Miradas lascivas

Los bandos se forman en España con ausencia de autocrítica, por no dar la razón al contrario

Catherine Deneuve en 'Belle de jour', de Luis BuñuelSunset Boulevard/Corbis/GETTY IMAGES (Corbis via Getty Images)

La semana pasada el Ministerio de Igualdad publicó una encuesta sobre violencia contra la mujer, un estudio muy bueno sobre esta lacra humana. En la página 181 había algo llamativo: se incluían como acoso sexual las “miradas insistentes o lascivas”. Decían haberlas sufrido un 30,3% de las entrevistadas. Y pensé: menuda chorrada. Creí haber vuelto a los pecados de pensamiento, no solo de obra. Me imaginé un artículo gracioso sacándole punta, ...

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La semana pasada el Ministerio de Igualdad publicó una encuesta sobre violencia contra la mujer, un estudio muy bueno sobre esta lacra humana. En la página 181 había algo llamativo: se incluían como acoso sexual las “miradas insistentes o lascivas”. Decían haberlas sufrido un 30,3% de las entrevistadas. Y pensé: menuda chorrada. Creí haber vuelto a los pecados de pensamiento, no solo de obra. Me imaginé un artículo gracioso sacándole punta, un Ministerio de Miradas que las clasificaba por pecados capitales: “Un 57% de los españoles ha sentido miradas de envidia”, por bronceado, forma física, coche de alta gama o chalé en la cuarentena. Hoy está mal visto bromear con lo que alguien siente, miren Cataluña — aunque aquí la gracia está en quien pregunta, la gente solo contesta—, y me percaté perfectamente de que a muchos no les haría gracia. Pero bueno, también a veces me río yo solo en el cine. Aun así, al final pensé: mira, mejor lo dejo, no vayan a pensar que soy un facha, y machista, qué pereza (otro pecado), tener que demostrar mi inocencia. El miedo a parecer facha o machista es un sólido referente de la izquierda en este país. De hecho miré al día siguiente y había varios columnistas fachas (ellos sí) riéndose de esto mismo, y con razón, porque se lo ponen a huevo, y total a ellos que más les da, si los aplauden los suyos y los insultos les dan puntos.

Además vi las reacciones al informe en la cuenta de Twitter del ministerio. La primera era simplemente “pura bazofia”, y un individuo llamaba “zorra” a la ministra Irene Montero. Grandes reflexiones para un estudio minucioso de 341 páginas que desentierra un drama oculto y concluye, por ejemplo, que el 13,7% de las mayores de 16 años ha sufrido violencia sexual en España. ¿Cómo vas a querer que te mezclen con gente así? No vi nadie que hablara del tema en medios no conservadores (qué gracia, el corrector me ha puesto “no conversadores”). Es como intentar oír que hablen mal de Díaz Ayuso en una radio de derechas. Es así como se forman los bandos en España, con la ausencia de autocrítica, por no dar razón al contrario. Vivimos en un país muy inseguro, como este artículo. Yo pensé que mejor lo dijera otro a quien se lo perdonen, alguien serio, o un cómico. Para mí es un misterio por qué la muerte de seres humanos, mujeres en este caso, o la destrucción de la naturaleza, donde vivimos todos, es algo por lo que aquí nos pegamos.

En cuanto a miradas, recordé a Lorca, que en su poema Deseo habla de “un campo de miradas rotas”. A Buñuel, que solo se sentía libre en su imaginación. La filmografía de Almodóvar gira en torno al deseo (así se llama su productora). De ahí salen sus miradas. Artísticas, es cierto, y no todos los hombres ni mujeres somos artistas, la mayoría nos tenemos que conformar con mirar y ser más o menos lascivos y lascivas en la intimidad. Decía Buñuel: “En alguna parte entre el azar y el misterio se desliza la imaginación, libertad total del hombre”. Esta libertad, como las otras, se la ha intentado reducir, borrar. A tal efecto, el cristianismo ha inventado el pecado de intención. Antaño, lo que yo imaginaba ser mi conciencia me prohibía ciertas imágenes: asesinar a mi hermano, acostarme con mi madre. Me decía: “¡Qué horror!”, y rechazaba furiosamente estos pensamientos (…). Solo hacia los 60 o 65 años comprendí y acepté plenamente la inocencia de la imaginación. Necesité todo ese tiempo para admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía a nadie más que a mí”.

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