Dolor por lo que fueron capaces de hacer

Israel puede infligir derrota tras derrota a los palestinos, pero no vencerá, como no venció la Sudáfrica del ‘apartaheid’

Patricia Bolinches

Hay bastantes lugares en el mundo donde la guerra o la injusticia producen hoy día gran dolor, pero pocos donde ese tormento dure desde hace casi 60 años, donde la comunidad internacional se haga tan la distraída y donde no se vislumbre alivio a ese sufrimiento, sino todo lo contrario, un incremento muy probable de aflicción para los próximos meses o años: Palestina.

El resultado de las últimas elecciones en Israel ha puesto en marcha un Gobierno de coalición presidido por un viejo conocido, acusado de corrupción, ...

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Hay bastantes lugares en el mundo donde la guerra o la injusticia producen hoy día gran dolor, pero pocos donde ese tormento dure desde hace casi 60 años, donde la comunidad internacional se haga tan la distraída y donde no se vislumbre alivio a ese sufrimiento, sino todo lo contrario, un incremento muy probable de aflicción para los próximos meses o años: Palestina.

El resultado de las últimas elecciones en Israel ha puesto en marcha un Gobierno de coalición presidido por un viejo conocido, acusado de corrupción, Benjamin Netanyahu, pero aliado esta vez con dos grupos racistas y ultraderechistas, denominados Partido Sionista Religioso y Poder Judío, dirigidos por dos fanáticos: Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir. El acuerdo incluye nombrar a Ben Gvir ministro de Seguridad Nacional y transferir bajo el control de los dos partidos nada menos que el organismo que gobierna Cisjordania y otorga los permisos de construcción de vivienda, y la policía que patrulla los territorios ocupados. Hasta el exministro de Defensa saliente, Benny Gantz, considera que se va a dejar una especie de ejército privado en manos de un líder agresivo y defensor de los colonos que se apropian, una y otra vez, de suelo palestino. The New York Times, próximo a la comunidad judía norteamericana, calificó al nuevo Gobierno de “amenaza para la democracia del país”.

Lo que sucede en Palestina desde hace mucho tiempo es difícilmente explicable: el sufrimiento de toda una población a la que un Gobierno elegido democráticamente niega sus derechos más elementales no encuentra eco en la comunidad internacional, desde luego no en la Unión Europea, escondida tras un despreciable silencio. Hace meses, Israel declaró ilegales organizaciones pro defensa de los derechos de los palestinos, acusándolas sin pruebas, según organismos internacionales solventes, de contactos con grupos violentos. Hace pocos días, Israel ha deportado a Francia a un abogado residente en Jerusalén, especialista en denunciar abusos contra su comunidad palestina, aprovechando su doble nacionalidad. El Gobierno francés ha denunciado el caso y recordado que 340.000 palestinos de Jerusalén tienen, según Israel, ese mismo estatus de “residentes”. ¿Pueden ser deportados si se les califica de desleales con un Estado que les discrimina y les reconoce menos derechos que a los judíos de Jerusalén?

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El nuevo Gobierno de coalición israelí incluye personalidades de tan reconocido racismo que no es difícil aventurar nuevos y graves incidentes. El responsable de Identidad Judía (existe ese departamento administrativo), Avi Maoz, es un famoso machista que asimila gais a pedófilos. El diputado Zvika Fogel pidió en una entrevista en la televisión británica (Channel 4) que se acabe con la proporcionalidad a la hora de responder a ataques palestinos: “Por cada uno, mil madres palestinas tendrían que estar llorando”.

Un reciente editorial del diario Haaretz, cuya continua defensa de los derechos de los palestinos es un ejemplo de dignidad, denunciaba la reciente persecución a la que se somete a cualquier persona que ondee la bandera palestina. “Tienen razón en desobedecer a la policía y mostrar la enseña”, escribía Haaretz, “porque no es ningún delito y porque esa bandera es la de la Autoridad Palestina, con la que Israel ha firmado acuerdos diplomáticos”.

Ese es el núcleo del dilema que afrontan los palestinos. ¿Cómo resistir la ocupación, algo a lo que tienen derecho, si todos los actos en que muestren su desacuerdo, por muy pacíficos que sean, son calificados por el Gobierno israelí de delitos de deslealtad o de puro terrorismo? ¿Cómo aguantar que un muchacho, Ahmad Manasra, detenido en 2015 cuando tenía 13 años, permanezca desde 2021 en aislamiento forzoso, según Amnistía Internacional, cuando ya ha sido diagnosticado con psicosis y depresión severa?

El Gobierno de coalición que tanto dolor augura es consecuencia del giro a la derecha de la mayoría de la población israelí (un 62%). El partido de Ben Gvir, que quedó tercero en las elecciones, es el más popular entre los jóvenes de 18 a 25 años. ¿Por qué se aferran esos jóvenes al odio que predica? Como afirmaba un corresponsal de la BBC en la zona, Israel puede infligir derrota tras derrota a los palestinos, pero nunca alcanzará la victoria, como no la alcanzó el régimen sudafricano del apartheid. Y entonces, cuando desaparezca el odio, tendrá que lidiar con el dolor y la vergüenza por lo que fueron capaces de hacer.

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