Teorías y delitos
Considerar que el sexo es un constructo social es una teoría que tiene seguidores y detractores y poco que ver con delitos de odio
La desaparición de espacios favorables al diálogo, a la discrepancia y a la generación de consensos es uno de los primeros objetivos de las mentalidades o movimientos totalitarios. Totalitarismo no es solo un tipo de gobierno (aunque sea lo más dramático), sino también determinado conjunto de prácticas y modos de pensar que afectan a los seres humanos y a sus relaciones sociales. Esas dinámicas llevan muchas veces a saltar el abismo que existe entre la razonable decisión de evitar consensuadamente la difusión de mensajes que promuevan el odio y la violencia contra determinadas personas o grupo...
La desaparición de espacios favorables al diálogo, a la discrepancia y a la generación de consensos es uno de los primeros objetivos de las mentalidades o movimientos totalitarios. Totalitarismo no es solo un tipo de gobierno (aunque sea lo más dramático), sino también determinado conjunto de prácticas y modos de pensar que afectan a los seres humanos y a sus relaciones sociales. Esas dinámicas llevan muchas veces a saltar el abismo que existe entre la razonable decisión de evitar consensuadamente la difusión de mensajes que promuevan el odio y la violencia contra determinadas personas o grupos y la muy saludable capacidad de criticar, reírse y disentir, es decir, el imprescindible pluralismo en el que cada uno es libre de expresarse. Se puede y se debe defender el derecho de todas las personas vulnerables a no ser atacadas ni rechazadas y criticar al mismo tiempo las teorías que defienden.
No basta con creer muy sinceramente en las ideas que uno defiende para quedar por eso protegido contra la crítica o, incluso, contra la burla, explicó el cómico Rowan Atkinson (Mr. Bean) hace unos años ante la Cámara de los Lores. Lo que puede exigir toda persona es respeto a su propia libertad de expresión y el derecho a ser protegido de violencia y acoso.
El discurso de Atkinson viene a cuento de lo ocurrido este verano con la polémica participación de la cómica Patricia Sornosa en el podcast Estirando el chicle. Por lo que se ve, Sornosa es muy crítica con la llamada ley trans (“me acusan de tránsfoba porque digo que hay que fijarse en los genitales de la ecografía y no en las manitas para saber si vas a tener un hijo o una hija”) y se ha reído en ocasiones del movimiento queer, calificándolos de “llorones”. Quienes defienden la mencionada ley y opinan que el sexo es un constructo social, tienen todo el derecho a defender sus puntos de vista y a participar en los debates que se susciten sobre esos temas. Por supuesto. Pero no pueden esgrimir el derecho a hacer callar a quienes no comparten sus teorías. Porque, de momento, considerar el sexo un constructo social es una teoría crítica que propone la sexualidad como construcción fluida, plural y negociada. Como toda teoría, tiene activistas que la defienden y es su derecho hacerlo, pero no a decidir que sus opiniones y creencias son imposibles de rebatir o criticar. De entrada, habría incluso que debatir en qué consiste eso de teorías sagradas e indiscutibles.
El dramaturgo Tom Stoppard afirmaba en una reciente entrevista que lo más preocupante para él en estos momentos era lo que llama “el cierre del pensamiento”, la cultura de la cancelación, un frenesí que no llegaba a identificar con el totalitarismo, pero que le parecía una amenaza muy presente. (El gran mito sobre la cultura de la cancelación es que solo existe en la izquierda, cuando siempre ha sido, y es, uno de los grandes instrumentos de la extrema derecha). “Sinceramente, no puedo dar el salto imaginativo a la cabeza de alguien que se sienta auténticamente ofendido por lo que dijo Rowling”, afirmaba Stoppard.
La escritora J. K. Rowling ha sido acusada de transfobia y acosada en las redes, aunque, si se acude a sus propias palabras en su web (jkrowling.com), lo único que está claro es que se niega a aceptar que el concepto de identidad de género deba reemplazar al del sexo y que ha expresado su rechazo a que mujeres trans que no se hayan sometido a tratamiento puedan acceder a espacios reservados a mujeres. Eso puede molestar a muchos activistas, pero tiene poco que ver con un mensaje de odio, un discurso que provoque delitos y acosos relacionados con el género o con el sexo y que deba ser evitado. Ni Rowling ni Sornosa, ni muchos críticos de la teoría queer, tienen dudas sobre el derecho de las personas trans a sentirse seguras y protegidas.
Es curioso que una de las directoras de Estirando el chicle, una humorista muy notable llamada Carolina Iglesias, pidiera perdón por la presencia de Sornosa en su programa y que explicara que los días en los que estuvo en silencio fueron “fruto del miedo al ver la magnitud de lo ocurrido, que me ha paralizado”. “Nada te enseña a gestionar una polémica”, explica. Efectivamente, pero el miedo es el peor de los consejeros.
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