Viejos como nosotros
En su carta del director de este mes, Daniel García reflexiona sobre el paso del tiempo y todo lo que tiene, en realidad, de bueno
Se ha jubilado Fernando, el hombre que regentaba el taller de enmarcación al que iba desde hace más de diez años. Acudía con frecuencia y no porque tenga una notoria colección de arte sino por el gusto que me daban aquellas visitas. Fernando tenía una forma estupenda de celebrar cualquier cosa que le llevara: un cartel viejo, un paisaje, un pañuelo, incluso una bolsa de plástico de una marca difunta. Para mí, su local era un lugar seguro y volver era casi un deporte: muchos de aquellos cuadros primorosamente enmarcados descansan en una habitación, a la espera de una mudanza o del milagro que m...
Se ha jubilado Fernando, el hombre que regentaba el taller de enmarcación al que iba desde hace más de diez años. Acudía con frecuencia y no porque tenga una notoria colección de arte sino por el gusto que me daban aquellas visitas. Fernando tenía una forma estupenda de celebrar cualquier cosa que le llevara: un cartel viejo, un paisaje, un pañuelo, incluso una bolsa de plástico de una marca difunta. Para mí, su local era un lugar seguro y volver era casi un deporte: muchos de aquellos cuadros primorosamente enmarcados descansan en una habitación, a la espera de una mudanza o del milagro que multiplique mis paredes para hacerles sitio.
No sé dónde lo leí: las ciudades cambian muy a pesar de tu memoria. Es una lección de madurez. Esta reflexión coincide con una pregunta que nos hemos hecho estos días en la redacción: ¿qué te hace sentir viejo? Y la respuesta, a mis 41, es que de todo, claro. Vi el final de Succession y me encontré bufando contra “las series de ahora” por “tramposas”. La semana anterior no supe salir de un Tesla y tampoco había sabido entrar (por suerte el taxista fumaba, había colocado una aparatosa mampara anticovid y creí ver una medallita en el salpicadero, así que podemos decir que todo lo intimidante del futurismo de Elon Musk estaba desactivado). Pero mejor no sigo.
En The Crack–Up (La grieta), un texto crepuscular de Scott Fitzgerald, el estadounidense relata cómo perdió pie y pasó de niño prodigio de las letras a prematura ruina. Cuando lo escribió solo tenía 39 años, pero identificaba su amarga madurez con el momento en que había dejado de sentir el motor interno de la juventud y había empezado a pensar. Tomar conciencia de uno mismo y de su lugar en el mundo es algo, igual que asumir que las ciudades cambian, propio de cumplir años, pero para el escritor –alcohólico, exhausto y consciente de que buena parte de sus viejos triunfos se construyeron con préstamos– era hora de pagar la cuenta, y era astronómica.
La toma de conciencia no tiene por qué ser letal. El otro día un diseñador que, como Fitzgerald, conoció el éxito muy joven y justo acaba de superar la edad legal de jubilación, me contaba que había pasado la segunda mitad de su carrera buscándose. O sea, pensando quién era y qué quería hacer. Nunca supo responder a esas preguntas y ahora daba igual la respuesta porque, por el camino, había hecho un trabajo tan valioso como el de sus comienzos. Ya se sabe, la vida es eso que pasa mientras haces planes.
En este número de ICON abundan las reflexiones sobre el paso del tiempo –desde la memoria olfativa del año 2000 de Carlos Primo a la columna sobre West Side Story de Elsa Fernández-Santos– y las gloriosas personalidades próximas a la edad de jubilación. Guido Palau, un peluquero fundamental para entender las imágenes de moda que han formado nuestra cultura las últimas tres décadas. La cineasta Joanna Hogg, cuya película The Souvenir es a su vez la bellísima reconstrucción de su paso a la edad adulta. Anne Lacaton y Jean–Philippe Vassal, premios Pritzker 2021, dos arquitectos que luchan por democratizar la luz y el espacio. Por no hablar de nuestro hombre de portada, un esplendoroso Antonio Banderas. El malagueño, de 61 años, no solo no piensa en jubilarse sino que ha vuelto a su ciudad natal, lo ha apostado todo a su teatro y vive con plenitud, es decir, pensando y sintiendo, después de sobrevivir a un infarto.
Porque, al final, no se trata de no jubilarse sino de saber vivir. Y que te dejen. En el reportaje de la página 94, Mario Ximénez y Gorka Postigo visitan en Madrid la que será la primera residencia para mayores LGTBI del mundo, proyecto que quiere aliviar la soledad y el desamparo de este colectivo en un momento tan vulnerable como la vejez. Las historias son crudas, pero no solo. Hay una mujer trans que solo quiere descansar. Y también una pareja de recién casados que sostiene que nunca es tarde para enamorarse.
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