Manías, pánicos y cracs, el historiador económico Charles Kindleberger mantiene que en cada burbuja económica hay cinco fases: desplazamiento (aparece una nueva innovación u oportunidad), expansión (los precios suben y crece el optimismo), euforia (todos quieren invertir y el crédito se expande con rapidez), crisis (los precios caen bruscamente y se desata el pánico) y recesión o depresión (los i...

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En su clásico Manías, pánicos y cracs, el historiador económico Charles Kindleberger mantiene que en cada burbuja económica hay cinco fases: desplazamiento (aparece una nueva innovación u oportunidad), expansión (los precios suben y crece el optimismo), euforia (todos quieren invertir y el crédito se expande con rapidez), crisis (los precios caen bruscamente y se desata el pánico) y recesión o depresión (los inversores se retiran).

El siglo XXI es hasta ahora, en su primer cuarto, un tiempo de burbujas. Su inicio se caracterizó por la caída de las puntocom. Todas las empresas con futuro llevaban el sufijo .com y el capital riesgo se lanzó a por ellas esperando ganancias ultrarrápidas. Se hundieron con estrépito. Las tecnológicas comenzaron a recuperarse solo en 2004, cuando Google salió a Bolsa.

La hecatombe volvió con la Gran Recesión de 2008, que tuvo fases de burbuja inmobiliaria y financiera, y de la cual da la sensación de que aún no nos hemos recuperado.

Los tiempos actuales llevan aromas de esas burbujas. Ahora se trataría de una burbuja tecnológica que pone su acento en la inteligencia artificial (IA). Las inversiones en IA alcanzan cifras históricas. La última gran operación es la compra por parte de Nvidia de Alignet Data, la mayor de la historia en centros de datos, por valor de 40.000 millones de dólares. Las siete magníficas (Nvidia, Microsoft, Google, Amazon, Meta, Apple y Tesla) suponen tres cuartas partes de la valoración del índice Nasdaq y más del 30% del S&P 500.

El estallido de una burbuja tecnológica (exceso de inversión, costes ocultos por el consumo de grandes cantidades de energía, expectativas poco realistas, reacción reguladora por parte de los Estados en la que Europa va un poco por delante, etcétera) elevaría dos tipos de cuestiones. En primer lugar, las económicas. En su reciente asamblea de la pasada semana, el Fondo Monetario Internacional avisó que la economía internacional —que está un poco mejor que hace unos meses— incorpora una tendencia subyacente que podría amenazarla: el sobrecalentamiento de las Bolsas ante el furor desatado por la IA, el riesgo que supone la concentración del mercado en un puñado de valores (las empresas citadas): los mercados financieros están subiendo más deprisa que las expectativas de beneficios. El jefe de Amazon, Jeff Bezos reconocía hace poco que hay una burbuja industrial en la IA, y el casi siempre prudente y sempiterno Warren Buffet lleva meses quitándose de encima acciones tecnológicas.

La segunda cuestión es política. Las big techs ocupan ya el centro de la tierra. A veces en alianza con el poder político. Hace pocos meses que el presidente Trump reunió a todos sus líderes en la Casa Blanca, ofreciendo una imagen omnipotente. A veces en contradicción con ese poder político, al que los tecnolibertarios pretenden domar renegando de la democracia como un límite a sus acciones y levantando la bandera de la libertad según sus intereses: no a los impuestos, a la regulación, a las interferencias del Estado, etcétera. ¿Qué fue de aquel Silicon Valley que representaba la modernidad frente al viejo capital financiero? El economista griego Yanis Varoufakis, siempre tan agudo en encontrar las nuevas tendencias, dice que ya no hay capitalismo sino tecnofeudalismo, y que los “tecnolords”, que acumulan cantidades colosales de datos personales y empresariales, no solo detectan patrones de comportamiento sino que los anticipan, moldean y explotan, atrapándolos. El analista de moda, el italiano-suizo Giuliano da Empoli sentencia: los ingenieros de Silicon Valley dejaron hace tiempo de programar ordenadores para transformarse en programadores de comportamientos humanos. La IA sería una tecnología que entre sus numerosas capacidades puede dotar a cada individuo de un poder de destrucción hasta ahora reservado a los Estados. Ha llegado la época de los depredadores; la era de élites tecnológicas no tiene nada que ver con los antiguos tecnócratas de Davos. Su visión de vida no se basa en la gestión competente de lo que ya existe sino más bien en unas enormes ganas de cargárselo todo.

¿Y si a este caos se le añade el de una nueva burbuja?

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