Joshua Wong, la piedra en el zapato de Pekín
El joven activista prodemocracia de Hong Kong sabrá el miércoles si le condenan a tres años de cárcel
Ni las rejas de la prisión, ni la prohibición de elecciones, ni ningún otro poder arbitrario logrará que dejemos el activismo”. Con su vehemencia habitual, Joshua Wong leía esta declaración a los medios el lunes pasado. El joven activista prodemocracia —24 años recién cumplidos—, al que Pekín considera su enemigo público número uno en Hong Kong, comparecía ese día ante un tribunal junto a otros dos compañeros. Fueron sus últimas declaraciones en libertad. A los pocos minutos de iniciada la vista, Wong se declaraba culpable del cargo de organización de asamblea ilícita, en relación con el cerco...
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Ni las rejas de la prisión, ni la prohibición de elecciones, ni ningún otro poder arbitrario logrará que dejemos el activismo”. Con su vehemencia habitual, Joshua Wong leía esta declaración a los medios el lunes pasado. El joven activista prodemocracia —24 años recién cumplidos—, al que Pekín considera su enemigo público número uno en Hong Kong, comparecía ese día ante un tribunal junto a otros dos compañeros. Fueron sus últimas declaraciones en libertad. A los pocos minutos de iniciada la vista, Wong se declaraba culpable del cargo de organización de asamblea ilícita, en relación con el cerco a la comisaría central de policía durante las protestas del año pasado, y el juez le enviaba a prisión preventiva. La sentencia llegará el próximo miércoles, 2 de diciembre, y podría dejar al antiguo líder estudiantil hasta tres años en la cárcel.
No sería la primera vez. El adolescente delgaducho de grandes gafas y rasgos felinos que saltó a la fama en 2014 como el líder más carismático del Movimiento de los Paraguas —las gigantescas sentadas en el centro de Hong Kong para reclamar sufragio universal—, ya ha pasado por las celdas en tres ocasiones. La última, durante cinco semanas el año pasado. Sostiene que no tiene miedo de volver a prisión, un destino que ha venido a dar por seguro desde que Pekín impuso a Hong Kong una draconiana ley de Seguridad Nacional que ha tenido un efecto paralizante en su sistema de libertades. Otros activistas han optado por abandonar el territorio autónomo. Él siempre sostuvo que se quedaría pasara lo que pasara.
Enfrentarse con China, y con las autoridades prochinas en Hong Kong, parece un destino natural para este joven intenso, siempre serio y con prisa, siempre ocupado. Un animal mediático que habla en titulares y aficionado a citar a héroes de la cultura pop, desde Spiderman a Harry Potter. Sus amigos y compañeros le apodan “el robot” por su entrega a todas horas, y con un fervor casi religioso, a su causa en detrimento casi de cualquier otra actividad, incluidos sus estudios. Acaba de graduarse en Administración Pública por la Universidad a Distancia de Hong Kong. La entrega a la causa le viene de familia, de hondas creencias cristianas. Cuando Joshua era niño, su padre, Roger Wong, llevaba a sus hijos a la China continental a hacer proselitismo religioso. Aun hoy, Wong sénior es un conocido activista contra los derechos de la comunidad LGTBI. Aunque su hijo no comparte esa posición en absoluto, y han mantenido más de un desencuentro al respecto, el padre siempre ha apoyado su militancia.
El que acabaría siendo la bestia negra de Pekín nació el 13 de octubre de 1996, un año antes de que el Reino Unido devolviera Hong Kong a la soberanía china. Con problemas de dislexia, se educó en un colegio privado cristiano. Sus primeros pasos en el activismo los dio a los 13 años, al entrar en contacto con grupos religiosos, oponiéndose a la construcción de la línea de tren de alta velocidad que comunica Hong Kong con el resto de China. En 2013, con 16 años, movilizó a los estudiantes de secundaria contra el currículo “patriótico” que el Gobierno autónomo de entonces quería aprobar, su primer éxito. Su salto a la fama mundial llegó un año más tarde. Fue uno de los detenidos en los primeros días del que acabaría siendo conocido como el Movimiento de los Paraguas. Unas protestas que marcaron un antes y un después en la movilización juvenil de la antigua colonia británica.
Las manifestaciones del año pasado vieron a Wong en otro rol. “Su papel ha sido el de un representante internacional”, apunta Antony Dapiran, autor del libro Hong Kong: XXX. Ha suscitado las iras de Pekín, que le considera una herramienta de las “fuerzas extranjeras” decididas a separar a Hong Kong del resto de China. El año pasado, el gobierno autónomo pro-Pekín ya le prohibió presentarse como candidato a concejal en las elecciones municipales, en las que la oposición demócrata acabó arrasando. Este año, vetó su candidatura en las elecciones legislativas. El argumento, en ambos casos, fue que no había demostrado que no fuera partidario de la independencia del enclave.
Con el argumento de la lucha contra la pandemia, el gobierno aplazó durante un año las legislativas, en las que la oposición aspiraba a lograr la mayoría parlamentaria por primera vez en la historia de Hong Kong. Este mes, los legisladores demócratas han renunciado a su escaño en masa en protesta por la inhabilitación de dos de ellos. Todo un giro de 180 grados después de aquel triunfo en las municipales, el punto álgido de las protestas. Entonces, un jubiloso Wong declaraba a este periódico: “Hemos demostrado que somos la mayoría”.
Desde entonces el panorama político en Hong Kong se ha hecho mucho más oscuro. Más de 10.000 personas fueron detenidas el año pasado por su participación en las manifestaciones. La ley de seguridad nacional ha provocado que las manifestaciones y otros actos de protesta política hayan quedado prohibidos. A la vista de este panorama, una sentencia de cárcel para Wong, cree Dapiran, puede tener más repercusión en el extranjero. “En Hong Kong probablemente se vea como parte de una represión más amplia por parte de las autoridades contra cualquier forma de disensión”.