La Cábala vivió su edad de oro medieval en la península Ibérica
La corriente mística del judaísmo, hoy casi ausente en España, tuvo días de auge al expandirse desde Francia hacia Castilla
La historia depara curiosos viajes de ida y vuelta. Hoy, en España, la palabra Cábala florece en los medios más o menos cada pocos años, es decir, cada vez que Madonna viene de gira. Se habla entonces, como otro exotismo de una estrella del pop, de sus pulseras de hilo rojo, su acercamiento al judaísmo o su elección de Esther, por la reina bíblica, como nuevo nombre. Sin embargo, es aquí hace nueve siglos, comenzando en el sur de Francia y llegando a la Península Ibérica, donde esta importante ex...
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La historia depara curiosos viajes de ida y vuelta. Hoy, en España, la palabra Cábala florece en los medios más o menos cada pocos años, es decir, cada vez que Madonna viene de gira. Se habla entonces, como otro exotismo de una estrella del pop, de sus pulseras de hilo rojo, su acercamiento al judaísmo o su elección de Esther, por la reina bíblica, como nuevo nombre. Sin embargo, es aquí hace nueve siglos, comenzando en el sur de Francia y llegando a la Península Ibérica, donde esta importante expresión mística judía –hoy relegada en las librerías a los estantes de ocultismo y autoayuda– nació y tuvo su primera edad de oro.
Al igual que las otras dos grandes religiones monoteístas (el cristianismo y el islam), también el judaísmo desarrolló en un momento dado una vertiente mística, es decir de búsqueda de una experiencia íntima y directa con la presencia divina. La más importante ha sido la Cábala, nacida en el siglo XII, cuando una serie de rabinos comenzaron enseñanzas esotérico-místicas en la Provenza francesa. ¿Por qué allí y entonces? “Es una pregunta que nadie ha respondido, pero en ese momento se daba en ese territorio un cruce de la influencia islámica y de las tradiciones europeas”, explica Manuel Forcano, hebraísta, exdirector del Instituto Ramon Llull y responsable de un seminario sobre la Cábala en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Frente al relato esencialista, la historia de las tres grandes religiones monoteístas es una de influencias cruzadas. De hecho, el auge de las órdenes monásticas en esa época está detrás del nacimiento de una mística tan basada precisamente en la relación individual con Dios.
La Cábala está articulada en torno a la búsqueda de mensajes ocultos en las escrituras y a la idea de que Moisés recibió una tradición en el Monte Sinaí y esta ha sido transmitida en secreto de generación en generación. “Se pasa del exoterismo, es decir, de una enseñanza abierta para todos, al esoterismo, algo oculto, cerrado”, apunta en una entrevista Amparo Alba, catedrática de hebreo en la Universidad Complutense de Madrid, donde imparte cursos sobre Cábala, entre otros. El término esotérico se aplica a la Cábala por partida doble: porque se ocupa de conocimientos ocultos y porque está reservada a unos pocos elegidos que, para empezar, debían ser varones casados, tener más de 40 años y haber recibido una educación judía tradicional. Una tradición elitista (era imposible sin dominar el hebreo y conocer los textos religiosos al dedillo) opuesta al abrazo colectivo de sus actuales manifestaciones de espiritualidad new age (la inmensa mayoría de los seguidores del rabino que orienta a Madonna no son judíos, por ejemplo). “El místico no desecha la religión, sino que busca una conexión. ¿Por qué dice Dios esto? Lo indaga y va encontrando una vía de comunicación y la verdad auténtica”, añade Alba. Para los cabalistas, Dios es infinito (ein sof) y los humanos solo alcanzamos una mínima comprensión de su ser. Los propios cabalistas, los baalei hasod (es decir, los dueños del secreto) hablan de la Cábala como la ciencia de lo oculto (jojmat hanistar) y de la verdad (jojmat haemet). “El judaísmo es una religión en la que son importantes los rituales colectivos. La Cábala trató de explicar por qué se hacen, algo que no está claro en el mundo rabínico”, explicaba uno de los principales expertos mundiales en Cábala, el israelí Moshe Idel, en una entrevista durante su última visita a España, invitado por el proyecto J-Med del CSIC y la Universidad Complutense de Madrid.
Esta nueva forma de conexión con Dios recorrió en pocas décadas el camino desde la Provenza y el Languedoc hacia Cataluña, Aragón y finalmente, Castilla. Es allí, en la Península Ibérica, donde vivió en el siglo XIII su primera Edad de Oro. La aún hoy principal obra de la Cábala, el Zohar o Libro del esplendor, fue publicada en ese siglo en el reino de Castilla por Moisés de León, que se la atribuyó a un rabino del siglo II, Shimón bar Yojai.
En la Península Ibérica triunfó una Cábala que los expertos denominan teosófico-teúrgica, es decir, en la que Dios es el centro de la especulación, se desarrolla una teoría sobre la estructura y los significados del mundo divino, y se interpreta el texto bíblico de forma mítico-simbólica. “Los iluminados son los sabios que contemplan las cosas que no pueden ser expresadas oralmente”, reza una frase del Zohar, texto que se enmarca en esta tendencia.
Pero la mística tampoco quedó fuera de ese faccionalismo judío plasmado actualmente de forma cómica en la frase “dos judíos, tres sinagogas”. Abraham Abulafia, nacido en Zaragoza el mismo año que De León (1240), defendió otra forma de entender la Cábala, la denominada extática. Estaba más centrada en la experiencia mística individual, la recitación de nombres divinos y otras técnicas para alcanzar el éxtasis (movimientos del cuerpo, canto, música...). Abulafia fue el outsider que perdió frente al mainstream de la Cábala teosófico-teúrgica, defendida —además de por Moisés de León— por Jacob e Isaac Hacohen, el burgalés Moisés ben Simón, José ibn Chiquitilla (de Medinaceli), Todros ben Yosef Halevi Abulafia (de Toledo) o Yosef de Hamadán. En Girona, en paralelo, se desarrolló una escuela cabalística con un personaje tan central en la historia del pensamiento judío como Nahmánides. “Muchos rabinos importantes eran cabalistas. No es como en el islam o en el cristianismo, que había una tensión [entre la religión oficial y los místicos]. La élite, por lo general, aceptó la Cábala. El canon no da respuestas a quienes buscan experiencias extraordinarias. Por eso la mística siempre es más reducida y responde a las necesidades de unas cuantas personas, no de las masas”, apunta Idel. Isaac El Ciego, otro de los grandes nombres de la Escuela de Girona, reprendía incluso a los autores de los textos cabalísticos por “divulgar demasiado” un conocimiento intrínsecamente esotérico, recuerda Forcano.
Entre las formas de alcanzar esa comunicación especial con Dios figuran técnicas que, en ocasiones, han reforzado esa imagen de la Cábala como una suerte de práctica oscurantista. Es el caso de la guematria, que consiste en extraer conclusiones ocultas de sumar en una palabra los valores numéricos de las letras (en hebreo, cada letra tiene un valor). Por ejemplo, las de la palabra Satán suman 364, lo que los cabalistas han interpretado como que el Yom Kipur es el único día del año en el que el demonio no tiene poder sobre los hombres. Otras prácticas son la temurá (la permutación de letras) o el notaricón, que consiste en buscar acrónimos. La frase “Al principio vio Dios que Israel aceptaría la Torá” es una de varias en la Biblia en las que, si se junta la primera letra de cada palabra, se forma la palabra hebrea Bereshit, que es el famoso “En principio...” con el que comienza (y da nombre) a lo que en la tradición cristiana se conoce como el Génesis.
La Cábala en la Península llegó a su fin cuando lo hizo la posibilidad de vivir como judío. La expulsión a finales del siglo XV trasladó el foco de la Cábala a la ciudad de Safed, hoy parte de Israel, donde acabaron varios estudiosos sefardíes y nació una Cábala llamada luriánica, por el nombre del rabino judío que la desarrolló, Isaac Luria. Era más similar a la que practicaba Abulafia y duró hasta mediados del siglo XVII. En las calles de la ciudad vieja de Safed se venden hoy, de hecho, todo tipo de dibujos y pinturas basados en conceptos y técnicas de la Cábala. El relevo lo tomó en el siglo XVIII en Polonia y Ucrania el movimiento jasídico (retratado actualmente en una de las series de moda, Unorthodox), con una especie de síntesis entre las dos corrientes anteriores.
En la actualidad, la Cábala no solo atrae a judíos que aún hoy profundizan en su estudio, sino también a quienes, lo sean o no, carecen de un conocimiento profundo de las bases de la religión y del hebreo. “No arañan ni la corteza de la Cábala”, lamenta Forcano. “Viene de un gusto por lo esotérico muy relacionado con las ciencias ocultas, con las que no tiene nada que ver. Se acercan a la Cábala de la misma manera que uno se acerca al tarot”.