Como una ola: el surf no era como Hollywood quiso contárnoslo
Las imágenes de olas gigantes tienen una capacidad de arrastre proporcional a su belleza y violencia
Con la nueva serie de HBO Una ola de 30 metros descubres las particularidades del surf de remolque, las físicas, las “espirituales” y también la industria que existe a su alrededor. Arrastrados por motos acuáticas, los surfistas se dejan caer por precipicios cuyo tamaño real nadie conoce hasta que se resuelve a través de fotografías que las ponen en relación con el cuerpo de los osados que cabalgan sobre ellas.
La serie se centra en la vida del estadounid...
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Con la nueva serie de HBO Una ola de 30 metros descubres las particularidades del surf de remolque, las físicas, las “espirituales” y también la industria que existe a su alrededor. Arrastrados por motos acuáticas, los surfistas se dejan caer por precipicios cuyo tamaño real nadie conoce hasta que se resuelve a través de fotografías que las ponen en relación con el cuerpo de los osados que cabalgan sobre ellas.
La serie se centra en la vida del estadounidense Garrett McNamara y en su trayectoria desde las crestas de Hawái a las de Nazaré, en Portugal, un pequeño puerto de pescadores ninguneado por los profesionales hasta que McNamara cambió el curso del relato hace casi una década. En realidad, el verdadero artífice fue el alcalde de esta localidad atlántica, un aficionado a la tabla que supo atraer al rey de los récords mundiales para que experimentase el endemoniado oleaje de Nazaré, cuya turbulenta agua nace de un cañón sumergido gigante. En 2011, McNamara, entonces de 45 años, alcanzaba la plusmarca mundial al montar una ola de 23,7 metros de altura. Dos años después, en 2013, pulverizaba sus propias cifras al conquistar una ola aún no certificada de 30 metros. Las imágenes de olas gigantes tienen una capacidad de arrastre proporcional a su belleza y violencia. Pese a esta cualidad, el surf nunca tuvo demasiada suerte en la gran pantalla. En 2010, en el festival de Cannes, estrenaron un documental que pretendía demostrar la mala fortuna de esta pasión en la ficción. ¡Hollywood no hace surf! se proyectó en la playa, donde la presentaron sus directores, Greg MacGillivrays y Sam George. La invitación era una tabla de cartón que aún guardo en alguna parte con citas de películas como la comedia No hagan olas, joya de Alexander MacKendrick interpretada por Tony Curtis, Sharon Tate y Claudia Cardinale. Los directores de ¡Hollywood no hace surf! eran aficionados que lamentaban que películas tipo Le llaman Bodhi, de Kathryn Bigelow, fueran más bien una ofensa para el colectivo.
El documental también era una excusa para honrar a la película de culto del género, El gran miércoles. Rodada en 1978 por John Millius, no convenció a nadie en su día para emerger décadas después como la única que ha sabido retratar un mundo cuya esencia suicida y nihilista convierte a sus seguidores en potenciales adictos a la adrenalina. Como dice en Una ola de 30 metros un surfista con aspecto de personaje de Juego de Tronos: “Somos gladiadores”.
Para el siglo XXI, las esperanzas estaban puestas en la que estaba llamada a ser la gran película sobre surf, un proyecto de Sean Penn que debió de quedar en el cajón de algún productor. La película trataba exactamente de lo que Garrett McNamara cuenta con la mirada un poco huidiza: después de abandonar el mar durante unos años para formar una familia e intentar vivir como una persona normal, la adicción regresó con más fuerza que nunca. Sin surf, dice el tipo que cabalgó 30 metros de ola, la vida perdió su sentido.
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