Esequibo o el brutalismo retórico

El intento del presidente venezolano Maduro de hacerse con un territorio de Guyana es un ejemplo de la brutalización de las relaciones internacionales

Un mural del referéndum venezolano sobre la anexión de Esequivo, Guyana.FEDERICO PARRA ( AFP )

El “nuevo mapa de la República Bolivariana de Venezuela” apareció por primera vez ante las cámaras y esa noche muchos se fueron a la cama con la idea de que el país se había expandido como por arte de magia en tan solo unas horas. Eso fue, al menos, lo que aseguró Nicolás Maduro el pasado 5 de diciembre. El presidente exhibió en televisión un plano del territorio nacional que en su límite oriental incluía el Esequibo, una región selvática de 150.000 kilómetros cuadrados rica en petróleo y minerales ...

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El “nuevo mapa de la República Bolivariana de Venezuela” apareció por primera vez ante las cámaras y esa noche muchos se fueron a la cama con la idea de que el país se había expandido como por arte de magia en tan solo unas horas. Eso fue, al menos, lo que aseguró Nicolás Maduro el pasado 5 de diciembre. El presidente exhibió en televisión un plano del territorio nacional que en su límite oriental incluía el Esequibo, una región selvática de 150.000 kilómetros cuadrados rica en petróleo y minerales que pertenece a Guyana y que Caracas ha reclamado, con distinta intensidad, desde el siglo XIX. “Ahora sí vamos a recuperar los derechos de Venezuela, ahora sí vamos a hacer justicia”, lanzó el sucesor de Hugo Chávez.

La razón de esa súbita expansión del mapa fue un referéndum, celebrado el 3 de diciembre, con el que el chavismo revivió el conflicto territorial con el país vecino y preguntó a los votantes si estarían de acuerdo con la anexión del Esequibo, que tiene una extensión superior a la de Grecia y apenas cuenta con 125.000 habitantes. El resultado de la consulta fue abrumador: según las autoridades, un 95% se pronunció a favor y la participación alcanzó el 50%, pese a las dudas sobre la movilización suscitadas por la oposición. El contencioso, además de antecedentes históricos, tiene una lógica geoestratégica. Sin embargo, ese litigio no formaba parte de las demandas mayoritarias de la sociedad venezolana. Hasta que Maduro decidió desempolvarlo en abierto desafío a sus vecinos.

Esa decisión coincide con el regreso del presidente venezolano al tablero internacional. Aislado y cercado por sanciones económicas durante años, el Gobierno bolivariano respira aliviado desde hace meses gracias a la flexibilización de las medidas impuestas por Washington y la reactivación de la actividad petrolera. Maduro ha tratado de recobrar protagonismo dentro de la región arropado por un clima más favorable, pero ha acabado rompiendo una regla del juego diplomático que ha hecho saltar todas las alarmas. Tras el referéndum, el mandatario dio un plazo de tres meses para que las empresas que explotan recursos en esa región sin permiso de Venezuela “se pongan a derecho” y nombró a una autoridad provisional del territorio en disputa. Guyana respondió con unas maniobras aéreas conjuntas con Estados Unidos, una práctica que venía realizando de manera habitual y que, en este contexto, adquirió un significado preciso frente a la brutalización de las relaciones bilaterales.

Todo el conflicto tiene, en cualquier caso, una importante dimensión retórica. En primer lugar, las pretensiones sobre el Esequibo son una entelequia, al menos desde el punto de vista jurídico. La Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas, el organismo que media entre Venezuela y Guyana, dejó claro ya antes de la consulta que nada modificaría “la situación sobre el territorio que administra y controla de facto Guyana”. Tanto es así que a mediados de diciembre el mandatario venezolano se reunió con su homólogo, Irfaan Ali, para dejar negro sobre blanco su compromiso de que la disputa no puede justificar ni amenazas ni el uso de la fuerza. Y en segundo lugar, el contencioso es un pretexto de oro para el chavismo: para movilizar a sus bases en nombre de un renovado sentimiento nacionalista, para descalificar a quienes no comulgan con esa causa y, en última instancia, para elevar la presión contra la oposición.

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