Ya lo pensaré mañana: el antídoto para la resaca electoral

Los que se vayan de vacaciones no deberían abrumar los escasos días de asueto del año con las sombras de un resultado de las elecciones adverso

Un fotograma de 'Lo que el viento se llevó'.M.G.M (Album)

“Debe de haber alguna forma para hacerle volver”, llora Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) después de que su marido, Rhett Butler (Clark Gable), haya decidido dejarla por imposible, en la última escena de Lo que el viento se llevó. Ella está en la puerta de la casa, la espalda de él se ha perdido entre la bruma del amanecer. Se ha puesto ya su sombrero. En una mala película, ella saldría corriendo...

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“Debe de haber alguna forma para hacerle volver”, llora Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) después de que su marido, Rhett Butler (Clark Gable), haya decidido dejarla por imposible, en la última escena de Lo que el viento se llevó. Ella está en la puerta de la casa, la espalda de él se ha perdido entre la bruma del amanecer. Se ha puesto ya su sombrero. En una mala película, ella saldría corriendo detrás. En vez de eso, ella pronuncia una de esas frases inolvidables de la historia del cine. “Ahora no puedo pensar en ello. Me volvería loca si lo hiciera. Ya lo pensaré mañana”.

Esta frase manida, en realidad, contiene una advertencia. Hay momentos en los que no se debe pensar (a lo mejor, se puede, pero no se debe: ya sea por exceso de alegría o de tristeza, de preocupaciones o de algún psicotrópico) y hay cosas que es mejor pensar en otro momento: al pensamiento le sienta mal la prisa. De modo que así estamos. Lo que tenía que pasar ya ha sucedido, y ahora unos se van de vacaciones y otros regresan cuando algo habrá pasado en España, bien para unos y mal para otros. Y lo mejor, sin duda, es no pensarlo hasta mañana… o pasado.

Porque coincidirán conmigo en que todos, los de uno y otro bloque, hemos vivido los últimos meses con una ansiedad política semejante a la obsesión amorosa que la pobre Scarlett padeció por Ashley Wilkes (Leslie Howard), el prometido de su prima Melanie. A diferencia del amor, la obsesión no te permite ver lo que tienes delante, ni el amanecer ni la tierra roja de Tara ni el amor de ­Rhett Butler, y, lo que es peor, tampoco deja espacio para habitar las propias pasiones, enmarañadas y confusas por esa forma obsesiva de sobrepensar un objeto o una idea o un sujeto que a veces nos invade. Tiene razón la obsesiva y maltrecha Scarlett cuando nos asegura, justo antes del final, que “mañana será otro día”.

Así que propongo tomarnos un respiro. Dejar espacio para el propio goce o para el mero aburrimiento no es una frivolidad, sino un síntoma de exigencia intelectual y de salud mental. Por eso, a quienes se van de vacaciones y les ha ido mal les diré que no deberían abrumar los escasos días de asueto del año con las sombras de lo que ha pasado en las elecciones. Amargarse unas vacaciones es imperdonable, sobre todo porque no se repetirán hasta dentro de un año. Lo que haya que pensar sobre el asunto es mejor pensarlo en septiembre, incluso más adelante, ya que las elecciones tienden a repetirse cada cuatro años. No hay nada que arreglar en agosto. Está todo cerrado. Hasta las cabezas merecen bajar la persiana de la actualidad. Esta columna, por ejemplo, no volverá a pensarse hasta ­septiembre.

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A los que vuelven y les ha ido mal, no se les ocurra aumentar la pesadumbre. El regreso se puede convertir en una losa e incluso en la losa de su tumba. Pueden desvalorizar la vida (ya bastante abrasada con el trabajo) y poner en peligro la cordura. Mejor resistirse y no pensarlo ahora. Y a los que les haya ido bien, recuerden ser moderados, por respeto a la pesadumbre ajena y porque no hay alegría que cien años dure. En concreto, la euforia política dura por definición (y por decepción) menos que el resto. Pues la realidad, ese gusano que corroe el cuerpo de este mundo, ya se encarga de poner las cosas en su sitio y los platillos de la balanza en equilibrio. Es mejor pensarlo mañana.

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