Perder otra ocasión
Trump probó que la mejor defensa es el ataque, aun disparatado, y Díaz Ayuso se ha lanzado a la realidad-ficción
El Partido Popular no encuentra su lugar en el espacio político español y esa incomodidad ha pasado a convertirse en un auténtico problema para el país entero. No es que los dirigentes populares estén quietos, sino que, bien al contrario, sufren un hiperactivismo que hace que sus mensajes suenen desgastados nada más ser emitidos. La pobreza de su estrategia política radica en que tanto Pablo Casado como sus colegas de dirección se conforman con pensar que basta con aguantar y a...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
El Partido Popular no encuentra su lugar en el espacio político español y esa incomodidad ha pasado a convertirse en un auténtico problema para el país entero. No es que los dirigentes populares estén quietos, sino que, bien al contrario, sufren un hiperactivismo que hace que sus mensajes suenen desgastados nada más ser emitidos. La pobreza de su estrategia política radica en que tanto Pablo Casado como sus colegas de dirección se conforman con pensar que basta con aguantar y apostar por la capacidad de la izquierda para romperse y para disociarse de la defensa de las instituciones para que algún día les llegue su turno. Lo único relevante, pues, es tener las herramientas que permitan el control interno del partido, de manera que, cuando ese momento llegue, sean ellos quienes estén al mando.
En el análisis de los dirigentes populares cuenta además la convicción de que lo más probable es que no tengan en bastante tiempo mayoría suficiente como para gobernar solos o incluso con un pequeño apoyo. Les parece más verosímil necesitar un amplio abanico de “afines” y por eso se afanan en evitar confrontaciones con el centrista Ciudadanos y con el ultraderechista Vox. El resultado es paradójico, porque les imposibilita para tener un proyecto político claro y un perfil propio, una percepción que les aleja de la opción de gobernar.
Los dirigentes populares que gestionan el poder en algunas comunidades autónomas son conscientes del problema, porque parten de una perspectiva diferente. Sin embargo, todos se mantienen fuera del espacio nacional porque creen que en la situación política actual no tienen nada que ganar. (Isabel Díaz Ayuso, en Madrid, es diferente porque, en su caso, solo salva su desastrosa gestión personal irrumpiendo permanentemente en el plano nacional). No es la situación de Alberto Núñez Feijóo (Galicia), Juan Manuel Moreno Bonilla (Andalucía) o Alfonso Fernández Mañueco (Castilla y León), que parecen haber hecho suyo el lema “Quédate con lo que tienes”. Y eso, pese a que los sondeos indican que Feijóo y, cada vez más, Moreno Bonilla, tienen mejor imagen política que Casado entre los seguidores del PP.
Esa dificultad para encontrar su propio espacio está ligada a la incapacidad de mantener un discurso claro. La ocasión para mejorar ese perfil podría ser el debate de la moción de censura que ha presentado el ultraderechista Santiago Abascal, en nombre de Vox. La moción no tiene futuro, pero marcará la línea del autoritarismo y la tradición franquista. Un discurso de Casado que dejara claro por qué el PP no es Vox ni pretende incursionar en ese espacio, es decir, un discurso que procurara menos atacar y más dar una clara, y cada vez más necesaria, definición de un conservadurismo español radicalmente democrático, podría ayudar a reposicionar a los populares. No parece, sin embargo, que esta línea vaya a encontrar eco en Génova, donde muchas veces se decide votar en contra de las propuestas de Vox, pero nunca se hace el menor esfuerzo por llevar a la opinión pública esa diferenciación.
Casado estaba seguramente convencido de que la pandemia se llevaría por delante al Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, algo que no tiene visos de suceder en el futuro inmediato. Por el camino, lo que sí ha sucedido es que la pésima gestión de la presidenta de la Comunidad de Madrid ha debilitado la imagen del PP en su más grande y acreditado feudo. Trump demostró que la mejor defensa es el ataque, por más disparatado que resulte, y Díaz Ayuso, con el apoyo de medios de comunicación que le prestan una ayuda formidable colocándola en primera línea de combate, se ha lanzado por el camino de la realidad-ficción. El PP espera ahora que el desgaste que produce ese ataque permanente, injustificado, pero feroz, unido a la crisis social que se avecina, acabe por desencuadernar al Gobierno de Sánchez. Es una posibilidad. Otra, que la izquierda se rompa por el descrédito institucional a que juega una de las partes y se suicide ella sola. Son dos escenarios muy mezquinos, eso sí.