Más tatuajes, más pequeños y menos ‘artísticos’: por qué la última guerra generacional se libra en la piel

La popularización de los tatuajes monocromáticos y de pequeño tamaño, que ya se hacen hasta en hamburgueserías y bodas, abre la puerta a escépticos de los dibujos en la piel pero, para los clásicos, abarata un arte milenario

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En el hombro derecho de la nueva superestrella del pop, Sabrina Carpenter, se podría condensar el cambio estético de toda una generación. Hace un mes la cantante de 25 años anunció con un tatuaje el lanzamiento de su esperado sexto álbum: Short n’Sweet. En contraposición al descomunal éxito que ya empezaba a cosechar, el tatuaje ocupaba únicamente unos centímetros y era apenas legible. Atrás quedan los clásicos diseños grandes y coloridos —un corazón, un unicornio, delicadas flores— con los que Lady Gaga conmemoraba hace más de una década álbumes como Born This Way. Ahora la mayoría de los jóvenes de la generación Z (nacidos entre 1995 y 2010) prefieren tener muchos tatuajes, más pequeños y, en general, menos serios.

En el brazo de Paola Barriga, por ejemplo, conviven Agallas, el perro cobarde (uno de los dibujos animados de su infancia), diminutas formas geométricas y diseños que ha ido encontrando a través de las redes sociales. “Prefiero hacerme cosas pequeñas para no cansarme del tatuaje”, confiesa la joven colombiana. Por ahora, Barriga tiene más años que tatuajes, 26 y 24 respectivamente, pero con el ritmo que lleva invertirá pronto la proporción. “No busco que tengan un significado concreto, simplemente que me guste cómo quedan”, dice. El primero que se hizo fue un pequeño símbolo budista y, desde entonces, ha mantenido un tamaño similar en todos los diseños. Los últimos en llegar han sido un pequeño huevo frito sonriente y una tortuga en monopatín que le regalaron en un evento.

Estos dibujos, en concreto, reciben el nombre de ignorant tatto y destacan por el trazo ingenuo e indeciso, imitando la manera en que los haría un niño. No es el único estilo que triunfa entre las nuevas generaciones, pero todos comparten una característica: son diseños pequeños hechos con línea fina en un solo color y, generalmente, no llevan relleno. Para Kevin Campillo, tatuador profesional de 31 años, esta ruptura con los tatuajes clásicos ha permitido que muchos más jóvenes, y no tan jóvenes, se planteen empezar a grabar sus pieles: “Antes el tatuaje se asociaba a determinados grupos, pero ahora con el cambio en los diseños se ha ampliado el público, sobre todo el femenino”.

En el estudio Calipso de Madrid, donde trabaja Campillo, esta revolución se percibe nada más entrar. En la sala de espera un libro gastado que explica el significado de los tatuajes tradicionales comparte la mesa con otro más nuevo que propone ideas para diseños pequeños. Este tipo de microtatuajes han disparado la demanda para negocios como el suyo, pero también la competencia. “Al no ser tan elaborados, son más baratos y hay veces en las que se pierde la calidad artística del tatuador”. Además, explica, antes las máquinas eran más caras y más difíciles de usar, pero ahora con los tutoriales de internet cualquiera puede comprar y aprender a utilizar aparatos más ligeros y precisos.

Del estallido de los estudios homologados se pasó a los profesionales por cuenta propia y de ahí a la última novedad que consiste en la instalación de puestos de tatuaje en bodas y eventos, donde los organizadores pagan para que los asistentes se puedan llevar un pequeño recuerdo. En Alicante incluso se ha llegado a inaugurar el restaurante La Folie, en el que por 40 euros se ofrece bebida, una smash burguer y un tatuaje de unos 3 centímetros. Campillo tiene claro que esta “moda” lo único que consigue es polarizar los precios, los más simples cada vez son más baratos y los más elaborados cada vez más caros.

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Dentro del mundo del tatuaje son muchas las voces que se muestran críticas con esta explotación del oficio que ha llegado a traspasar hasta memes a la piel. Sin embargo, Josep María Nadal Suau, doctor en literatura y ganador del premio Anagrama por Curar La Piel: ensayo en torno al tatuaje, se resiste a entregarse por completo a esta postura. “Esta tendencia tan descentrada de significado muestra capacidad de juego y ligereza, eso es una evolución”. El ensayista admite que, como alguien de otra generación, no puede evitar pensar que a los que se hacen estos diseños les falta una pieza grande en la colección. Aunque también entiende que nadie tiene la obligación de querer hacérselo. “Lo más importante es el elemento performativo y, aunque cambien las condiciones, eso permanece”, confiesa.

Nadal Suau tiene 21 tatuajes y, aunque ninguno de ellos sigue el estilo de la línea fina, sí que puede empatizar con las nuevas generaciones por su lado más desenfadado. El último se lo hizo en la presentación del libro y le confió al tatuador la tarea de hacer lo que él quisiera. El resultado fue una referencia a un sketch de 1977 del humorista Tony Leblanc. Algo que con el paso de los años se ha hecho incomprensible, igual que pasará con muchos de los nuevos tatuajes. Ahí es precisamente donde, según Nadal Suau, aparece la magia del tatuaje, en la capacidad para retratar y responder a la fugacidad de nuestro tiempo. “A través de nuestras pieles se podrá narrar la historia de Occidente”, concluye. Nuestro próximo reportaje, previsiblemente, tratará sobre innovadoras técnicas de borrado.


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