Isabel Allende, feminista para todos los públicos

La autora viva más leída en castellano dedica su último libro a las mujeres que marcaron su vida

Isabel Allende, por Luis Grañena.

“Mi infancia no fue alegre, pero sí interesante”, confesaba Isabel Allende en un artículo publicado en este periódico en 2003. Una infancia novelesca, como toda su vida, repleta de aventuras y personajes que ella ha sabido capitalizar admirablemente reconvirtiéndola en obra literaria. Nacida en Lima en 1942, donde su padre, primo hermano del presidente Salvador Allende, era secretario de la Embajada chilena, tuvo una infancia ambulante entre varios continentes —porque al padre diplomático que desertó enseguida, le siguió un padrastro diplomático también— y una vida adulta marcada por el golpe ...

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“Mi infancia no fue alegre, pero sí interesante”, confesaba Isabel Allende en un artículo publicado en este periódico en 2003. Una infancia novelesca, como toda su vida, repleta de aventuras y personajes que ella ha sabido capitalizar admirablemente reconvirtiéndola en obra literaria. Nacida en Lima en 1942, donde su padre, primo hermano del presidente Salvador Allende, era secretario de la Embajada chilena, tuvo una infancia ambulante entre varios continentes —porque al padre diplomático que desertó enseguida, le siguió un padrastro diplomático también— y una vida adulta marcada por el golpe militar de Pinochet, el posterior exilio en Venezuela y, sobre todo, por el drama terrible de ver morir a su hija Paula con 29 años.

En sus andanzas por el mundo, Allende ha conocido de cerca a personajes como Pablo Neruda, y a la mesa de sus padres, destinados en Ginebra, se sentó un día el mismísimo Che Guevara. Por no hablar de los años pasados en la casona de sus abuelos maternos, en Santiago de Chile, donde acumuló experiencias e historias para abrirse camino en el universo literario del boom latinoamericano cuando tocaba a su fin.

Esa casa y sus moradores son los espíritus que pululan por su primera novela, La casa de los espíritus, cuya publicación, en 1982, fue un éxito que cambió su vida para siempre. El triunfo fue internacional y la escritora recaló en Estados Unidos, donde acabaría instalándose en 1988, al lado de su segundo marido. Una segunda vida poblada también por personajes nada comunes, como si sus relaciones humanas estuvieran supeditadas a las necesidades de su mundo literario, siempre en busca de rarezas. La nueva tribu es retratada en La suma de los días, de 2007. Un libro que es, en cierto modo, continuación del relato puntual de su vida iniciado con Paula, la novela de 1994 dedicada a su hija.

Y es que Isabel Allende, más claramente que otros autores, escribe de ella y de todo lo que le concierne. Incluso cuando los relatos son históricos, los personajes tienen los rasgos de las criaturas que han poblado su mundo. “Lo que no escribo se me olvida y es como si no lo hubiera vivido”, explicaba en el artículo Soy como el escorpión, publicado en 2007 en EL PAÍS. Su objetivo sería fijar unos hechos que el tiempo va borrando. O reinventarlos. Un exhibicionismo literario que deja fuera los aspectos psicológicos más profundos. “Isabel es una persona transparente, abierta y extravertida”, dice Núria Tey, hasta hace poco su editora y directora editorial de la División de Plaza & Janés, el sello que ha publicado todos sus libros. La persona que la acompañaba en cada una de sus muchas visitas a España. Con la edad, Allende confiesa haber perdido las ganas de viajar, pero no las de escribir.

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Por eso, en plena pandemia de coronavirus, publica Mujeres del alma mía, parafraseando hábilmente el título de su novela histórica (convertida en serie de televisión) Inés del alma mía. Allende, la autora viva más leída en castellano, con 24 libros traducidos a 42 idiomas, y 75 millones de ejemplares vendidos, puede permitírselo todo. Su nueva obra obedece a una sugerencia de sus agentes literarios, confiesa. Y en ella introduce desde el homenaje a algunas mujeres esenciales de su vida, empezando por su madre y su hija, al relato escalofriante de lo que significa en muchos países pertenecer al sexo femenino. También se homenajea a ella misma, que se declara rebelde desde la infancia, aunque este espíritu no esté reñido con cierta esclavitud por la apariencia, y una tendencia a valorar los gestos de cortesía hacia las mujeres que el feminismo asocia a esa cultura patriarcal que ella critica. Pero el libro no es solo eso. Se ajusta sobre todo a “una charla informal”, en la que aborda desde sus rituales de belleza (levantarse una hora antes que los demás para ducharse y maquillarse a conciencia) a la constatación del desfallecimiento de la libido con el paso de los años. Una visión humorística de la vejez en la que se adentra acompañada por su tercer marido, un abogado neoyorquino.

Parapetada detrás del feminismo, deplora el supuesto machismo de los críticos literarios, especialmente los chilenos, que han despreciado su obra como meramente comercial. La autora no ha olvidado los años en los que su nombre figuraba entre los candidatos al Premio Nacional de Literatura de su país, sin lograrlo. “Quizás esto ocurre”, explica Núria Tey, que además de editora se considera amiga personal de Allende, “porque cuando una autora vende muchísimo parece que se dirige demasiado al gran público, y en esos casos se buscan autores que sean leídos por otra categoría de lector”. Pero su arte, puntualiza, “es llegar a todos los públicos”.

El máximo premio literario de su país lo logró finalmente en 2010, como cuenta ella misma, con el apoyo de cuatro expresidentes de Chile, varios partidos políticos y la Cámara de Diputados. Pero aún tiene presente el calificativo desdeñoso de “escribidora” que le dedicó el escritor Roberto Bolaño, en 2002, cuando le preguntaron por su obra. En Mujeres del alma mía lo menciona atribuyéndoselo a un escritor chileno “cuyo nombre no recuerdo”. Demostrando que si la literatura le ha servido para curar las heridas de la vida, ha abierto otras en su orgullo que no parecen todavía cerradas.

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