Martin Luther King ya alertó del racismo policial y denunció que los negros pagaban más por una lata de judías

‘Ideas’ adelanta un ensayo del líder afroamericano publicado póstumamente en 1969 y cuyo contenido, por desgracia, sigue muy vivo. Forma parte de un libro con algunas de sus intervenciones y escritos. En él afirma que si a un negro se le dice que la policía es su amiga, se reirá

Soldados negros recuerdan a Martin Luther King tres años después de su muerte en el día de su cumpleaños, el 15 de enero de 1971.Bettmann/Getty Images (Bettmann Archive)

No hay una única respuesta a las penurias del negro americano. Las condiciones y las necesidades varían enormemente en distintas partes del país. Creo, sin embargo, que el lugar por el que empezar es el área de las relaciones humanas, y en especial el área de las relaciones entre la comunidad y la policía. Se trata de un problema sensible y delicado que rara vez se ha puesto de manifiesto de manera adecuada. Prácticamente todos los disturbios han empezado por alguna acción policial.

Si en la mayoría de las comunidades negras tratas de decirle a la gente que la policía es su amiga, se li...

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No hay una única respuesta a las penurias del negro americano. Las condiciones y las necesidades varían enormemente en distintas partes del país. Creo, sin embargo, que el lugar por el que empezar es el área de las relaciones humanas, y en especial el área de las relaciones entre la comunidad y la policía. Se trata de un problema sensible y delicado que rara vez se ha puesto de manifiesto de manera adecuada. Prácticamente todos los disturbios han empezado por alguna acción policial.

Si en la mayoría de las comunidades negras tratas de decirle a la gente que la policía es su amiga, se limita a reírse de ti. Obviamente, hay que hacer algo con urgencia para corregir esto. Me ha impresionado el hecho de que incluso en el estado de Mississippi, donde el FBI hizo un significativo trabajo de formación con la policía, la policía es mucho más cortés con los negros que en Chicago o Nueva York. Nuestras fuerzas policiales deben, simplemente, desarrollar una actitud de cortesía y respeto por el ciudadano común. Si podemos impedir que cuando se encuentren con personas negras los policías utilicen palabrotas habremos conseguido mucho. En términos más generales, la policía debe dejar de ser una tropa de ocupación del gueto y empezar a proteger a sus residentes. Pero muy pocas ciudades se han enfrentado de veras a este problema y han intentado hacer algo al respecto. Es el elemento más áspero en las relaciones entre negros y blancos, pero es el último en ser valorado científica y objetivamente.

Cuando vas más allá de un problema relativamente simple pero grave como el racismo de la policía, empiezas a introducirte en todas las complejidades de la economía americana moderna. En la mayoría de las ciudades americanas los sistemas de transporte público urbanos, por ejemplo, se han convertido en una genuina cuestión de derechos civiles —y en una cuestión válida— porque el diseño de sistemas de transporte rápidos determina la accesibilidad al empleo para la comunidad negra. Si los sistemas de transporte de las ciudades americanas pudieran ser diseñados para proporcionar a la gente pobre una oportunidad de conseguir un empleo significativo, esta podría empezar a formar parte de la vida americana mayoritaria. Un buen ejemplo de este problema es mi ciudad natal de Atlanta, donde el sistema de transporte rápido ha sido diseñado para la comodidad de la clase media-alta blanca suburbana que va en transporte público a sus trabajos en el centro.

Los mismos problemas se encuentran en las áreas del complemento del alquiler y las viviendas sociales. La relevancia de estas cuestiones para las relaciones humanas y los derechos humanos no puede exagerarse. La clase de vivienda en la que vive un hombre, junto a la calidad de su empleo, determina, en gran medida, la calidad de su vida familiar. He conocido a demasiadas personas en mi parroquia de Atlanta que, como viven en pisos abarrotados de gente, se peleaban constantemente con otros miembros de su familia, una situación que producía muchas disfunciones graves en las relaciones familiares. Y sin embargo he visto a esas mismas familias lograr la armonía cuando pudieron permitirse una casa que hacía posible una pequeña privacidad personal y libertad de movimiento.

Todos estos problemas en las relaciones humanas son complejos y están relacionados, y es muy difícil asignar prioridades, sobre todo mientras la guerra de Vietnam continúa. La Gran Sociedad se ha convertido en una víctima de la guerra. Creo que había un deseo sincero en este país, hace cuatro o cinco años, de caminar hacia una sociedad genuinamente grande, y tengo pocas dudas de que se habría producido un aumento gradual de los gastos federales en esa dirección, en lugar del declive gradual que ha tenido lugar, si se hubiera evitado la guerra de Vietnam.

Una de las incongruencias de esta situación es el hecho de que un número tan grande de soldados de las fuerzas armadas que se encuentran en Vietnam sean negros, sobre todo los soldados en la línea del frente que luchan de verdad. Los negros siempre han tenido la esperanza de que si demuestran de veras que son grandes soldados y si luchan de verdad por América y ayudan a salvar la democracia americana, entonces cuando vuelvan a casa, América les tratará mejor. No ha sido el caso. Los soldados negros que volvieron de la Primera Guerra Mundial fueron recibidos con disturbios raciales, discriminación laboral y una continuación del fanatismo que habían experimentado antes. Después de la Segunda Guerra Mundial, la ley GI ofreció cierta esperanza de una vida mejor a quienes tenían el historial educativo que les permitiera aprovecharse de ella, y hubo proporcionalmente menos agitación. Pero para el soldado negro, el servicio militar aún representa un medio de escapar de los guetos opresivos del Sur rural y el Norte urbano. Con frecuencia ve el ejército como un camino para las oportunidades educativas y la formación laboral. Ve en el uniforme militar un símbolo de la dignidad que durante mucho tiempo la sociedad le ha negado. Lo trágico es que el servicio militar es probablemente la única vía de escape para la mayoría de los jóvenes negros. Muchos de ellos van al ejército, y se arriesgan a morir, para poder tener algunas de las posibilidades humanas de la vida. Saben que la vida en el gueto de la ciudad o la vida en el Sur rural casi sin duda significan la cárcel o la muerte o la humillación. Y por lo tanto, en comparación, el servicio militar es en realidad el riesgo menor.

Un joven que forma parte de nuestro personal, Hosea Williams, volvió de las trincheras de Alemania como veterano con una incapacidad del 60 %. Después de trece meses en un hospital de veteranos, volvió a su pueblo, Attapulgus, en Georgia. De camino a casa, fue a una estación de autobús en Americus, Georgia, para beber un poco de agua mientras esperaba al siguiente autobús. Y mientras estaba allí con sus muletas, bebiendo de la fuente, fue apaleado salvajemente por matones blancos. Este patético incidente es demasiado representativo del tratamiento que reciben los negros en este país; no solo la brutalidad física, sino la discriminación brutal cuando un negro intenta comprar una casa, y la violencia brutal contra el alma del negro cuando se le niega un trabajo para el que sabe que está cualificado.

También está la violencia de tener que vivir en una comunidad y pagar precios más elevados por las mercancías o un alquiler más elevado por una vivienda que los que se cobran en las zonas blancas de la ciudad. ¿Sabéis que una lata de judías casi siempre cuesta unos centavos más en las franquicias de alimentación situadas en el gueto negro que en una tienda de esa misma cadena situada en los suburbios de clase media-alta, donde el ingreso mediano es cinco veces superior? El negro lo sabe, porque trabaja en la casa del hombre blanco como cocinero o jardinero. ¿Y qué creéis que le hace ese conocimiento a su alma? ¿Cómo creéis que afecta a su visión de la sociedad en la que vive? ¿Cómo se puede esperar cualquier cosa que no sea desilusión y amargura? La cuestión que ahora tenemos frente a nosotros es si podemos convertir la desilusión y la amargura del negro en esperanza y fe en la bondad esencial del sistema americano. Si no lo hacemos, nuestra sociedad se desmoronará.

Es una paradoja que esos negros que han renunciado a América estén haciendo más por mejorarla que sus patriotas profesionales. Están agitando a una masa de ciudadanos satisfechos y somnolientos, que no son malos ni buenos, para que cobre conciencia de la crisis. La confrontación afecta no solo a su moralidad sino a su interés propio, y esa combinación promete suscitar una acción positiva. Esta no es una nación de gente venal. Es una tierra de individuos que, en su mayoría, no se ha preocupado, ha sido insensible con sus vecinos negros porque sus oídos están taponados y sus ojos cegados por el trágico mito de que los negros soportan el abuso sin dolor o quejas. Incluso cuando las protestas estallaron y negaron el mito, se hicieron con nuevas doctrinas de inhumanidad que sostenían que los negros eran arrogantes, anárquicos y desagradecidos. La habitual discriminación blanca se transformó en un contraataque blanco. Pero para algunos, las mentiras habían perdido contacto con la realidad y creció un desasosiego interno. La pobreza y la discriminación eran innegablemente reales; dejaron una cicatriz en la nación; ensuciaron nuestro honor y redujeron nuestro orgullo. Una pregunta insistente desafió a la evasiva: ¿estaba la seguridad de algunos comprándose al precio de la degradación de otros? En nuestras tradiciones todo decía que esta clase de injusticia era el sistema del pasado o de otras naciones. Y sin embargo ahí estaba, en nuestro propio país.

De ahí nació —sobre todo en la generación joven— un espíritu de disentimiento que fue desde la negación superficial de los viejos valores al compromiso con una reforma social total, drástica e inmediata. Pero todo era disentimiento. Su voz es aún una minoría, pero unida a millones de voces negras que protestan, se ha convertido en el sonido de un trueno distante cuyo volumen aumenta cuando se acumulan las nubes de tormenta. Este disentimiento es la esperanza de América. Resplandece en la larga tradición de ideales americanos que empezó con los valientes soldados de la milicia en Nueva Inglaterra, que siguió con el movimiento abolicionista, que reapareció con la revuelta populista y, décadas más tarde, brotó para elegir a Franklin Roosevelt y John F. Kennedy. Los disidentes de hoy le dicen a la complaciente mayoría que ha llegado el momento en que una evasión mayor de la responsabilidad social en un mundo turbulento atraerá el desastre y la muerte. América aún no ha cambiado porque muchos creen que no necesita cambiar, pero se trata de la ilusión del condenado. América debe cambiar porque veintitrés millones de ciudadanos negros no seguirán viviendo de manera indolente en el pasado miserable. Han abandonado el valle de la desesperación; han encontrado fuerza en la lucha; y vivan o mueran, nunca se arrastrarán ni retrocederán de nuevo. Unidos a los aliados blancos, harán temblar las paredes de las cárceles hasta que caigan. América debe cambiar.

Hace dos mil años, una voz salida de Belén dijo que todos los hombres son iguales. Dijo que el bien triunfaría. Jesús de Nazaret no escribió libros; no tenía propiedades que le dieran influencia. No tenía amigos en los tribunales de los poderosos. Pero cambió el curso de la humanidad solo con los pobres y los despreciados. Por ingenuos y poco sofisticados que seamos, los pobres y los despreciados del siglo XX revolucionaremos esta era. Con nuestra “arrogancia, anarquía y falta de gratitud”, lucharemos por la justicia humana, la fraternidad, la paz segura y la abundancia para todos. Cuando hayamos logrado eso, con un espíritu de firme no violencia, entonces, con esplendor luminoso, empezará en verdad la era cristiana.

Martin Luther King (Atlanta, 1929-1968) lideró la petición de derechos civiles para la comunidad afroamericana. Este adelanto, que se publicó en la revista ‘Playboy’ en 1969 (tras la muerte del activista), es un extracto del libro “Tengo un sueño: Ensayos, discursos y sermones”, de la editorial Alianza, que se publica hoy, 28 de enero. Traducción, introducción y selección de Ramón González Férriz.

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