Bienvenidos al futuro de Carlos Sáez: el artista que ha vislumbrado una distopía transhumanista aliándose con las máquinas
El transgresor universo de Carlos Sáez, uno de los artistas que Jägermeister presenta en la nueva entrega de su campaña #BETHEMEISTER, parte de lo que desecha internet y de las teorías de lo posthumano para reflexionar sobre la ética aplicada a la tecnología.
“Me resulta curioso que llamemos basura a toda la materialidad desechada en tiempos postindustriales, pero cuando es un jarrón roto, eso es arqueología”, bromea al otro lado del teléfono Carlos Sáez (Valencia, 1988). “No hay que obviar que la arqueología es de un período del que no hay tanto escrito, pero la carcasa de un Nokia 3310 con un tribal también le está transmitiendo información a una persona que ha nacido en el 2000 y no vivió eso. Si la idea es comprender la experiencia humana por sus restos materiales, los más recientes son, simplemente, una huella más gráfica y actual”, defiende el artista.
Su propia obra podría interpretarse como un relato de la relación entre el hombre y la tecnología —y, en cierto modo, de esos adolescentes que crecieron en los 90 entre ambos universos—. Desde su primera galería virtual, un estimulante scroll de psicodélicos cadáveres exquisitos y piezas de los creadores más atractivos de Internet; a sus últimas obras transhumanistas, que reivindican la autonomía de los cuerpos y nos acercan un futuro optimista en el que debates como la fluidez de género y el derecho civil a modificarse ya están superados.
Al mismo tiempo, cada una de sus indescriptibles piezas son testimonio de un fascinante universo que transita por diferentes disciplinas artísticas (net art, 3D, vídeo, performance, luz...) y lo convierten en uno de los artistas más interesantes y rupturistas del momento. Disfruta investigando sobre el lenguaje, subvirtiendo los conceptos. “Desarrollar un lenguaje donde los antónimos tienen puntos intermedios ayudará mucho a otros temas, como las comunidades LGTBIQ o las interespecies. Que exista por ejemplo la palabra ‘no binary’ es muy importante”, defiende. Y habla con ese mismo cuidado, buscando la palabra, la idea correcta. La misma que trata de exponer en cada una de sus obras, como una invitación a la reflexión, rechazando cualquier tipo de moralinas. “No quiero usar la palabra concienciar porque, ¿qué estoy haciendo yo poniendo una escultura en un museo?”, se pregunta en un momento de la conversación. “Yo utilizo eso que ocurre, que me llama la atención, que me gusta investigar... y lo uso para materializarlo en forma de arte, de combustible, por así decirlo”.
Carlos Sáez es uno de los artistas que Jägermeister presenta en la nueva entrega de su campaña #BETHEMEISTER, con la que celebra la autoafirmación, la determinación y el instinto de aquellos que no temen seguir su pasión. Él mismo dejó la seguridad de un trabajo convencional, atraído por las “posibilidades comunicativas” del net art y, después, dio el salto a un plano físico, resignificando los restos de maquinaria y explorando las posibilidades de la libertad morfológica, mediante garras, máscaras y gadgets que hibridan especie y máquina. ¿Cómo llegó hasta este punto? “Es una decisión que tomas influenciado por una fuerza mayor, como puede ser la pasión por algo. Al final, depende de lo mucho que te guste o de la importancia que le des. Puede ser algo que no deje espacio en tu vida para otra cosa, remitiéndome incluso a un modo problemático”, ríe.
Un scroll infinito de arte desechable
Si a día de hoy es imposible definir el arte, Carlos Sáez, junto a la también artista digital Claudia Maté, fueron de los primeros en reivindicar el valor artístico de las imágenes y gifs que circulaban por Internet. Su galería cloaque.org se convirtió en uno de los espacios más originales de net art, una plataforma extravagante que invitaba a los artistas a compartir e intervenir ese conjunto artístico e infinito que todavía estaba en fase de desarrollo. “He visto siempre una similitud entre el net art y el arte urbano, como algo que puede ver todo el mundo. Tiene un punto muy punk, muy puro”, explica.
Esa galería, hecha por y para Internet, fue también su acceso para exponer en galerías y museos internacionales. ¿Es necesario trasladar el arte digital a un plano físico para que se valore? “Creo que ya no estamos en esa fase. De hecho, creo que hay arte que tiene más valor, audiencia y significado en una red social que en un museo. Actualmente, y de una forma totalmente natural, gestos que sin ser creados o publicados sin esa intención, pueden acabar transmitiendo muchas más emociones que una pintura en sí”, expone.
El auge de los NFT le acabaría dando la razón. “Recuerdo a un galerista en Nueva York al que le presenté mi proyecto y me aconsejó, de una forma muy amable, escribir a todos mis colaboradores para que se buscaran otra forma de crear arte porque eso no iba a valorarse nunca. Supongo que se refería al mercado”, rememora Sáez. “Por encima de cualquier falsa moral, me encanta ver como todos mis amigos y artistas con los que he trabajado, están monetizando su pasión y su talento”. Para él, los NFT son “un apoyo”, una forma de agradecer a esos creadores unas piezas que se pagan, pero que no se privatizan. Al igual que un graffiti, continúan en el espacio público. “Lo que me chirría es que mantengamos el modus operandi capitalista en cosas como el real state virtual. Da a entender que no hemos aprendido nada. Espero que sea solo una etapa de transición”.
De Son Goku a la libertad morfológica
“Eran C17 y C18″, escribirá por whatsapp Carlos Sáez, horás más tarde. Son los nombres de los ciborgs de Dragon Ball, la serie con la que se creció de pequeño. “Soy una estadística, un número más”, bromea Sáez, que sintió su primer flechazo amoroso por el personaje de Trunks. Casualidad o no, en este anime hay muchos de los conceptos que hoy dan forma a sus obras, como la capacidad de transformarse de Majin Boo o la fluidez de esos androides. Los primeros esbozos de la libertad morfológica que más tarde desarrollaría leyendo a Max y Natacha Vita-More, pioneros de la extropía, un movimiento que aboga por el optimismo tecnológico y la expansión de las capacidades humanas.
“Me interesó como algo que parecía tan lejano, como es el derecho civil de modificar tu cuerpo o los debates de género e interespecies ya se estaban dando en el presente”, explica Sáez. “Por un lado, de forma tan corpórea, con operaciones o cambios de sexo. Por otro, de forma digital. Ya no hacía falta irse a plataformas como Second Life, en donde la gente puede modificar su avatar y convertirse en un animal antropomórfico o una esfera flotante; es que incluso en un perfil de Instagram haces un comisionado de tu imagen, estás diseñando cómo quieres que te perciban en el plano virtual. Todo eso forma parte del primer grado de la libertad morfológica. Me llamó la atención cómo algo que podría leerse como ciencia ficción no era más que ciencia”.
Sobre la tecnología y sus buenos usos
Otra de las razones que atrajeron a Sáez de este pensamiento fue el planteamiento optimista, casi naíf, de la tecnología. “La extropía pasa por asumir que la tecnología se va a utilizar en un buen sentido siempre: confiar que las corporaciones o el desarrollo de nuevas tecnologías se va a hacer desde una lente altruista. Y no es así”, explica el artista valenciano. ¿Y puede ser la tecnología ética o, al menos, un poco más sana? “No podemos hablar de tecnología éticas, sino de personas o gestos éticos. Lo bueno o lo malo es algo aplicado a lo humano, no a la herramienta. Creo que quien lo busque, lo puede encontrar; del mismo modo que antes, los medios no te daban una cultura de base. Las corrientes masivas no te van a acercar a ese camino, lo tienes que buscar tú”, zanja.
Quizá por eso él prefiere destapar todo lo que la tecnología disfraza de minimalismo y docilidad. Las chapas, los cables, los residuos tecnológicos y, de algún modo, el coste contaminante del progreso que evocan sus piezas de “fetichismo hardwear”. Resultado de un ejercicio de reciclaje aunado a su fetichismo por las máquinas. “A menudo trabajo sobre la evolución de la estética y la tecnología, condicionada por los deseos de la industria y los propios consumidores. Cómo las TICs se ocupan de que no veamos lo que hay detrás del consumo masivo. Por eso crean dispositivos más amables y el detrito lo envían a países en desarrollo para que no lo veas”, resuelve Sáez.
La obra más reciente de este “meister”, el artrópodo Centinela, transita por esas corrientes: una enorme araña de ciencia ficción, en donde cada pieza de su impoluta anatomía queda a la vista. “Es curioso que en el caso de los artrópodos, que han servido tanto a los desarrolladores de robots en estudios de equilibrio, movimiento, articulaciones… sus análogos en máquinas han acabado pareciéndose más a material sanitario que a arañas. Han sido decorados para que fueran más amables a la vista”, explica. Al contrario de esta araña guardián, con esa estética crítica, entre arma y escudo, que lo caracterizada. “Muchas de las piezas que tengo siguen esa línea, precisamente, para plantear esa posibilidad de un futuro no tan amable”.
Sobre la Chiwuawa Claw y Arca
Esa es también la ironía que plantea una de sus piezas más famosas, la Chihuahua Claw. Una enorme garra metálica, de aires armamentísticos y nombre de peluche, construida exclusivamente para la productora musical Arca, alter ego de Alejandra Ghersi (y bautizada así por su amor por estos perros). “Es la primera de una serie de armas que parecen pertenecer a un futuro distópico. Me gusta el efecto ‘anacrónico’ que producen los objetos que parecen del futuro y están hechos por piezas del pasado”, defiende Carlos Sáez.
La artista argentina fue quien lo animó a hacer sus primeras esculturas físicas y las piezas con las que posa en la portada de su cuarto álbum Kick i. Se conocieron justo antes de que la productora (”lo más importante que tenemos en el planeta Tierra”, como titulaba Paper) empezara su transición de género, y juntas han trabajado sobre la idea del ciborg y la reconstrucción, creando sus obras más transgresoras, como la impactante performance Tormenta o videoclips interespecistas como Time.
“Alejandra no es una persona que pretenda disfrazar de bonito todo lo que hace. Es alguien que encuentra belleza en las cosas que nadie ha dicho que tienen que ser bellas. Desde luego puede haber cierta belleza en la destrucción o en mostrarla y hacerla visible”, explica Sáez. “Quizá lo que más marcaría es que me ayudó a superar muchas inseguridades. Yo no puedo decir que no me importe lo que dicen los demás. Necesito recibir ánimos de mi entorno o de mis amigos, y en el caso de Alejandra se juntan muchas de esas cosas. Hay una sintonía de universos muy particular que, sin ser idénticos, casa perfectamente”.