Para qué sirve un móvil a los doce años
El enemigo número uno no debería ser el móvil sino la desprotección de la infancia en entornos digitales
Comprendo a todos los padres y madres convencidos de que sus hijos no necesitarán un móvil hasta los 16, porque yo fui una madre prohibicionista durante años. Hoy mis hijas han cumplido ya los 10 y los 13, y aunque la pequeña aún no tiene móvil, la mayor tiene el suyo desde los 12. Y si pudier...
Comprendo a todos los padres y madres convencidos de que sus hijos no necesitarán un móvil hasta los 16, porque yo fui una madre prohibicionista durante años. Hoy mis hijas han cumplido ya los 10 y los 13, y aunque la pequeña aún no tiene móvil, la mayor tiene el suyo desde los 12. Y si pudiera volver atrás, compraría el móvil a la mayor al menos un año antes. Respecto de la pequeña, no tengo ni idea de cuándo llegará su momento. Sus necesidades y madurez son muy distintas a las de su hermana y, además, yo ya no creo que la edad sea el factor más relevante a la hora de decidir cuándo entregar un móvil a un menor.
Durante mi etapa prohibicionista, mi pensamiento se basaba exclusivamente en mi propia experiencia. Después de todo, si yo no necesité un móvil hasta los 20, ¿por qué ellas podrían necesitarlo antes? O también, si el uso del móvil implica riesgos que los padres conocemos, ¿por qué iba yo a comprarles uno? El razonamiento parecía infalible pero resultó no solo inútil sino potencialmente peligroso. El primer problema al que me enfrenté fue al de la música. Descubrí que ya no existen walkmans ni discmans, ni reproductores mp4, ni equipos de música en las casas. Y como prohibir la música me pareció peor que prohibir la tecnología, cedí hasta la tableta, una con el debido control parental. Pero la tableta no salía de casa, así que, en ocasiones, prestaba a mi hija mi smartphone. Lo pedía para escuchar música, para jugar un ratito, para hacer una foto, para escribir a una amiga… Hay tantas cosas que se pueden hacer con un móvil a los 10 u 11 años que, poco a poco, mi hija fue arañando tiempo de uso en dispositivos que carecían de control sobre el contenido.
Sé que no existe el padre prohibicionista que crea que sus hijos ven porno cuando piden media horita de móvil a los abuelos, pero donde seguro no lo verán es en uno que adecúe el contenido a la edad del menor. Hace poco, la madre de una amiga acusó a su marido de haber visto “bídeos porno” porque descubrió su rastro en el historial del móvil. No se le ocurrió que el único que escribía “bídeo” con b en casa era su nieto de ocho años. Por mi parte, no sé si mi hija googleó en mi móvil palabras como las que yo busqué en el diccionario a su edad: orgasmo, lefa, porno… De lo que estoy segura es de que cualquier niña puede ver porno en el móvil de sus padres sin problema, pero no entrar en sus cuentas bancarias. Y eso es porque nuestro dinero está protegido en internet pero nuestros hijos no.
Así las cosas, creo que el enemigo número uno no debería ser el móvil sino la desprotección de la infancia en entornos digitales. Los propietarios de las redes sociales y la industria del porno podrían verificar la edad de sus usuarios, pero gozan de impunidad para no hacerlo. La prohibición del móvil hasta los 16 no haría del entorno digital un lugar más seguro y nuestros niños padecerán los riesgos de la sociedad digital, tanto con móvil propio como sin él. Por eso creo que, en 2023, la pelea debería pasar por exigir una regulación capaz de proteger a la infancia con las mismas garantías con que cuida del dinero. Después de todo, los niños son lo más valioso. ¿O no?
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