Un año sabático muy productivo
España está lejos de otros países en la intención de pausar un año los estudios para tomar una decisión más madurada y vocacional
No es ningún secreto: España tiene altas tasas de abandono de los estudios de grado. Según publicaba en 2019 el Ministerio de Universidades, casi uno de cada cuatro (21,82%) lo hace el primer año; un 8,7% para matricularse en otra carrera. Cabe preguntarse a qué puede deberse este derroche de recursos y qué hubiera pasado si el estudiante hubiera tenido más tiempo para tomar la decisión. ¿Qué pasaría si pudiera tomar un año sabático para pen...
No es ningún secreto: España tiene altas tasas de abandono de los estudios de grado. Según publicaba en 2019 el Ministerio de Universidades, casi uno de cada cuatro (21,82%) lo hace el primer año; un 8,7% para matricularse en otra carrera. Cabe preguntarse a qué puede deberse este derroche de recursos y qué hubiera pasado si el estudiante hubiera tenido más tiempo para tomar la decisión. ¿Qué pasaría si pudiera tomar un año sabático para pensar mejor? Lo que llaman gap year, algo así como un año de pausa, y es frecuente en otros países.
“No es habitual que en España los alumnos se tomen un año libre para pensar en su futuro, hacer voluntariados, trabajar fuera o perfeccionar un idioma, hay más costumbre de hacerlo al acabar los estudios y por idiomas”, apunta Andrés Lagar, coordinador del Colegio Claret de Madrid. “Serán un 1% de los estudiantes; no hay cultura y las familias tampoco lo aceptan bien”, resume. En su opinión, “quizá si fuéramos un país con más intercambios con otros países, esta idea se conocería más porque esos estudiantes hablarían sobre su futuro, “es algo que estaría bien plantear, pero con una idea clara de qué se va a hacer ese año, tener una meta; y ahora hablo como padre, si mi hijo me dice que se va a tomar un año sabático le preguntaría qué piensa hacer, cuáles son sus planes y la finalidad”.
Una opción costosa
Lo que está claro es que este tipo de experiencias podrían estar muy condicionadas en España por el nivel socioeconómico de las familias, aunque en otros países sea frecuente que los jóvenes trabajen en verano y vacaciones para ahorrar para este período de su vida. Desde el madrileño Colegio Base Pablo Muriel, responsable de orientación, observa que se ha perdido el miedo —”consecuencia de la pandemia”— a pasar un año fuera o no empezar los estudios justo al acabar Bachillerato: “Teníamos un alumno que es atleta y como no veía claro qué estudios comenzar, le recomendamos que se preparase mejor como deportista, y dice que es la mejor decisión que ha tomado”.
“Este chico ha seguido entrenando y se ha sacado el carnet en este tiempo”, explica. “No hay prisa para salir a la Universidad”, plantea y se afana por tranquilizar a los padres: “Hay un miedo cultural a pensar que si te sales del sistema te quedas fuera, que no te vas a estabilizar profesionalmente, y no es así. Ahora, para muchos empleadores, los currículos más atractivos son los que tienen huecos, que demuestran que han crecido de forma divergente, tienen otra mirada, aportan mucho”.
Uno de los frenos es la caducidad de la prueba de acceso a la Universidad, que se llamaba selectividad y caducaba a los dos años cuando Julia Torres (24 años) la hizo en septiembre de 2014. Ahora la nota de la fase general tiene validez indefinida y las notas de las materias de la prueba específica valen dos años. Ella tenía un buen expediente académico, nota para elegir carrera, pero prefirió darse un año para perfeccionar el inglés y trabajar en Londres.
“Me decían que si tenía miedo a que se me caducara selectividad. Hoy todos me felicitan porque tengo dominio de un segundo idioma y, además, descubrí cuál era mi pasión”, relata la joven, que estudió danza en un conservatorio-universidad de la capital británica. “Ese año me enseñó qué era lo que quería perseguir. Por supuesto siendo responsable, teniendo cabeza y cuidado, pero si está en tu mano y lo puedes llevar a cabo, lo recomiendo”. En Londres, Julia tuvo la oportunidad de conocer a más personas que, en efecto, estaban de gap year, “dejé de sentir que estaba haciendo algo raro, en otros países es normal”.
Su hermano también lo había hecho; ambos habían encontrado el apoyo de sus padres para llevarlo a cabo. “El mayor quería tomarse un año sabático para pensar lo que quería estudiar y le empujamos a irse a aprender inglés”, apunta Magda Torres, su madre, que también se había tomado ese año al acabar sus estudios de Turismo en 1982. “Aquello cambió su forma de ser, se hizo responsable, atento, cuidador. Fue un año de madurez increíble y ese nivel de idiomas le abrió las puertas en la escuela donde estudió y en el trabajo en el que está ahora. Para mis dos hijos la experiencia fue estupenda”.
También para Roger Presseguer Camps (22 años), estudiante de segundo de Publicidad y Relaciones Públicas en la UB de Barcelona. Él viajó a Auckland (Nueva Zelanda) con la agencia de idiomas EF, estudió inglés y marketing y, hasta que empezaron las prácticas de sus estudios, trabajó como camarero. Ese año le cambió por completo; según cuenta, le orientó profesionalmente más que ningún otro plan. “Viajar te abre la mente. Allí descubrí a lo que quería dedicarme y lo estudio con ganas, más seguro de haber acertado porque en Auckland había trabajado en ello”.
Una válvula de escape
Como Julia, muchos de sus amigos creían “que estaba loco”. “Pero algunos han dejado ya sus estudios para cambiar de carrera”. Para él, la experiencia fue una válvula de escape al estrés de Bachillerato; no sentía que pudiera tomar una decisión con claridad. “Qué menos que tener un año para pensar si no tienes clara una vocación, que es muy frecuente”, y asegura que en las entrevistas que ha tenido se interesan mucho por su experiencia fuera. “Creo que los que lo hacemos tenemos un gran valor añadido porque nos hemos tenido que buscar la vida y tenemos una visión del mundo más amplia”. Además, insiste en que “el nivel de idiomas que la gente dice tener en España no es tal, y al haber vivido y trabajado fuera, no hay lugar a dudas”.
Desde EF aseguran que “el año sabático para aprender idiomas tiene cada vez más relevancia”, en palabras de Teresa Corrales Bescós, responsable de proyectos del área ‘Year Abroad’ (literalmente, año fuera). “Los padres no veían esta opción hace cinco años en España, pero cuando les ofreces idiomas, prácticas remuneradas y una formación de seis a 11 meses en el extranjero pegada a grandes áreas formativas, como artes, marketing, moda, economía, les estás dando algo muy sólido y útil”.
Lo cierto es que, aunque minoritario, aquellos que se toman un año crecen en madurez, un proceso que les puede ayudar a visualizar mejor su futuro y, muy posiblemente, reducir el abandono de los estudios por fallo en las expectativas. Este motivo es uno de los que apunta el informe Datos y cifras del Sistema Universitario Español 2019-20, según facilitan desde la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE). También achacan el abandono a alumnos que no obtienen plaza en la primera opción de carrera que pidieron.
La experiencia de hacer voluntariado
No solo se viaja para aprender idiomas o materias, también hay quien se echa la mochila al hombro para conocer mundo; muchos hacen voluntariados. Amaia Villaverde dejó la carrera en tercero para tomarse un sabático e hizo todo esto. Estuvo en la India y también fue voluntaria en un centro de retiros de yoga en el Pirineo aragonés, Casa Cuadrau. “A día de hoy estudio algo que está alineado con mi propósito, Integración Social, pero no siempre fue así”, relata. “Ese año me dio claridad y apertura de mente. Conoces a mucha gente, vives experiencias y rutinas nuevas. Pero es importante saber que tiene fecha de fin”.