“¡Que entre el desgraciado!”: auge y caída del formato televisivo que fue demasiado lejos
El ‘talk show’ era casi una religión en Estados Unidos y hace 25 años el éxito de ‘Laura en América’ hizo que nos interesásemos por él en España. Tras varios casos controvertidos, algunos terminados en tragedia, el género permanece en letargo en nuestro país
En esta edición de Gran Hermano VIP, al que le queda cada vez más grande eso de VIP, solo destaca un nombre para todo aquel alejado de las intrigas familiares de los personajes habituales de la antigua Mediaset: Laura Bozzo, leyenda viva de la televisión menos edificante. Sus maneras en la casa, predecible...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
En esta edición de Gran Hermano VIP, al que le queda cada vez más grande eso de VIP, solo destaca un nombre para todo aquel alejado de las intrigas familiares de los personajes habituales de la antigua Mediaset: Laura Bozzo, leyenda viva de la televisión menos edificante. Sus maneras en la casa, predecibles para cualquiera que haya seguido su carrera a través de sus programas o sus intervenciones en Crónicas marcianas, la han convertido en la eterna nominada de la edición y en una de las favoritas por el público. A sus más de setenta años es la mayor generadora de controversia y contenido de la casa, como corresponde a uno de esos animales televisivos que siempre sabe cuál es su cámara.
El reinado televisivo de Bozzo comenzó hace 25 años con Laura en América, la reformulación de un formato que no era nuevo: al plató acudían amigos, parejas o familias con problemas variopintos a los que ella debía encontrar solución, a la manera de un rey Salomón histriónico, y solían comenzar con su frase de cabecera: “¡Que pase el desgraciado!”. Un grito de guerra que se popularizó tras un programa al que acudieron tres chicas de dieciséis años “embarazadas del mismo imbécil”. “En esa época yo era un poco más violenta, te juro que casi lo agarro a patadas al hombre”, confesó años más tarde.
Bozzo se siente especialmente orgullosa de haber contribuido a visibilizar a “gente común y corriente, yo le di un cambio a este género”, explicó orgullosa a La República. Precisamente una de las críticas a las que se enfrentan tanto los programas de Bozzo como los talk shows en general es la sospecha de que abusan de personas necesitadas capaces de prestarse a cualquier pantomima por dinero. Una acusación que ella rechaza. “Son casos 100% reales que me constan, yo misma voy a investigar a la familia, a los hechos.” Sin embargo en 2007 estuvo en el centro de la polémica tras descubrirse que una de sus invitadas, una niña supuestamente hallada bajo los escombros del terremoto de Pisco, era una actriz que ya había aparecido en su programa como víctima de abuso sexual. El escritor peruano Jaime Bayly, primero íntimo amigo de Bozzo y después autoproclamado su “enemigo virulento y fogoso”, entrevistó a la madre de la menor que lo confirmó.
El de los talk shows fue el género más habitual en la televisión de los noventa. Era un formato muy atractivo para el público, ofrecía pura evasión y la posibilidad de regodearse del mal ajeno cómodamente desde el sofá. Para las cadenas era una mina: los programas eran muy económicos y fácilmente amoldables al directo y las historias podían encogerse o acortarse desde la sala de realización. Sólo necesitaban entrevistados locuaces (de eso se encargaban los redactores que elegían el casting y peinaban la geografía buscando perfiles peculiares) y presentadores carismáticos (que generalmente daban su nombre al formato).
Las temáticas eran iguales en Estados Unidos y en España, en una tele local de Tegucigalpa o en Canal Sur: amores secretos, infidelidades, disputas familiares, hijos no reconocidos… Se expandieron por las parrillas logrando una longevidad inédita y críticas devastadoras. Algunos fueron mera diversión excéntrica y generalmente inconfesable. Otros terminaron en tragedia.
Jerry Springer. ¡Jerry! ¡Jerry! ¡Jerry!
“Si querías salvar a las ballenas llamabas a Oprah, si te acostabas con una nos llamabas a nosotros”. Así definió un guionista del show de Jerry Springer la diferencia entre los talk shows blancos y familiares de Oprah o Ellen Degeneres, cuyas controversias se mantenían dentro de unos márgenes (digamos) morales, y el desparrame en el que otros como Springer convertían sus platos.
Antes de convertirse en la principal referencia de lo que se ha venido a llamar trash tv, o sea, telebasura, Jerry Springer fue alcalde de Cincinnati y presentador de informativos, hasta que su cadena se planteó crear un producto similar al show de Ricki Lake, un formato más gamberro que los talk shows tradicional que se estaba llevando a la audiencia más joven. Como la política (el campo en el que Springer se sentía cómodo) no daba audiencia se lanzaron al barro y pasaron a temáticas como el incesto y el adulterio. La principal seña de identidad del programa era que pasase lo que pasase, siempre acabase en pelea. Las tremendas tanganas que se organizaban eran jaleadas por el público con su grito de guerra, “¡Jerry! ¡Jerry! ¡Jerry!”. El encargado de la seguridad del plató, Steve Wilkos, un expolicía de Chicago, era una presencia tan habitual que acabó teniendo su propio programa.
Las polémicas fueron variadas. Especial mención merece el tipo que llegó al plató para presentar a su esposa, que resultó ser un caballo, o el que se presentó vestido como un bebé y cuya mujer lo trataba como tal, lo que se conoce como autonepiofilia o infantilismo parafílico. Pero nada epató tanto a la audiencia como la mujer que acudió al programa después de cortarse las piernas con una sierra radial siguiendo el consejo de las voces que oía. “Esta puede ser la historia más extraña que hemos contado en nuestros 15 años”, declaró ufano Springer. La importancia de la salud mental nunca fue una de las temáticas del programa. Afortunadamente, el programa solía nutrirse de casos más mundanos: por ejemplo, el hombre que confesó haberse acostado con una stripper y acabó siendo golpeado por su novia mientras la stripper entraba en plató, enseñaba los pechos y hacía un baile sensual en una barra que, casualmente, alguien había puesto allí.
El diario de Patricia: “¿Pero usted quién es?”
A España el formato llegó tímido a finales de los noventa (Ana García Lozano o Ana Rosa Quintana tuvieron programas o secciones con esta mecánica), pero su reina absoluta fue Patricia Gaztañaga en El diario de Patricia, estrenado en 2001. Se emitía de lunes a viernes y se mantuvo en pantalla durante una década con cifras que siempre sobrepasaban el 20% de audiencia, unos datos hoy impensables. Generó contenidos virales antes de que se inventara el término y algunos de sus mejores momentos se encuentran fácilmente en la red, donde personas que jamás han visto el programa los han convertido en memes y cada cierto tiempo se generan hilos que vuelven a reavivar la nostalgia por el formato.
El momento más memeficado es sin duda el del hombre que apareció en el plató para declarar su amor incondicional a una mujer que, estupefacta, le responde: “Pero ¿y usted quién es?”. También son especialmente celebrados el niño que fumaba para hacerse “el chulo” o la mujer que aseguraba haberse quedado embarazada por un pinchazo. También tuvo momentos controvertidos y recibió múltiples denuncias por incumplir el Código de Autorregulación de Contenidos Televisivos e Infancia, ya que se emitía en horario infantil.
No todo fue estrambótico, risible o ridículo. El miércoles 14 de noviembre de 2007 Svetlana Orlova acudió al programa esperando encontrarse a un familiar llegado de Rusia para darle una sorpresa, pero a quién estaba allí era su expareja, a quien había dejado por ser muy celoso y “por muchas más cosas”. Él se arrodilló y le pidió matrimonio y ella lo rechazó visiblemente aterrorizada. Cinco días después la degolló en el portal de su casa. Previamente se supo que él había sido condenado a 11 meses de prisión y dos años de alejamiento de Svetlana. Tras un largo proceso judicial, Ricardo fue condenado a 21 años de prisión por el asesinato de su ex pareja. Aunque muchos espectadores culparon al programa de su papel en el suceso, la por entonces presidenta del Observatorio de la Mujer del Consejo General del Poder Judicial, Montserrat Comas, destacó que “no existía ningún tipo de responsabilidad directa o indirecta del programa ni de la cadena en el crimen” ya que “el único responsable es el supuesto autor de los hechos”.
Geraldo. “Una pieza de pornografía que se hacía pasar por periodismo”.
El bigote más famoso de la televisión estadounidense, con permiso del de Tom Selleck en Magnum, ha tenido una carrera plagada de escándalos. Antiguo corresponsal de guerra, durante la de Irak cometió una torpeza sin precedentes al desvelar en directo, a la audiencia de Fox News y al ejército irakí, la posición exacta del División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos. Fue devuelto inmediatamente a su casa.
No era su primera metedura de pata: le hizo famoso su obsesión por encontrar un supuesto tesoro de Al Capone enterrado bajo el Hotel Lexington, en Chicago. En directo y rodeado de cámaras se personó en el inmueble acompañado de un equipo de excavadores, un forense e incluso miembros del Servicio Interno de Impuestos, por si había que dar fe del dinero hallado. Después de varias horas, treinta millones de espectadores siguieron el fascinante descubrimiento de un montón de basura y botellas rotas. Aquel fracaso habría podido destrozar cualquier carrera, para Geraldo sólo fue un capítulo más.
Su talk show llamado como él, Geraldo, cruzó todas las líneas rojas. El cenit del despropósito llegó después de que propiciase un encuentro entre representantes de la Juventud de la Resistencia Aria Blanca y el presidente nacional del Congreso de Igualdad Racial que terminó en una pelea brutal a la que se unió el público. Volaron tanto puñetazos como sillas. Una de ellas impactó contra la espalda de Geraldo, que acabó con la nariz rota y atendido por los paramédicos. ‘’Estos matones racistas son como cucarachas que corren cuando se enciende la luz’', declaró tras la pelea. Pero siguió invitándoles porque sabía que aquellos espectáculos multiplicaban su audiencia. Tras un programa en el que un grupo de adoradores de Satán describieron en directo el uso de bebés en sacrificios humanos, The New York Times lo calificó de “pieza de pornografía que se hacía pasar por periodismo”.
The Sally Jessy Raphael Show “No queremos a los de tu raza en nuestro barrio”
La reina indiscutibles de los talk shows, inseparable de unas gafas gigantes de montura roja, superaba en audiencia a Oprah Winfrey. No era la más famosa de su franja, pero sí la preferida del público. Se mantuvo en antena durante dos décadas y por su plató desfilaron más de diez mil invitados. Su programa abarcó los temas clásicos: infidelidades, embarazos adolescentes, rupturas en directo… Pero si algo se recuerda de su programa fue el incidente entre una mujer llamada Lisa Renda y sus vecinos. Renda acudió a un programa titulado No queremos a los de tu raza en nuestro barrio presentándose como víctima de racismo por ser la única mujer blanca de su vecindario (algo que no era cierto y habría sido fácilmente investigable). Los vecinos pideron que Sally visitase el vecindario y rectificase, pero ella no lo hizo y la violencia se desató. El apartamento de Renda fue destrozado y su coche quemado. Tuvo que abandonar el barrio y cuatro personas fueron detenidas por robo y vandalismo. La mentira que había denunciado acabó convirtiéndose en realidad.
The Maury Povich Show. ¡No eres el padre!
El más longevo de los talk shows. Se despidió en 2022 tras treinta temporadas en las que se hizo un hueco en la cultura popular por sus pruebas de paternidad con resultados hilarantes, que invariablemente terminaba con el público gritando “¡No eres el padre!” o “¡Sí eres el padre!”. La ciencia al servicio del espectáculo. Así como los inventores del polígrafo jamás pudieron imaginar que su creación pasase de las comisarías a los platós de televisión, nadie pudo prever que algún día algo tan íntimo como una prueba de ADN se convertiría en materia en espectáculo. ”El programa de entrevistas de Povich es, sin duda, lo peor de la televisión. Punto. No se deje engañar por su camisa planchada y sus pantalones chinos; Maury está todavía más abajo que Jerry Springer”, escribió el crítico televisivo de USA Today.
Para Povich el asunto tenía tintes de obra de Shakespeare. “Hay amor. Hay lujuria. Hay traición. Hay un conflicto. Todos estos temas shakespearianos se están juntando en una prueba de paternidad. Básicamente, esa es una telenovela real que se reproduce en tiempo real, y en 12 minutos, obtienes un resultado”.
The Jenny Jones Show. El asesinato de Scott Amedure
Los discretos datos de audiencia iniciales del programa de Jenny Jones llevaron a la productora a fijarse en los contenidos de Springer y Povich y, como los retos están para superarlos, se propuso ser aún más perniciosa. Acabó entrando por derecho propio en la historia de la televisión, aunque con toda seguridad habría preferido no hacerlo ya que su capítulo más célebre no se ha emitido jamás. En 1995, uno de los invitados fue Scott Amedure, un joven de veintidós años que acudió al programa para confesar su amor por su amigo Jonathan Schmitz, que en ese momento esperaba fuera del plató. Por sugerencia de la presentadora, Amedure describió sus fantasías sexuales con Schmitz ante el público. La primera sorpresa de Schmitz fue descubrir que quien le esperaba en el plató no era una mujer sino su amigo. Tres días después Schmitz se presentó en la casa de Amedure con una escopeta que acababa de comprar. Lo asesinó de dos disparos y llamó a la policía para entregarse.
En la llamada confesó que la visita al show de Jenny Jones había sido el detonante. Fue declarado culpable de asesinato en segundo grado y sentenciado a entre 25 y 50 de cárcel. La familia de Amedure demandó a The Jenny Jones Show por sus tácticas negligentes. El juicio, en el que se pudo ver el episodio íntegro, se transmitió en directo. El jurado encontró culpables a los productores y otorgó 25 millones de dólares a la familia Amedure. Pero el fallo fue revocado ya que el tribunal consideró que el asesinato de Amedure era “completamente impredecible a pesar del cruel sensacionalismo y las tácticas de sorpresa del programa”. La familia Amedure nunca recibió ninguna compensación por la muerte de Scott. Tras el veredicto, el padre de Schmitz siguió culpando al show. “Espero que esto cambie los programas de entrevistas, están absolutamente podridos”.
Puedes seguir ICON en Facebook, X, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.