Bolsonaro ha negado que exista una pandemia. Y ahora Brasil es el segundo país en número de casos de coronavirus

El mandatario flirtea con el autoritarismo y sortea intentos de destitución. Ahora usa la pandemia para apelar a sus fieles

Bolsonaro saluda a manifestantes contra el Congreso y el Tribunal Supremo, el pasado 15 de marzo en Brasilia.Vídeo: AFP | VIDEO: REUTERS, EFE

Seguir la política brasileña es una mezcla entre subirse a una montaña rusa y ver una telenovela. Trepidante, el enredo es siempre complejo. Incluso cuando alguien como Jair Messias Bolsonaro, de 65 años, prácticamente monopoliza el escenario. En estos tiempos de pandemia ha logrado destacar en el mundo como el más negacionista entre los líderes democráticos y el único que ha echado no a uno, sino a dos ministros de Salud. En vez de dedicar sus esfuerzos a gestionar la crisis del coronavirus, los ha concentrado en sabotear ...

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Seguir la política brasileña es una mezcla entre subirse a una montaña rusa y ver una telenovela. Trepidante, el enredo es siempre complejo. Incluso cuando alguien como Jair Messias Bolsonaro, de 65 años, prácticamente monopoliza el escenario. En estos tiempos de pandemia ha logrado destacar en el mundo como el más negacionista entre los líderes democráticos y el único que ha echado no a uno, sino a dos ministros de Salud. En vez de dedicar sus esfuerzos a gestionar la crisis del coronavirus, los ha concentrado en sabotear los intentos de los gobernadores por contenerla y en contentar a sus fans con selfis y saludos. Resultado: la curva de contagios sigue subiendo en el país más poblado de América Latina, nuevo epicentro según la OMS. Brasil es el segundo país con más casos (y eso que test hace bien pocos) y el tercero con más muertos.

Bolsonaro ha politizado la pandemia como pocos mandatarios. Lo dejó claro al proclamar: “Los de derechas toman cloroquina; los de izquierdas, tubaína [un refresco que los hipsters han resucitado]”. La polarización que mina Brasil en los últimos años se ha extendido al coronavirus por obra del presidente, que de paso activa a su base electoral.

Brasil es el segundo país del mundo con más casos de coronavirus. La curva de contagios sigue subiendo

La crisis sanitaria preocupa. Pero también inquietan cada vez más los flirteos de Bolsonaro con el autoritarismo. “Es necesario resistir a la destrucción del orden democrático para evitar lo que ocurrió en la República de Weimar cuando Hitler”, escribió un juez a sus compañeros del Tribunal Supremo hace unos días en WhatsApp.

El presidente dejó claro desde el primer contagio que las recomendaciones sanitarias le parecían una idiotez, y los medios, unos histéricos. Aunque ha moderado el tono a medida que se abren fosas en los cementerios, no ha dejado de alentar actos multitudinarios. Lo que de verdad le quita el sueño no es el virus, sino que este arrase la economía, que parecía empezar a recuperarse lentamente. Pese a las críticas dentro y fuera de su país, nunca ha dejado de insistir en que los negocios reabran. Quiere desvincu­larse a toda costa de la hecatombe económica que asoma a la vuelta de la esquina. Los millones de desempleados, un eventual aumento de los delitos o la inestabilidad social… Quiere asegurarse de que lo que traiga la pospandemia sea una culpa achacable a otros —los gobernadores, los alcaldes—. Evitar como sea que un bichito invisible le arruine una reelección, en 2022.

Mientras amenaza con incumplir órdenes que considera absurdas, se le abren frentes a velocidad de vértigo. La dimisión de un símbolo anticorrupción como el juez Sergio Moro activó varias reacciones en cadena. La investigación que el Supremo ha abierto para saber si el presidente interfirió en la policía para proteger a sus hijos, el espectáculo de un Consejo de Ministros que parece más bien una reunión conspiranoica y una avalancha de peticiones de impeachment. Bolsonaro está débil, sí, pero cuánto es la clave. “Es su momento de mayor debilidad con relación al poder institucional. Pero, si miramos fuera del campo democrático, no sabría decir si está más débil o más fuerte”, explica Flávia Bozza Martins, profesora de Ciencia Política en la Universidad de Paraná. “Siempre tuvimos Gobiernos que con sus aciertos y errores tenían un pacto con los principios democráticos”, añade.

El ambiente político está muy enrarecido. La erosión de la democracia avanza con los constantes ataques del mandatario a la separación de poderes y a la prensa. Bolsonaro legitima el golpismo que anida en grupos de Whats­App cuando en actos públicos arenga a seguidores que abogan por una intervención militar. Los desmentidos de los ministros militares son casi rutina. La cúpula de las Fuerzas Armadas parece incómoda.

En este contexto no sorprende que el rechazo a Bolsonaro bata récords. Sus detractores, que antes de la pandemia eran la mitad de los encuestados, ahora son dos tercios. Los bolsonaristas más pragmáticos, los que le votaron con tal de ver al Partido de los Trabajadores lejos del poder, le están abandonando por Sergio Moro o porque ven al líder en una huida hacia delante. Pero ese tercio que todavía le apoya se mantiene firme. Son los bolsonaristas duros, los que vieron la dimisión de Moro como una traición. Los que votaron al capitán retirado para dar una buena patada en el trasero al sistema. “Son los que se extasían al verle en el Consejo de Ministros mientras dice decenas de tacos, los que consideran que ese vídeo muestra el Bolsonaro genuino”.

Es un respaldo sólido. Y triplica al apoyo que Dilma Rousseff tenía cuando cayó en un impeachment en 2016.

Aunque haya decenas de peticiones, en este momento las cuentas para un juicio político como aquel no cuadran. Bien lo sabe la destituida presidenta izquierdista. “Bolsonaro tiene garantizados los votos para impedir un impeachment, esta va a ser una lucha larga”, explicó Rousseff recientemente a un grupo de corresponsales por videoconferencia. Una destitución así requiere lo que la periodista Vera Magalhães denomina “una alineación de los astros: voluntad del Congreso, apoyo popular, una economía en ruinas y una justificación del delito de responsabilidad”. Las únicas manifestaciones desde que la pandemia puso a medio país en cuarentena son de partidarios de Bolsonaro reclamando que flexibilicen las medidas de seguridad. Todos los datos económicos son malos, pero no están en caída libre. Y está por ver si sus excesos se materializan en una acusación judicial firme.

Porque el impeachment es la vía política. Luego está la penal, la del Supremo. Aunque aún en fase de investigación, es la más avanzada. El fiscal general del Estado decidirá si hay material para juzgarle, pero en cualquier caso necesitaría autorización del Congreso.

En el horizonte, un factor más, el general retirado Hamilton Mourão. El vicepresidente asumiría el poder si cae Bolsonaro. Aunque fue elegido al filo del plazo tras las negativas de una mujer y un pastor evangélico, los de Bolsonaro consideraron que proceder de las Fuerzas Armadas podría ser un elemento disuasorio ante la tentación de echar al presidente. La politóloga Martins apunta otro factor importante: “Mourão no es un político, lo que dificulta su conversación con el Congreso” para sacar adelante una eventual destitución. Salvo sorpresa, las elecciones municipales previstas para final de año serán el mejor termómetro para medir las fuerzas de Bolsonaro y sus aliados.

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